La verdad es hija del tiempo. Cinco años después
del comienzo del covid, el relato oficial se desmorona. El abrumador
peso de la evidencia científica y la publicación de informes oficiales
revisionistas que desmontan el relato político-mediático hegemónico
desde 2020 ha provocado que algunos medios españoles hayan entonado un
meritorio, aunque insuficiente mea culpa.
Uno de ellos reconoce que «lo que eran fake news
de algunos de aquellos etiquetados como negacionistas ahora está
alineado con los hechos probados», y propone que, en adelante,
«deberíamos escuchar otras voces, aunque no concuerden con la narrativa
del Estado, de los medios, de los verificadores de información (…) ni
con nuestra más arraigada ideología» (elocuente, esto último, ¿no?) [1].
En otros países ha ocurrido algo similar. Recientemente, uno de los periodistas del New York Times titulaba así su artículo: “Nos engañaron de mala manera”[2]. Otro arrepentido del británico The Times
reconocía que ya no cree «que los confinamientos salvaran una sola
vida, y de hecho posiblemente causaron la muerte de muchas personas».
Tras pedir que la próxima vez «conservemos nuestro espíritu crítico y no
menospreciemos como parias a aquellos que discrepan del relato
oficialmente aprobado», termina con una reflexión: «Debemos recordar que
cuanto mayor sea el consenso, más dudas debemos tener sobre el mismo»[3]. Amén.
En realidad, eran los políticos, la UE, los medios de comunicación, los payasos fact-checkers
y parte del estamento médico, es decir, el contubernio
político-mediático-farmacéutico, los negacionistas que propagaban bulos
sin cesar.
El origen del Covid: un escape de laboratorio
El primer bulo del establishment
fue el supuesto origen zoonótico del covid con aquel inventado pangolín
que aún sobrevive en el bosque escapando de sus perseguidores, como
Rambo.
El sentido común nos hacía preguntarnos hace ya dos años cuál era
la probabilidad a priori de que, de todos los lugares habitados del
planeta, el virus emergiera precisamente en una ciudad donde existían
laboratorios que estaban trabajando precisamente con ese tipo de
coronavirus.
Hoy ninguna fuente seria cuestiona que la pandemia
fue con toda probabilidad causada por un escape de un laboratorio
biológico en Wuhan que las autoridades chinas y los EEUU ocultaron con
la ayuda de la corrupta OMS mientras China exportaba el virus al resto
del mundo.
El interés de EEUU era doble: los científicos y las
instituciones norteamericanas que habían financiado la investigación del
coronavirus en Wuhan querían borrar sus huellas, y el Deep State quería debilitar la posibilidad de reelección de Trump, que defendía la teoría del escape biológico.
La
verdad ―que fue censurada― era conocida o al menos sospechada desde
2020, pero fue ocultada al gran público. Los servicios de inteligencia
alemanes otorgaron desde un principio una probabilidad de hasta el 95%
de que el virus proviniera del laboratorio chino, pero la excanciller
Merkel decidió mantener el informe en secreto[4].
Del mismo modo, el exdirector del Mi6 presentó al gobierno británico un
informe clasificado en el que declaraba que «no existe ninguna duda
razonable de que el covid-19 ha sido diseñado en el Instituto de
Virología de Wuhan», pero el establishment lo enterró[5].
Las controladísimas revistas médicas contribuyeron a tal ocultación, con una excepción. En 2021 el British Medical Journal
publicó que «la supresión de la teoría de la fuga de laboratorio no se
basa en ninguna evaluación clara de la ciencia», y que se había
producido «a pesar de que no existen pruebas de la explicación
alternativa, esto es, de la propagación natural de los animales a los
seres humanos».
El BMJ terminaba criticando que no se investigara el
«verosímil» escape de laboratorio como origen del covid[6].
En
2022 el Senado norteamericano publicó un profuso informe científico
llegando a las mismas conclusiones, que fueron corroboradas meses
después por el director del FBI cuando reconoció que «muy probablemente»
el origen del covid era artificial[7].
Finalmente, en noviembre de 2024 el Congreso de EEUU llegó a la misma
conclusión con un relevante informe que cuestionó casi todas las medidas
tomadas para combatir la pandemia[8].
A
pesar de ello, algunos «expertos» continúan congelados en la versión
oficial y asustan con la posibilidad de que recurra una epidemia de
parecidas proporciones. Si ocurriera, sería la primera pandemia natural
importante desde hace un siglo, pues el covid, repito, no fue una
epidemia de origen natural, sino un accidente biológico causado por un
escape de laboratorio.
En otras palabras, el covid fue el Chernóbil de
las armas biológicas.
