jueves, 19 de diciembre de 2019

La historia de Almería: de la despoblación morisca a una comunidad que huele a nuevo rico / Ignacio Vasallo *

Todo es nuevo en la provincia de Almería y al mismo tiempo nada hay más antiguo en toda la península Ibérica. Allí apareció la primera ciudad, Los Millares, en la llamada edad del cobre, hace ahora unos cinco mil años. Y aunque solo fuera un poblado era ya un asentamiento estable con su perímetro defensivo y sus lugares de enterramiento permanentes. 

De ese periodo es el famoso Indalo que forma parte del Patrimonio de la Humanidad junto con todo el arte rupestre del Arco Mediterráneo de la Península Ibérica. Y mil años después, ya en la Edad del Bronce, la cultura del Argar, con sus necrópolis, extendida hasta la vecina Murcia.

Allí se va acumulando la clásica historia de tierra de frontera, aunque al sur ya solo quede el mar, por la que pasan fenicios, cartagineses, romanos, bizantinos, visigodos, bereberes, yemeníes, cristianos… en busca de cualquier cosa, pero especialmente de lo que se busca en la frontera: minerales o refugio, como los moriscos en las Alpujarras antes de su expulsión, o saqueo como los berberiscos en la costa.

Como en toda tierra de frontera no hay monumentos cuya construcción exija estabilidad e inversión. No hay iglesias románicas ni góticas, ni renacentistas. La catedral de la capital es un ejemplo del arte religioso-militar. Solo la Alcazaba tiene pretensiones de permanencia para vigilar no solo la ciudad sino todo el golfo. El concepto de transitoriedad esta tan arraigado incluso allí, que los cristianos se han limitado a poner algunas cruces y un Cristo grande y feo, al que solo le faltan las pistolas y que se observa, pero no se admira desde cualquier sitio.

Aunque la ciudad la fundó Abderramán III en el 955, los bereberes que la habitaron almohades y almorávides -también había algún yemení- tenían cultura de frontera, venían del norte del desierto del sur y excepto un florecimiento de la cultura Sufi, el misticismo musulmán, poco aportaron al acervo cultural.

Un mar de plástico que da oro

El mar daba poco de si, el pescado, el garum y las salinas en la costa. Una climatología que dificultaba la agricultura. Con la expulsión de los moriscos se extiende el despoblamiento y hasta el siglo XX no se inicia un repoblamiento que toma velocidad a partir de los años setenta con la explotación industrial de frutas y verduras criadas bajo plástico y que han convertido a la provincia, especialmente en las últimas dos décadas, en una de las mayor crecimiento económico y en consecuencia de mayor incremento de la población, aunque muchos de los trabajos sean temporales. Y así se ha pasado de la moto y el isocarro al Mercedes y al BMW y del PSOE al PP y a Vox.

En la capital huele a nuevo rico y no solo en los coches, sino en las tiendas, bares y restaurantes y sobre todo en la forma de vestir del personal. Allí todavía los domingos la gente se viste de domingo y las familias acuden juntas a buenos restaurantes en los que se ofrece pescado y marisco fresco y, en algunos todavía, esos potajes que tomaban antes los agricultores. Los jóvenes toman tapas de calidad en la zona de Jovellanos. La ciudad está limpia, las Avenidas son amplias y hasta los barrios del centro histórico, próximos a la Alcazaba se están recuperando.

Pero todavía no se creen que lo suyo sea lo bueno. En el magnífico Paseo Marítimo que se extiende tanto que al alejarse del centro deja de ser ciudad para convertirse en pueblo y adopta un nombre clásico de la frontera 'Nueva Almeria', han bautizado a los restaurantes con nombres vulgares , ni uno solo se llama Indalo sino Mangia donde te ofrecen café ristretto, y la gelateria " italiana adquiere nombre francés La Carte d'or. Aunque el premio lo gana el edificio Tahiti que, lógicamente, alberga el bar Taj Mahal donde se anuncian tapas indias.

Sol y playa

La agricultura, y nunca mejor dicho, se lo ha comido todo. El incipiente turismo que también a partir de los años setenta se empezó a desarrollar en Roquetas de Mar, impulsado por un clásico hombre de frontera, en este caso catalán, se ha quedado en el estandarizado producto de sol y playa, que cierra al terminar octubre y no abre hasta Semana Santa. 

Afortunadamente al otro lado, el Cabo de Gata ha sido respetado y es hoy día uno de los últimos reductos del Mediterráneo virgen, donde holandeses con sus casas rodantes y otras especies similares pasan el invierno frescos por la noche pero en la playa al mediodía.

Como corresponde a toda tierra de frontera hay que hacer esfuerzos para llegar. Más de seis horas la separan de Madrid, sea en coche o en tren, y cuatro de Sevilla. El avión es caro. Pero precisamente en esa lejanía es donde se encuentra el encanto de lo diferente. 

En la provincia de Almería hay multitud de recursos turísticos que quieren convertirse en productos para ser vendidos en los mercados internacionales. Pronto llegaran emprendedores que los venderán con éxito.


(*) Fundador y primer director general de Turespaña


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