Cuando a finales del 2007 surgió la
"gran crisis económica y financiera" con influencia mundial, que aún se
mantiene, se infravaloró y no se consideró su larga duración, de
carácter internacional y su profundo efecto sobre el sistema financiero,
la economía real y el endeudamiento generalizado.
Se
inició con la quiebra de Lehman Brothers, y no se tomó conciencia de su
extrema gravedad y su repercusión a todos los niveles, incluso por el
presidente de la Reserva Federal, Bernanke, a pesar de su alto nivel de
preparación y su profundo conocimiento de La Gran Depresión de los años
treinta en EEUU, a la que, sin duda, la actual la iguala en gravedad.
Se
perdió más de un año en dudas, perplejidad, análisis, diagnóstico y
toma de decisiones urgentes, y pasados ya más de seis años se siguen
cometiendo errores en la adopción de soluciones y ejecución de medidas
imprescindibles. Lo que sí ha quedado claro es la influencia e
incapacidad política a todos los niveles y en casi todos los Estados.
Merecen la pena algunas reflexiones sobre el origen, repercusión y errores cometidos, junto a las indecisiones y las medidas pendientes de implantar por falta de visión o intereses partidistas perturbadores. Analicemos someramente, por falta de espacio, la crisis financiera, la crisis económica, las soluciones y las dificultades de su aplicación.
La crisis económica hemos de calificarla de gran complejidad, si seguimos la teoría de la inestabilidad financiera de Minsky, ante el predominio de los mercados financieros y la banca de inversiones sobre la de intermediación tradicional; error incuestionable con ausencia de control de los bancos centrales, casi secuestrados por los poderes políticos, permitiéndose a las actividades financieras una libertad de alto perjuicio al desarrollo de la economía real productiva y de servicios.
Como en crisis anteriores, el crecimiento desmesurado del crédito hipotecario, cuyos activos se consideraron productos comercializables y rentables en cadena, carentes de riesgo, se potenciaron con el visto bueno de las agencias de calificación y de los organismos de control nacionales y supranacionales. Se creyó que el crecimiento acelerado era el único camino imparable, confiando en que el boom inmobiliario y el también crecimiento de los productos financieros novedosos y rentables marcaban el rumbo perfecto, y que el autogobierno y libertad de gestión de las actividades financieras era lo adecuado; pero ellos han sido la verdadera causa de la crisis profunda.
En España la crisis inmobiliaria puso de relieve la gigantesca inversión prisionera del ladrillo dejando a las entidades financieras sin liquidez y con un endeudamiento generalizado inasumible. La intervención financiera pública se vio obligada a actuar, perdiéndose también, en gran medida, la confianza interior y del exterior. Se repetía lo ocurrido en casi todas las crisis del pasado siglo XX: "la inversión financiera especulativa de auténtica ingeniería, con abandono progresivo de la banca de intermediación tradicional". Error imperdonable.
Se olvidó el pasado y no se quiso ver la necesidad de controlar el riesgo que ha conducido a una morosidad, incluida la de la propia recaudación fiscal, no conocida en las últimas décadas. La autorregulación en las instituciones financieras debe desaparecer de la práctica de una bien planificada política económica, recobrando los bancos centrales la imprescindible independencia y la facultad de control, que siempre han ejercido con admirable profesionalidad.
Los excesos han obligado a tomar medidas de contención del gasto y de recortes, que por dolorosas son de difícil aplicación; y antagónicas, por otro lado, con determinadas filosofías de los partidos políticos, que relegan a segundo término la planificación y aplicación de una economía política sabia y prudente.
Se consolidó la recesión, que sin nuevas fuentes de riqueza donde dirigir la inversión empresarial rentable como motor del crecimiento y del empleo, sin la optimización de la productividad, sin innovación, sin creatividad, y sin disminución del gasto público a niveles compatibles con el PIB nacional, no será posible detener. De nada habrá servido aportar efectivo al sistema bancario; éste volverá al déficit de tesorería y al deterioro de sus balances y no será motor de crecimiento que pueda sacarnos de la crisis, como tampoco será posible si no se resuelve la fragmentación de los mercados de crédito de la Unión Europea; de ésto último tiene la palabra Bruselas, muy lejos todavía de acometerla por abrigar Alemania serios recelos.
A nuestro juicio, el tratamiento fiscal y las continuas subidas de impuestos, están siendo lesivas, incoherentes y perjudiciales al crecimiento y al empleo. Que puedan ser necesarias, cierto. Pero aisladamente, sin un plan de reactivación creciente y sostenible, las consecuencias probadas son: más desaparición de empresas, aumento del desempleo, más fraude, en algunos casos injustificado y perseguible, y en una mayoría, inasumible por su deteriorada posición económico-financiera. Una subida interminable de impuestos en una coyuntura en recesión puede ser insoportable y asegura la disminución de la recaudación tributaria y el aumento de la morosidad fiscal, hechos probados con los datos actuales publicados.
Desde determinados estamentos se argumenta que España cuenta con una presión fiscal por debajo de la media de sus socios europeos. Nada más lejos de la realidad. En IRPF ocupamos en porcentaje la cuarta posición; sólo nos superan Suecia, Dinamarca y Bélgica. En el impuesto de sociedades el sexto lugar, también por encima de la media, y en IVA superamos a Alemania, los Países Bajos y el Reino Unido.