¿Cuál es entonces la solución para que no se
repita? No es, desde luego, empoderar a la OMS para crear una dictadura
sanitaria, como pretende el globalismo, ni dar más poder a los
gobiernos, ni más dinero a la corrupta industria farmacéutica, sino algo
muy sencillo: prohibir la investigación de armas biológicas en todo el
mundo y, en particular, la tecnología de ganancia de función que
manipula genéticamente virus del mundo animal para aumentar su
peligrosidad y que contagien a humanos, como hicieron con el covid[9].
Caraduras recalcitrantes
A
pesar de todo, en España algunos de los responsables del mayor
escándalo de salud pública de la Historia han aprovechado el quinto
aniversario del comienzo de la pandemia para felicitarse a sí mismos con
total desfachatez, lo cual denota la impunidad con la que han actuado
(y delinquido): cinco años después, nadie ha sido despedido ni multado y
nadie ha sido procesado (salvo los políticos comisionistas de las
mascarillas). Naturalmente, nadie ha pisado la cárcel.
Este
desfile conmemorativo de políticos caraduras y médicos pomposos que
abusan de la autoridad de la bata blanca intenta blanquear un fraude de
proporciones gigantescas. Como decía Peter C. Gøtzsche, profesor emérito
de Medicina en Dinamarca y cofundador de Cochrane (en su día máxima
referencia de evidencia médica), «el sector de la Sanidad es mucho más
corrupto de lo que la gente piensa, y el dinero de la industria
farmacéutica va a todas partes, a políticos, revistas médicas,
periódicos, etc.»[10].
Ese
etcétera es muy amplio, pues los viscosos tentáculos de las grandes
empresas farmacéuticas alcanzan a miembros de Colegios Médicos en todo
el mundo[11], a muchos médicos, directa o indirectamente[12],
y a las agencias del medicamento, con sus puertas giratorias.
Por
ejemplo, Pfizer acaba de contratar a uno de los principales responsables
de la FDA durante la pandemia[13].
El guion de la pandemia
La
pandemia siguió un guion. En primer lugar, se aterrorizó a la población
con la complicidad de los medios, que lanzaron una campaña de terror y
culpabilización perfectamente diseñada para domesticar a la población.
Para dicha campaña se contrató a agencias de publicidad especializadas[14]
que lograron crear una verdadera histeria colectiva con el objeto de
facilitar la aceptación de medidas arbitrarias, liberticidas, absurdas y
completamente acientíficas.
Los confinamientos, las distancias de
seguridad, la limitación de comensales, el gel hidroalcohólico o las
inútiles mascarillas no sirvieron para nada, salvo para beneficiar a
unos pocos. Sí sirvieron, en cambio, para enfermar mentalmente a una
parte de la ciudadanía.
Los ilegales y sádicos confinamientos
fueron epidemiológicamente inútiles y perjudicaron nuestra salud mental y
nuestro sistema inmunológico precisamente cuando más lo necesitábamos[15].
Por otro lado, las inútiles mascarillas[16], especialmente crueles con los niños en los colegios[17], no se impusieron para controlar el virus. Las mascarillas se impusieron para controlar a la población, y lo lograron.
Asimismo,
para poder aprobar el uso de emergencia de las «vacunas», se torpedeó o
silenció todo tratamiento prometedor cuya existencia habría impedido,
por razones regulatorias, tan suculento negocio.
Fue el caso, por
ejemplo, de la vitamina D utilizada de forma preventiva[18] o en pacientes ya ingresados[19], la ivermectina[20], o la hidroxicloroquina, eficaz en tratamiento temprano[21], en combinación con azitromicina[22].
Aunque reducía la mortalidad del covid, fue retirada el mercado[23].
Finalmente, tras negar contra toda evidencia la superior inmunidad natural de quienes ya habían pasado la enfermedad[24],
se puso en marcha un programa de vacunación indiscriminada con vacunas y
terapias genéticas que no cumplían ninguno de los tres requisitos
exigidos para una vacuna (necesidad, eficacia y seguridad), pero sí
cumplían el único requisito que importaba: el beneficio.
El escándalo de las «vacunas»
Las
vacunas y terapias genéticas ARNm eran innecesarias para la inmensa
mayoría de la población para la que el covid era una enfermedad leve[25], dato que se conocía desde 2020 pero que los medios ocultaron pertinazmente. Para los niños el covid era más leve que la gripe[26], a pesar de lo cual se les incluyó escandalosamente en el programa de vacunación.
Las
vacunas también fueron ineficaces, pues no evitaban ni la transmisión
ni la muerte. Un estudio realizado en Japón (uno entre varios[27])
afirma incluso que las vacunas covid tuvieron eficacia negativa, es
decir, que los vacunados se contagiaban más que los no vacunados[28].
Además, la probabilidad de contagiarse aumentaba con cada dosis
adicional, como había concluido un macro estudio de la Cleveland Clinic[29].
