lunes, 3 de agosto de 2020

La fuga de Juan Carlos I / José Antich *

En 1931, hace ahora algo menos de 90 años, Ramón María del Valle-Inclán, tras conocer la marcha de Alfonso XIII camino del exilio, con un botín considerable que hoy equivaldría a unos 75 millones de euros, escribió: “Los españoles han echado al último de los borbones, Alfonso XIII, no por rey, sinó por ladrón”.

Estamos en 2020, un 3 de agosto, inicio de vacaciones de verano muy marcadas por el coronavirus y su nieto Juan Carlos I acaba de dejar pequeño el affaire protagonizado por Alfonso XIII. 

Igual que su abuelo, acaba de emprender el camino del exilio, con una fortuna más que considerable que el The New York Times cifró, en 2014, en unos 2.300 millones de dólares. El Campechano, como ha acabado siendo tratado coloquialmente el rey emérito, huye de España cuando se empiezan a abrir las causas de corrupción que le afectan muy especialmente pero con ramificaciones de diversa índole en el conjunto de la família real.

Es, evidentemente, un golpe a la monarquía española que no tiene parangón desde que fue reinstaurada al frente de la jefatura del Estado hará, dentro de unos meses, 45 años.

¿Está tocada de muerte la institución? Probablemente sí ya que aunque los movimientos del deep state con Juan Carlos I hace tiempo que tienen por objeto, sobre todo, proteger a Felipe VI, es evidente que la dimensión de los sucesivos escándalos de corrupción, su conocimiento de los mismos e incluso su presunta implicación en el reparto del dinero le convierten en una pieza que ya no es imposible de capturar por los partidarios de acabar con la monarquía.

La fragilidad de Felipe VI queda explicitada en un escueto comunicado de su Casa en el que da cuenta de que su padre le ha dirigido una carta en la que nada se dice de su renuncia al título de rey emérito mientras él le muestra su sentido respeto y agradecimiento ante su decisión de exiliarse.

Juan Carlos I destaca que “he sido rey de España durante casi cuarenta años y, durante todos ellos, siempre he querido lo mejor para España y para la Corona”, a lo que su hijo apuntilla la importancia histórica del reinado de su padre “como legado y obra política e institucional de servicio a España y a la democracia”. Ningún comentario sobre el motivo real de su huida.

Toda una tradición en la etapa moderna de relación entre España y los Borbones. En 1854, María Cristina de Borbón, reina consorte de Fernando VII, fue expulsada por ladrona; en 1868, su hija Isabel II se fue al exilio, además de por la ausencia de estabilidad política y su complicada vida amorosa por el robo de unas alhajas de la Corona. Antes marcharon Carlos IV y el ya citado Fernando VII. Y, más recientemente Alfonso XIII, el último Borbón que reinó hasta que llegó Juan Carlos I.

Aunque la caída del rey emérito se ha precipitado en los últimos meses, algun día habrá que analizar a fondo en qué medida la afrenta de Felipe VI a Catalunya al apoyar la violencia policial en los hechos de octubre de 2017 fue la tumba de una institución que hay tiene un suspenso en su valoración y está cada vez más cuestionada.


(*) Periodista y director de El Nacional


https://www.elnacional.cat/es/editorial/jose-antich-fuga-juan-carlos_527745_102.html

¡Viva siempre el rey! / Jaime Peñafiel *

Me refiero a don Juan Carlos que será Rey hasta su muerte.

Quienes admirábamos y hasta queríamos al rey Emérito estamos muy tristes. Nunca, jamás, pensé que su hijo Felipe VI iba a ser capaz de atender la petición de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias de actuar contra su padre.

Cierto es que nadie, ni Dios, pueden expulsar a un español del territorio nacional. Pero si obligarle a marcharse como ha hecho Felipe, presionado por el Presidente y el vice, ¿por el bien de la Institución? 

Yo diría que por el bien de lo que queda de la inexistente Familia Real, a quien Felipe VI , un joven sin empatía ni con la derecha ni con la izquierda aunque buena persona sin esfuerzo acaba de colocarla al borde del exilio. Y, en todo caso, en el principio del fin de la monarquía como quiere Sánchez e Iglesias.

El ex rey Farouk de Egipto cuando fue derrocado por el general Naguib pronunció unas proféticas palabras que he repetido sin cesar y que hoy , con la marcha del Rey Juan Carlos del país en el que ha reinado durante casi cuarenta años con un balance mas que positivo, empiezan a tener sentido: “No me importa haber perdido el trono porque, dentro de unos años, en Europa solo quedarán cinco reyes, los cuatro de la baraja y la reina de Inglaterra.” Por supuesto que Felipe VI ¡no! y mucho menos su hija Leonor.

