Me ha bastado oír a la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz
(TVE, 4 de marzo), explicando su postura ante el rearme de España, el
golpe a lo social que esto implicará y la guerra ruso-ucraniana en curso
para alarmarme por las luces rojas que desprendía su discurso, aunque
procurase —muy a la gallega, con perdón— explicar que “sí, pero no...,
aunque... y además... ya lo he dicho y repetido...”.
Me he
acordado de cuando Alberto Garzón, ya ministro, aludió al “imperialismo
de Putin” al preguntársele sobre esa crisis. Pero ¿este chico, me dije,
con lo listo que parece y lo sensato que tiene que ser, no se ha
interesado por conocer las causas del conflicto? ¿Y se atreve a acusar a
Putin de imperialista formando parte de un Gobierno de la OTAN en pleno
proceso de militarismo envolvente hacia la Rusia traicionada? ¿En qué
mundo vive?
Y me pregunté, trastornado: ¿toda esta izquierda “a la
izquierda del PSOE” se está socialdemocratizando a toda velocidad?,
¿perderá la decencia, además de la compostura, con ocasión de su
integración en un Gobierno de liberales, entregado al atlantismo y la
rusofobia?
En confianza diré que lo de Garzón no me extrañó gran
cosa, tanto decae la conciencia y la reflexión política con las
generaciones. Lo de Yolanda me ha molestado más, tanto por el momento
como por los contenidos de su declaración.
De esta destacaré que quiso
quitar importancia a los planes de su Gobierno de incrementar el
presupuesto de Defensa al 2% y más allá, afirmando que España gastaba
poco en este área, así como de su evasiva cuando se le pidió que pusiera
en relación ese rearme con los derechos sociales; ofendiéndome
seriamente cuando declaró que esas medidas estaban orientadas a la
“defensa del pueblo ucraniano” en la misma línea que Garzón (y que
Urtasun, y que Belarra, y que...), de ignorancias interesadas y
encanalladas por la guerra.
La lideresa de Sumar no quiere saber qué el
régimen ucraniano tiene menos de democrático que el ruso, y además está
envenenado por peligrosos neonazis y ultras varios, y que la crisis
acabada en guerra es cosa de sus dirigentes proeuropeos desde 2004,
azuzados por una OTAN empeñada en hacer de Ucrania un ariete contra
Rusia desde la mera creación del nuevo Estado en 1991.
Son
declaraciones estas últimas hechas al calor de la comedia montada por
Trump con Zelensky en la Casa Blanca, en la que el mandatario
norteamericano se ha exhibido con su más bronquista estilo y el
dirigente ucraniano se ha encontrado con su ya cantado merecido: por
necio y por malvado, ya que ha puesto en manos de Occidente la suerte de
su país y ha decidido llevar la guerra hasta la extenuación de su
pueblo.
Aunque es difícil creer que confíe, como lo hacía con Estados
Unidos, en la falsaria y oportunista UE, que tan sospechosa y
vertiginosamente ha decidido su gigantesco plan de rearme —esos 800.000
millones de euros que los europeos van a sufrir en su bienestar y su
seguridad, ya que esta empeorará sensiblemente con el enfrentamiento con
Rusia—, siguiendo las instrucciones de la prusiana Von der Leyen, esa
dañina cancillera de hierro de la UE.
Sobre el carácter de farsa
del famoso rapapolvos del norteamericano al ucraniano, lo más
significativo ha sido la inmediata asunción por el Reino Unido de los
asuntos de Europa, al servicio, que no en contra, del amo americano y en
riguroso cumplimiento de las acuerdos, expresos y tácitos, que abonan
esa “relación especial” Washington-Londres que integra el dominio
anglosajón del mundo desde la primera Guerra Mundial.
El premier
británico, Starmer, está dispuesto a llevar fuerzas de a pie a suelo
ucraniano y el presidente francés, Macron asume el papel de segundón
asustando a los franceses con que “Rusia es una amenaza para Europa”,
pretendiendo distraer de la cruda realidad: que él, precisamente él, es
la peor amenaza para sus conciudadanos, que ni le votan ni le aprecian
por antidemocrático, tramposo y antisocial.
El caso es que la divertida
pelea que tanto ha dado que hablar en todo el Mundo, ha sido el
pistoletazo de salida para el rearme de los Estados europeos —con armas
norteamericanas, claro— y su pseudo declaración de guerra a Rusia,
asemejándose, inquietantemente, al papel asumido por las potencias
fascistas en 1938-1941.
Tampoco deberá dejarse de lado que desde su origen la UE (más el
actual Reino Unido, que en esto no presenta diferencias) mantiene como
propósito más caracterizado el crecimiento económico, mostrando siempre
su interés por las “nuevas oportunidades”, que ahora se revisten de
reame con la excusa de la amenaza rusa; pasa a segundo lugar la
verborrea publicitaria de su interés por el medio ambiente, las energías
renovables y el coche eléctrico, objetivos en los que solo cree
instrumental y circunstancialmente.
