domingo, 23 de junio de 2019

La foto de Bruselas / Enric Juliana *

La fotografía en la que aparecen Pedro Sánchez, Emmanuel Macron, Angela Merkel y Donald Tusk negociando los principales puestos ejecutivos de la Unión Europea el pasado viernes en Bruselas define muy bien la nueva situación. El presidente interino español ya se sienta en el más restringido núcleo de negociación de los poderes europeos sin tener amarrada la investidura. Son tiempos de urgencias.

Son tiempos rápidos y España está ganando fuerza en la Unión Europea como consecuencia de la deserción italiana. Seguro de sí mismo, políglota y encantado de haber dado una lección a la vieja nomenclatura de su partido, Sánchez negocia en Bruselas y sólo manda recados en Madrid. Cree que la investidura ha de caer como fruta madura.

El PSOE sabe mandar. Cada vez que regresan a la sala de mandos, por larga que haya sido la ausencia, los socialistas recuerdan perfectamente para qué sirve cada botón. El PSOE consiguió 123 diputados en las elecciones generales y ya quiere gobernar como si tuviese 150.

Volvamos a abril para captar mejor lo que nos espera en julio. El Partido Socialista tenía muy bien enfocada la campaña hasta que la Junta Electoral Central dictaminó que no podía televisarse un debate en Atresmedia con presencia de Vox. TVE relanzó rápidamente su oferta de debate en la televisión pública –sin Vox–, convocatoria que el PSOE no podía rechazar. 

Llegados a ese punto, Pablo Iglesias, Pablo Casado y Albert Rivera concertaron una posición común, a iniciativa del primero, consistente en no renunciar a la cita de Atresmedia. Dos debates consecutivos ante las cámaras de televisión, inmediatamente después de las vacaciones de Semana Santa. Sánchez no tuvo más remedio que aceptar y no brilló ninguno de los dos días. Los debates no son su punto fuerte. 

Tampoco brilló Casado, que estuvo a punto de capotar ante un impetuoso Rivera, más a la derecha que nunca. Iglesias, que había comenzando la campaña políticamente muerto, logró subir dos o tres peldaños. El PSOE bajó súbitamente al 26%, ante la alarma de la Moncloa. Había comenzado la campaña por encima del 30%. En los dos últimos días logró recuperar la cota 28. Les falló Madrid. 

Madrid, más que Catalunya, será el gran quebradero de cabeza de Sánchez estos próximos cuatro años. Con 130 o 135 diputados del PSOE frente a unos 30 de Podemos, la investidura ya estaría resuelta. Con una ecuación 123/42, la negociación puede encresparse.

Seguimos en abril. En los dos debates, Rivera apareció como el más fiero antagonista del líder socialista, al que detesta. Pese a las presiones de estos días, pese al implacable giro táctico de Manuel Valls en Barcelona, pese a los vuelos rasantes de los aviones Mirage en el espacio aéreo de Madrid, Rivera tiene miedo a ser destrozado por el Partido Popular si ahora concede la abstención a Sánchez. En Ciudadanos viven obsesionados por las encuestas y los focus group. Temen verse convertidos en una pelota de ping-pong. Temen acabar como el Centro Democrático y Social de Adolfo Suárez.

El ciclo electoral entero demuestra que sin Pablo Iglesias al frente, Podemos se habría descalabrado en las elecciones generales. Después de sus desastrosos resultados en las municipales, autonómicas y europeas de mayo, la coalición Unidas Podemos se mantiene en pie gracias a los 42 diputados obtenidos en abril.

Ahí tenemos las claves. Rivera cree que no puede moverse, por mucho que le aprieten. Al menos, no ahora. Iglesias necesita proyectar fuerza para salvar su proyecto, toda vez que Íñigo Errejón no va a renunciar al suyo. 

Amparado por los poderes europeos, Sánchez quisiera gobernar con el viejo método andreottiano de los dos hornos: unos días pactó con Ciudadanos, y otros negoció con Podemos. Puesto que este idílico plan parece que no va a poder ser, quisiera un Podemos dócil, social y administrativo, quizá con dos ministerios, sin Iglesias mero­deando por la sala de los botones.

La investidura podría fracasar en julio. En septiembre, ante el riesgo de repetir las elecciones, Rivera dispondría entonces de una buena coartada argumental para ofrecer la abstención al PSOE, con condiciones. La cuestión es si Sánchez, muy seguro de sí mismo en Bruselas, querrá arriesgarse tanto en Madrid.



(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia



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