Me sorprende que nadie haya preguntado ayer sobre el destino de la reina Sofía, esa sufridora esposa que ha tenido no uno sino cien motivos para divorciarse. Se decía que no lo hacía  por estar enamorada de su esposo. 

Yo pregunto ¿donde se encuentra en estos momentos? Por supuesto que no acompañando a su todavía esposo “en la suerte y en la desgracia, en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte nos separe”, como le dijo el oficiante cuando contrajo matrimonio en la catedral ortodoxa de Atenas. 

La muy egoísta se ha refugiado en el palacio de Marivent con su hija Elena  ¿para no presenciar como su hijo echaba a su padre de Zarzuela? ...  Puede. A diferencia de la reina Victoria Eugenia que siguió a su esposo el rey Alfonso XIII al exilio.

Saben ustedes, querido lectores, que es el cuarto Borbon que se ve obligado a marcharse si no al exilio si de España: el 17 de octubre de 1840 lo hacia la reina Maria Cristina; el 18 de septiembre de 1868 Isabel II y el 14 de abril de 1931, Alfonso XIII, el abuelo paterno del rey Juan Carlos.

¿Quién será el próximo?  No hay quinto malo.


(*) Periodista


El autoexilio de Juan Carlos I / José Antonio Zarzalejos *

No hay monarquía parlamentaria en un país democrático como España que pueda soportar sin daño institucional el comportamiento del rey Juan Carlos, emérito por abdicación desde el mes de junio de 2014. Desde entonces, el Rey-padre ha sido un constante dolor de cabeza para su sucesor y un factor de erosión de la Corona, algo que ha terminado por derivar en su marcha del país. De manera cíclica, informaciones de solvencia le han vinculado con una relación sentimental por completo inadecuada con Corina Larsen

De esa vinculación se han derivado unas relaciones pecuniarias peligrosas que remiten a operaciones de 'lobby' en el comercio exterior de empresas españolas, beneficios opacos en forma de presuntas comisiones y la extraordinaria manipulación de la figura de su hijo, Felipe VI, que ya en una nota contundente, renunció, por sí y en nombre de su hija, la princesa de Asturias, a la herencia que podría corresponderle tras conocer que figuraba como beneficiario de los fondos depositados en Suiza y procedentes de Arabia Saudí, parte de los cuales habrían sido destinados a retribuir a la otrora amante del Rey abdicado.

Felipe VI ha actuado con la responsabilidad que prometió hacerlo cuando fue proclamado, en junio de 2014, rey de España ante las Cortes Generales. Estos casi seis años de reinado han sido un 'continuum' de decisiones del jefe del Estado que han ratificado su propósito de renovar la Corona y situarla en los más altos estándares de reputación y respetabilidad. 

Para ello, redujo la dimensión de la familia real (los Reyes, sus padres y sus dos hijas); revocó el título ducal de Palma a su hermana la infanta Cristina (que, tozudamente, sigue sin renunciar a los derechos sucesorios, un gesto simbólico pero significativo cuando su marido cumple condena); suprimió los actos de rehabilitación de su padre previstos para 2018 en coincidencia con la celebración del 40º aniversario de la Constitución, e impulsó a don Juan Carlos a abandonar, en junio de 2019, toda actividad pública en representación de la Corona.

Tras conocerse las fechorías económicas de Juan Carlos I, que podrían derivar en actuaciones judiciales de naturaleza penal ante la Sala Segunda del Supremo, Felipe VI renuncia a la herencia de su padre que pudiera corresponderle —también la renuncia alcanza a la princesa de Asturias— y le retira la asignación económica que libremente le atribuía y que alcanzaba la cifra de 194.000 euros anuales. Sin embargo, no es suficiente. 

Salvo para los monárquicos que creen que los indudables méritos del Rey emérito enjugan sus desatinos actuales, es muy posible que los ciudadanos reclamen una mayor contundencia. El Rey emérito debería dejar de utilizar las instalaciones que corresponden a la Corona y pertenecen al Patrimonio Nacional y, manteniéndose a disposición de la Justicia, retirarse a vivir a un país europeo que sirva como expresión indudable de que no empleará su posición para evitar las responsabilidades —institucionales y políticas, y acaso penales— en que haya podido incurrir.

Esa fue la decisión —por motivos bien diferentes, pero conforme a un guion de respeto a la institución— del abdicado rey británico Eduardo VIII (11 de diciembre de 1936) que, al casarse con Wallis Simpson, no se atuvo a las normas de la dinastía. Abandonó el Reino Unido, desempeñó algunos cargos de remota relevancia y terminó sus días en Francia. Era un estorbo para la monarquía británica y actuó en consecuencia. Murió en el retiro, en Francia. La misma dinastía Windsor acaba de aplicar un protocolo implacable al príncipe Harry, nieto de la reina Isabel, al que se le priva de su tratamiento y se le retira la asignación presupuestaria. De inmediato, se desplazará a vivir una parte importante del año a otro país.