La orden de rearme, en consecuencia,
no significa que haya una voluntad decidida de ir en el enfrentamiento
con Rusia hasta las últimas consecuencias, y mucho menos si el desapego
norteamericano se confirma: se trata ante todo de crecimiento, negocio,
beneficios.
El relativamente sorpresivo protagonismo británico
—que contrasta con su apartamiento de la UE pero que se muestra
fieramente europeo a la hora de tomar las armas contra Rusia— nos
recuerda que la “rusofobia militante” es un producto inglés y data de
principios del siglo XIX y las guerras napoleónicas.
Lo que entendemos
por rusofobia ha consistido siempre en menospreciar a Rusia —algunos
señalan al siglo XVIII y al reinado del zar Pedro el Grande como origen
de esta tirria— en todos los aspectos incluyendo el estratégico, en
considerar a sus élites embrutecidas e incapaces, a su territorio
demasiado extenso como para ser eficientemente controlado y a su pueblo
servil y desmotivado.
Y aunque han comprobado en más de una ocasión que
nada de esto es cierto, las potencias tradicionalmente enemigas de Rusia
—o de la URSS del siglo XX— no escarmientan y siguen tratando de
aprovechar las ocasiones históricas en que creen que van a poder
humillarla.
¿Pretenden las potencias europeas —que ahora asumen
con afectada dignidad e inocultable hipocresía el papel antirruso al que
las obliga la espantá de Trump— que Rusia consienta que sus tropas
“individuales” se instalen en Ucrania porque no estarán integradas
colectivamente como pertenecientes a la OTAN? ¿Acaso no han entendido
nada, ni quieren entender qué es lo que legítimamente viene pidiendo
Rusia desde 2007/2008, y que ha originado este conflicto?
¿Esperan
intimidar a Rusia para ser admitidas en las conversaciones de paz e
incluso compartir sus posibles beneficios económicos accediendo en
concreto a esas tierras raras de las que tanto se habla (y tan poco se
conoce)? ¿Cree el Reino Unido que Rusia ha olvidado que fue el primer
ministro Johnson quien voló a Kiev para boicotear el acuerdo de paz al
que se iba a llegar en Estambul a las pocas semanas de iniciada la
guerra, asegurando a Zelensky que habría apoyo y armas suficientes para
frenar y vencer a Putin?
Volviendo al escenario español y a la irresponsable expresión
belicista de nuestros dirigentes (con la oposición azuzando), es urgente
preguntarse si hay alguien en los medios políticos que se oponga a este
peligroso acelerón guerrero.
Y conviene tratar de ajustarle las cuentas
al principal grupo dirigente, el socialista (arropado, según parece,
por sus izquierdosos socios de gobierno), recordando a quienes, también
socialistas, nos metieron en 1986 en la OTAN, entre proclamas de
“modernización” de España, de superación del “aislamiento” internacional
en que nos había mantenido el régimen franquista y, por supuesto, como
ajustada respuesta a los peligros con que nos acechaba la Unión
Soviética, siempre dispuesta a merendarse la Europa que no pudo engullir
en 1945.
Y así, los socialistas mandados por Felipe González nos
metieron en una alianza militar que se presentaba como un producto
netamente democrático del mundo libre, y que el pueblo español merecía.
El
asunto tuvo, sin embargo, bemoles, ya que ese pueblo español al que se
le quería conceder la europeidad, la atlanticicidad y tantas lindezas
democráticas, estaba claramente en contra de entrar en la OTAN.
Y por
eso, los socialistas en el poder, que durante años se expresaron contra
la OTAN, al cambiar de idea mandados por Estados Unidos y la
Internacional Socialista, decidieron emplearse a fondo para manipular,
engañar y traicionar a ese pueblo que, envuelto en las redes
—escrupulosamente democráticas, claro— de la publicidad ladina, la
prensa vendida, la mendacidad de aquellos líderes del PSOE (con su
avieso eslogan “OTAN, de entrada NO”) y el referéndum irreprochable,
acabó por rendirse votando por la entrada en la Alianza Atlántica (12 de
marzo de 1986), cuando solo unos días antes mostraba un claro rechazo.
Y
nada hubo, por supuesto, de las promesas hechas sobre una entrada light
en la OTAN (es decir, sin riesgo militar) para atraer el voto,
cerrándose esta manipulación del pueblo español con traición y
felonía.
Un indiscutible mérito a atribuir, si bien no en
exclusiva, al brillante marrullero Felipe González, a aquel cínico
grandioso de Alfonso Guerra y al afectuoso pelele de Javier Solana, a
quien cupo el honor —y la profunda satisfacción, no me cabe duda— de
redondear aquella saga de fervorosos socialistas atlantistas nada menos
que como máximo responsable de la OTAN, dotándose en 1999 de pretextos
viles contra el Estado soberano de Yugoslavia, para lanzar sobre miles
de seres humanos, con su bien conocida simpatía, el amable recado de los
F-18 bien pertrechados de valores occidentales.
Pero hay que
recordar, también, que una parte importante de la izquierda a la que
señalo, incluyendo el Partido Comunista de España, ya empezaba a
reconsiderar y a poner en cuestión su posición anti OTAN y llegó al
referéndum en condiciones muy parecidas a la de rendición ideológica
ante el atlantismo.