Nos
dijeron que las vacunas protegían contra el contagio y la transmisión
para justificar la persecución y apartheid de los no vacunados y el
infame pasaporte covid. Era mentira, y, cuando fue patente que no
impedían ni el contagio ni la transmisión, recularon cambiando el relato
y afirmando que al menos sí protegían contra la gravedad y la muerte.
También era falso: en marzo de 2022 el 84% de los muertos por covid en
España estaba perfectamente vacunado, según datos del propio Ministerio
de Sanidad[30].
Un estudio reciente confirma que «los datos estadísticos muestran que
la mortalidad de los vacunados fue un 14,5 % superior a la de los no
vacunados», por lo que la idea de que las vacunas covid salvaron vidas
«contradice los datos estadísticos»[31].
Las
vacunas también fueron inseguras, pues seguimos pagando sus efectos
secundarios adversos, sobre todo isquémicos y cardiovasculares[32]:
ictus, trombosis y trombocitopenia, embolia pulmonar, miocarditis,
pericarditis, fibrilación atrial; pero también desórdenes menstruales,
efectos oculares, dermatológicos, autoinmunes y neurológicos, como
trombosis del seno venoso cerebral, parálisis facial de Bell, mielitis transversa aguda o cáncer[33].
La escandalosa verdad es que con toda probabilidad las vacunas y
terapias genéticas ARNm han provocado la muerte de muchas personas:
autopsias realizadas sugieren una relación de causalidad[34].
Hoy, especialistas en Reino Unido[35] o autoridades sanitarias de algunos países[36] llaman a la suspensión de las vacunas ARNm contra el covid mientras el British Medical Journal
exige investigar el exceso de mortalidad «sin precedentes» registrado
en todo el mundo en 2021 y 2022 tras la difusión de dichas vacunas[37].
Los médicos nos fallaron
De
forma imprudente y contra lo que defendía la evidencia científica, la
inmensa mayoría de los médicos en España recomendaron a sus pacientes
vacunarse aunque no pertenecieran a la población de riesgo o hubieran
pasado la enfermedad. Eso sí, lo hicieron verbalmente, sin
consentimiento informado, ni receta, ni firma.
La realidad es que,
ante la enorme presión social y gremial y el mimetismo que plaga la
profesión, muchos eligieron el camino cómodo escudándose en «los
protocolos» del orwelliano Ministerio de Sanidad. ¿Cuántos han asumido
alguna responsabilidad? ¿Y los Colegios Médicos, que persiguieron y
amenazaron a los pocos médicos valientes que se negaron a aceptar el
trágala?
Parece lógico, por tanto, que la credibilidad del gremio
haya caído estrepitosamente: en EEUU la confianza en médicos y
hospitales se ha derrumbado, pasando del 72% en 2020 al 40% en 2024[38]. También se ha producido una lógica disminución de la confianza de la población en las vacunas[39].
Un homenaje a los valientes
Tres
cosas recuerdo con gran agradecimiento en este lustro de arduo combate
contra la histeria colectiva y los negacionistas del contubernio
político-mediático, que se negaban pertinazmente a ver lo que mostraban
los datos estadísticos y la evidencia científica.
En primer lugar,
la respuesta de mis amables lectores, que mantuvieron la cordura en
medio de la locura colectiva demostrando una capacidad de resistencia,
una firmeza y un valor poco comunes para defender su independencia de
opinión y su salud física y mental (y la de los suyos).
En segundo
lugar, el aliento de unos pocos médicos y expertos en inmunología que,
en privado, me dieron un apoyo importantísimo para mí, fijándose en el
mensaje y no en el mensajero, es decir, en la seriedad de mis fuentes y
el rigor de mi análisis.
Aunque la literatura médica sea uno de mis
hobbies desde hace 20 años, pasaron por alto mi falta de credenciales,
lo que tiene doble mérito (por tratarse de España y por tratarse de la
profesión médica).
Pero, sobre todo, recuerdo con admiración el
coraje de los pocos médicos que se opusieron públicamente a La Gran
Mentira y pagaron un precio por ello. A fin de cuentas, yo sólo sufrí la
censura de un artículo, lo que además resultó ser providencial.
En
efecto, mi decisión de no publicar más en un periódico que retiraba manu militari
artículos maquetados sin explicación alguna me llevó a desarrollar este
blog, en el que, para mi sorpresa, el artículo censurado tuvo cerca de
400.000 lecturas.
Como dice el refrán, «dando gracias por agravios
negocian los hombres sabios».
Esos médicos valientes, sin embargo,
pagaron un elevado precio personal y profesional por defender la verdad
y ser fieles a su juramento hipocrático: fueron injustamente
estigmatizados, amenazados, perseguidos y condenados al ostracismo por
los medios, por los opacos y siniestros Colegios de Médicos y por
algunos de sus propios colegas.
A ellos quiero rendir especial homenaje
con este artículo.
Veritas filia temporis.
(*) Economista