La decisión del rey Felipe ha sido la debida. Y la nota de su Casa debe leerse con atención, porque pone en evidencia el doble juego del rey Juan Carlos, al ocultar a su hijo el manejo de su nombre en la fundación nutrida con fondos opacos. Se trata de una conducta que indigna por irresponsable y que requiere un paso más: que Juan Carlos I se retire a un autoexilio para que su presencia, por escasa que sea, no sombree las actividades de la Corona y que evite su disfrute de inmuebles, vehículos y servicios de la Zarzuela. Aquellos que hacemos profesión de fe en la monarquía parlamentaria hemos de ser exigentes por completo, porque el sostenimiento de la Jefatura del Estado, su forma monárquica, está en juego.

Se inicia, además, un juicio político sumarísimo contra el rey Juan Carlos que podría ser también judicial y que trataría, por evidentes intereses ideológicos, de salpicar a Felipe VI y acentuar así la crisis sistémica que padece nuestro sistema constitucional. Juan Carlos I lo apadrinó y lo impulsó. Pero esa autoría histórica no le da derecho a la frivolidad de deteriorarlo con una conducta incalificable. Si se va a otro país, le haría a su hijo un favor y, acaso, lograría rescatar la Corona de la crisis se le viene encima.


 (*) Periodista


Por su interés, El Confidencial vuelve a publicar esta columna fechada el 16/03/2020

Don Juan Carlos ante la historia / Fernando G. Urbaneja *

La bibliografía sobre Juan Carlos de Borbón es extensa e intensa, no son pocos los historiadores de fuste que han investigado la vida y avatares del que ha sido cabeza del Reino de España durante cuarenta años, con un balance de desempeño que resiste a su favor cualquier comparación. 

A todos esos textos de historia y biografía, incluidos los más banales, les falta añadir un muy penoso último capítulo. La salida del anterior Rey del recinto de la Zarzuela era inevitable, la cuestión es determinar cuándo, cómo y dónde. Una decisión que tenía que tomar una persona de 82 años, sometido a presión y soledad desoladoras, bajo la carga de unas responsabilidades que arruinan su trayectoria personal y su propia autoestima.

Por un lado está la sensación de la maldición de los Borbones para vivir en el exilio, aunque no podemos considerar a Don Juan Carlos como exiliado ya que nadie le priva de nacionalidad y derechos individuales (no de todos). La realidad es que abandona España sin precisar destino, solo y  con el compromiso de responder a las demandas de la justicia. 

Su padre vivió en el exilio muchos años, su abuelo se fue al exilio, su bisabuelo vino del exilio, su tatarabuela murió exiliada en Paris y el antecesor, el nefando Fernando VII, también abandonó España medio forzado y medio encantado. Todo ello forma parte de la historia de España y de sus dirigentes.

La decisión de irse de España tiene más carácter simbólico que efectivo y evidencia una soledad desoladora. Don Juan Carlos está en la historia, su relevancia actual es nula, salvo lo que significa rendir cuentas y pagar un precio por sus errores (y por sus aciertos). 

Su suerte no es muy distinta de la que han tenido jefes de gobierno o de estado europeos en fechas recientes, del canciller Kohl, al primer ministro Craxi, de las peripecias de Chirac a las de Berlusconi, del Presidente Nixon a lo que ocurra con Trump.

Las decisiones relevantes del caso Don Juan Caros fueron la abdicación hace cinco años y su punto final como representanta oficial o oficioso de España hace un año y la retirada de la retribución del Estado hace meses. Solo faltaba el desahucio de la Zarzuela. Las anteriores decisiones fueron más relevantes que la conocida ahora de salir de España, aunque esta sea muy simbólica.

Algunos tratarán de extraer consecuencias políticas de esta decisión pero tienen pocas posibilidades de lograr más recorrido político que ruido en los programas de entretenimiento muy necesitados de combustible a comienzos de agosto. Ante la historia la figura de Juan Carlos es sobresaliente por una trayectoria en la que los aciertos y contribuciones a la prosperidad de España son evidentes y están documentados. 

La recta final es desoladora por su propia irresponsabilidad, acentuada por unas compañías locales e internacionales nada recomendables que le han llevado a la ruina moral. Una historia final en la que no están exentos de responsabilidad  los gobiernos que no cumplieron con el deber de proteger al Jefe del Estado de sus propios extravíos.

Ahora toca que la fiscalía del Supremo y el tribunal competente desentrañen las actuaciones de Don Juan Carlos y las de sus acusadores-chantajistas para ir colocando a cada cual en su sitio. En esta historia varios "aprendices de brujos" han jugado a ser más listos en defensa de sus intereses y pueden salir perjudicados por su falta de juicio.


(*) Periodista y politólgo