Aquel eurocomunismo de los años 1970 y 1980 que
capitaneaba Berlinguer, líder del PCI, llegó a reconocer a la OTAN como
una protección frente la Unión Soviética; y en esto le siguieron, con
más o menos discreción, el PCF de Marchais y el PCE de Carrillo, con sus
coristas —intelectuales, prensa— respectivos.
Tratando de explicar la negativa de esta izquierda a reconocer la
posición rusa y sus antecedentes, así como la obsesiva rusofobia de
Occidente, puede dar alguna luz aquel resabio antisoviético y aquella
exhibición de pedigrí democrático en que se embarcaron comunistas y
asimilados a partir del eurocomunismo y el mensaje, con él relacionado,
del aggiornamento italiano, actitudes ambas que suponían un acomodo al
poder y la sociedad conservadores, pensando en obtener los frutos
electorales que la democracia —tan consolidada como corrupta— ofrecía en
el espejo italiano.
La perplejidad en que se sumió esa izquierda ante
la caída y la desintegración de la URSS y su comunismo no generó grandes
interpretaciones políticas, ideológicas u otras, por lo menos por
cuanto a la izquierda española se refiere, y así se entró en el caos
reflexivo con que la nueva Rusia yeltsiniana perturbó mentes y
raciocinios.
Apenas hubo reacción ante al despliegue ofensivo de la OTAN
en las fronteras rusas, y sí mucho escándalo ante la respuesta de Moscú
frente al separatismo de territorios integrados de antiguo en la
Federación Rusa. El caso es que aquel arrebato
democrático-occidentalista del comunismo de los años 1970 y 1980 se ha
ido trasladando a la izquierda actual no socialista —como es el caso de
Podemos, Sumar, Más Madrid... y que tan bien expresa Yolanda Díaz— en un
producto mediocre e irresponsable por lo irreflexivo y lo acomodaticio,
con etiqueta antirrusa.
Pesa la incógnita, en relación con IU, sobre si
decidirá por fin liberarse de su complejo de inferioridad y
obsolescencia frente a los alborotadores del 15-M, y abanderar el
urgente movimiento por la paz y contra el rearme y la guerra; lo que
implica necesariamente olvidarse de que, directa o indirectamente, “está
en el Gobierno”, algo que tiene más de ficción que de realidad, y que
está pagando muy caro.
En aquel 1986 de autos —en el que el mismo
PSOE en el poder se apuntó, a más de la entrada en la OTAN, el
reconocimiento diplomático de Israel y la integración en la Europa
comunitaria— regía el enfrentamiento ideológico entre ese Occidente en
el que se nos quería instalar con apremio, y el comunismo de la URSS y
su bloque.
Cuando esta pugna careció de sentido, ya que el peligroso
comunismo soviético desapareció, convirtiéndose en nuevos sistemas
capitalistas las quince repúblicas sucesoras y, a la cabeza, la
Federación Rusa, la OTAN que debió disolverse ante la desaparición del
“enemigo originario” traicionó sin embargo a Rusia incumpliendo las
promesas que sus más distinguidos líderes (Bush, padre, y Baker, Kohl y
Genscher, Solana...) habían dedicado a Gorbachov en cuanto a que la
Alianza no se extendería hacia las fronteras de la nueva —pero débil y
en quiebra— potencia rusa.
Y esto es algo que, lógica y fundadamente,
los líderes rusos ni quieren ni pueden olvidar.
La continuación de la traición, con acelerada agresividad, se ha
desarrollado entre regímenes capitalistas en ambos lados, dejando en
evidencia que a lo ideológico sucedía lo hegemónico, y que esta era la
verdadera esencia de la OTAN, una creación originaria del capitalismo
euro-norteamericano destinada a frenar a la Unión Soviética y el
comunismo; pero con una intención añadida y (como se ha visto)
perdurable, que era asegurar el dominio secular del Occidente
supremacista, más específicamente, angloamericano.
Imposible no
evocar ante este arrebato guerrero europeo que las viejas potencias
imperiales —Reino Unido y Francia en primer lugar, pero también
Alemania, Holanda, Bélgica, Italia y España en menor medida— siempre
parecen dispuestas a la guerra y a ignorar sus fracasos históricos, así
como los inmensos daños que han ocasionado a la Humanidad.
En su cerrada
opción por la guerra en Ucrania, en cierto modo “imperial”, subyace la
absurda intención de sustituir a Estados Unidos en sus veleidades
imperialistas (al menos en esta ocasión), sabiendo que fue la potencia
norteamericana la que a su vez y en su momento sucedió a las europeas, y
sin aceptar que el antiguo papel hegemónico de unas y otras ya es
irrecuperable.
Ante el hecho, inevitable y deseable, de que el
movimiento por la paz se alce contra este desvarío, la izquierda entera
será puesta a prueba, echándosele en cara su reconversión belicista por
mor de un atlantismo que nos lleva hacia el desastre.
(*) Activista y pacifista
https://www.elsaltodiario.com/opinion/traidores-nos-metieron-otan-irresponsables-nos-llevan-guerra