domingo, 15 de septiembre de 2019

¿Por qué sigue habiendo inundaciones en el Segura? / Jorge Olcina Cantos *

Podríamos decir aquello de que un territorio fluvial se inunda porque llueve mucho, porque lo que llueve no es capaz de soportarlo el cauce ordinario de un río y, como consecuencia, desborda por sus márgenes y anega todo lo que encuentra en lo que era, inicialmente, su espacio. 

Por tanto, si el ser humano no hubiera ocupado el espacio propio de un río, barranco o rambla, inicialmente un episodio como el que hemos vivido en las últimas horas en Murcia y Alicante no hubiera pasado de ser un proceso natural, propio de nuestras condiciones climáticas. Pero la respuesta a esta pregunta, en 2019, está llena de matices e interrogantes. 

Salimos de uno de los episodios de crecida e inundación del río Segura más destacados de los últimos cincuenta años. Me resisto a admitir lo que algunos titulares o declaraciones políticas señalaban estos días, que esta había sido la inundación más importante de la historia reciente en la cuenca del Segura. 

Porque las inundaciones de 1946, 1948, 1973 y 1987 sigo pensando que fueron más destacadas por sus efectos económicos y pérdida de vidas humanas. Ahí están los datos. Pero realmente esta crecida e inundación de septiembre de 2019 ha sido muy 'bestia'. 

Y les confieso que el tema me tiene indignado porque cuando ocurrió la última gran inundación de noviembre de 1987 y se puso en marcha un plan de defensa de avenidas en la cuenca del Segura, se nos aseguraba que ya nunca, al menos en el corto o medio plazo, volvería a suceder algo igual. 

Y aquí estamos, en 2019, con un Segura que sigue desbordándose y causando cuantiosos daños económicos, dramas familiares, evacuaciones de emergencia. En fin, un desastre. Me siento estafado. 

Es cierto que, desde entonces, han cambiado algunas cosas que justifican la violencia de las lluvias, el aumento de su torrencialidad, como causa primera de un proceso de inundación. Nuestro clima ya no es el mismo que hace tres o cuadro décadas. Estamos inmersos en un proceso de calentamiento térmico de causa antrópica y eso está manifestándose ya en el funcionamiento de algunos procesos atmosféricos de nuestra región mediterránea. Dos hechos básicos: el mar Mediterráneo está más calido que hace treinta años. Y este año, particularmente, ha alcanzado temperaturas de mar tropical, 27º-28º C. 

Aquí está la materia prima principal para la formación de grandes nubes cargadas de agua y energía. No extrañan datos registrados de 200 o 300 litros por metro cuadrado en un día o, mejor, en apenas unas horas. Llueve cada vez con más intensidad. Varios estudios lo están señalando últimamente. 

Y, en segundo lugar, curiosamente el calentamiento global y sus efectos muy llamativos en el polo norte está favoreciendo una circulación más lenta de la corriente en chorro que regula nuestra circulación atmosférica, generando más 'gotas frías'. Aquí está el segundo elemento de riesgo. Una gota fría sobre nuestra zona mediterránea es siempre sinónimo de preocupación atmosférica. Y si ocurre entre septiembre y noviembre, de peligro. 

Los dos factores ('gota fría' y mar Mediterráneo muy cálido) han coincidido en este caso y han dado lugar a lo que ha ocurrido. Lluvias de récord en varios observatorios de Murcia y Alicante. 400 litros en Orihuela en pocas horas. Y valores similares en el Campo de Cartagena. Una pasada. No hay área geográfica preparada para asumir, de entrada, esas cantidades de lluvia. Y cuando está ocupada por actividades económicas y viviendas, ya tenemos el problema acrecentado. Como ocurre en el valle del Segura, especialmente desde Molina de Segura hasta Guardamar. 

Y a ello se suman los cambios en el territorio. En 2019 hay más territorio fluvial del Segura ocupado indebidamente que en 1987. Se han urbanizado muchos espacios de antigua huerta o las ciudades se han extendido ocupando espacios inundables. Creo que no digo nada que no se sepa. 

Ahí están los mapas oficiales de riesgo de inundación para confirmar esta afirmación. Hay, también, más abandono de los espacios fluviales, menos limpieza de vegetación no deseada. Y abandono de prácticas tradicionales en las áreas montañosas próximas de la cuenca (aterrazamientos, riegos de turbias) que contribuían a reducir ondas de crecida en caso de lluvias torrenciales. 

Y hay, también, como novedad, un nuevo cauce artificial en el Segura resultado de los trabajos realizados para reducir las inundaciones tras el episodio de 1987. Y este cauce se ha demostrado poco eficiente a efectos de contención de crecidas parecidas a aquélla. Y tiene dos puntos conflictivos en las ciudades de Orihuela y Rojales donde se mantuvo el cauce por sus tramas urbanas. 

De manera que, en 2019, cuando pensábamos que ya no volveríamos a ver una inundación en la Vega Baja del Segura, vuelve a ocurrir una avenida que recupera su condición original de espacio anfibio. Y eso que Aemet, en un gesto valiente y que ha salvado vidas, había decretado la alerta roja un día antes para que se pudieran tomar las oportunas medidas de salvaguarda. Si no la tragedia habría sido mayor. Y eso, asimismo, que tenemos el mejor sistema de gestión de las emergencias de Europa para estas situaciones (policía, bomberos, protección civil, UME), que también han salvado bienes y vidas.

Ahora llega el momento del balance y de la reflexión sobre lo que ha fallado. Porque esto no debería volver a ocurrir, al menos con esta gravedad y a medio plazo. Habrá que repensar el encauzamiento del Segura, especialmente en Orihuela y Rojales. Habrá que preparar los territorios a la nueva realidad climática que ya se manifiesta (lluvias más intensas). Habrá que construir en las ciudades colectores de gran capacidad, depósitos pluviales, parques inundables. 

Cualquier obra de este tipo que no esté dimensionada para asumir lluvias de 200 litros en una hora, no servirá para nada; seguirá dando problemas. Habrá que educar a la población para situaciones de riesgo y emergencia, que no lo hacemos. Habrá que implantar sistemas de alerta personal a través de la telefonía móvil. 

Y habrá que exigir que se cumpla la ley del suelo, que los municipios tengan elaborados buenos mapas de inundación en la escala apropiada. Y que contraten en sus plantillas a profesionales preparados para la gestión del riesgo. Si no, en unos años, volveremos a esta tribuna para relatar un nuevo desastre, una nueva inundación en el Segura y seguramente tan importante o más que esta. Con el desconsuelo de que existen propuestas y herramientas para que ello no suceda. Pero hay que ponerse a trabajar.



(*) Catedrático de Geografía de la Universidad de Alicante y responsable de su laboratorio de Climatología

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