Merecen la pena algunas reflexiones sobre el origen, repercusión y errores cometidos, junto a las indecisiones y las medidas pendientes de implantar por falta de visión o intereses partidistas perturbadores. Analicemos someramente, por falta de espacio, la crisis financiera, la crisis económica, las soluciones y las dificultades de su aplicación.
La crisis económica hemos de calificarla de gran complejidad, si seguimos la teoría de la inestabilidad financiera de Minsky, ante el predominio de los mercados financieros y la banca de inversiones sobre la de intermediación tradicional; error incuestionable con ausencia de control de los bancos centrales, casi secuestrados por los poderes políticos, permitiéndose a las actividades financieras una libertad de alto perjuicio al desarrollo de la economía real productiva y de servicios.
Como en crisis anteriores, el crecimiento desmesurado del crédito hipotecario, cuyos activos se consideraron productos comercializables y rentables en cadena, carentes de riesgo, se potenciaron con el visto bueno de las agencias de calificación y de los organismos de control nacionales y supranacionales. Se creyó que el crecimiento acelerado era el único camino imparable, confiando en que el boom inmobiliario y el también crecimiento de los productos financieros novedosos y rentables marcaban el rumbo perfecto, y que el autogobierno y libertad de gestión de las actividades financieras era lo adecuado; pero ellos han sido la verdadera causa de la crisis profunda.
En España la crisis inmobiliaria puso de relieve la gigantesca inversión prisionera del ladrillo dejando a las entidades financieras sin liquidez y con un endeudamiento generalizado inasumible. La intervención financiera pública se vio obligada a actuar, perdiéndose también, en gran medida, la confianza interior y del exterior. Se repetía lo ocurrido en casi todas las crisis del pasado siglo XX: "la inversión financiera especulativa de auténtica ingeniería, con abandono progresivo de la banca de intermediación tradicional". Error imperdonable.
Se olvidó el pasado y no se quiso ver la necesidad de controlar el riesgo que ha conducido a una morosidad, incluida la de la propia recaudación fiscal, no conocida en las últimas décadas. La autorregulación en las instituciones financieras debe desaparecer de la práctica de una bien planificada política económica, recobrando los bancos centrales la imprescindible independencia y la facultad de control, que siempre han ejercido con admirable profesionalidad.
Los excesos han obligado a tomar medidas de contención del gasto y de recortes, que por dolorosas son de difícil aplicación; y antagónicas, por otro lado, con determinadas filosofías de los partidos políticos, que relegan a segundo término la planificación y aplicación de una economía política sabia y prudente.
Se consolidó la recesión, que sin nuevas fuentes de riqueza donde dirigir la inversión empresarial rentable como motor del crecimiento y del empleo, sin la optimización de la productividad, sin innovación, sin creatividad, y sin disminución del gasto público a niveles compatibles con el PIB nacional, no será posible detener. De nada habrá servido aportar efectivo al sistema bancario; éste volverá al déficit de tesorería y al deterioro de sus balances y no será motor de crecimiento que pueda sacarnos de la crisis, como tampoco será posible si no se resuelve la fragmentación de los mercados de crédito de la Unión Europea; de ésto último tiene la palabra Bruselas, muy lejos todavía de acometerla por abrigar Alemania serios recelos.
A nuestro juicio, el tratamiento fiscal y las continuas subidas de impuestos, están siendo lesivas, incoherentes y perjudiciales al crecimiento y al empleo. Que puedan ser necesarias, cierto. Pero aisladamente, sin un plan de reactivación creciente y sostenible, las consecuencias probadas son: más desaparición de empresas, aumento del desempleo, más fraude, en algunos casos injustificado y perseguible, y en una mayoría, inasumible por su deteriorada posición económico-financiera. Una subida interminable de impuestos en una coyuntura en recesión puede ser insoportable y asegura la disminución de la recaudación tributaria y el aumento de la morosidad fiscal, hechos probados con los datos actuales publicados.
Desde determinados estamentos se argumenta que España cuenta con una presión fiscal por debajo de la media de sus socios europeos. Nada más lejos de la realidad. En IRPF ocupamos en porcentaje la cuarta posición; sólo nos superan Suecia, Dinamarca y Bélgica. En el impuesto de sociedades el sexto lugar, también por encima de la media, y en IVA superamos a Alemania, los Países Bajos y el Reino Unido.
¿Qué hace un buen líder empresarial para alcanzar el éxito? ¿Qué debe hacer un
Estado para que su gestión económica sea eficaz y logre el crecimiento? Cumplir
integralmente con los tradicionales cinco puntos siguientes:
1.- ESTABLECER OBJETIVOS, innovadores y creativos, que atraigan el consumo.
2.- DISEÑAR ESTRATEGIAS, idóneas y viables.
3.- DETERMINAR EL CALENDARIO DE ACTUACIONES.
4.- GESTIONAR CON EFICACIA
5.- CONTROLAR SU CUMPLIMIENTO en tiempo real.
Hemos
perdido seis años desde el estallido de la crisis, incrementándose el
endeudamiento público a todos los niveles. Aunque se han realizado
recortes, son
insuficientes y no se han abordado las reformas de las Administraciones Públicas, sobredimensionadas y con duplicidades injustificadas. Al tiempo, no se han estudiado en profundidad medidas estructurales que impulsen el crecimiento del tejido empresarial y estimulen el emprendimiento razonado y viable de los emprendedores.
La estructura de la Unión Europea es débil e incompleta, y se tardará en llegar a una autentica unión política y financiera capaz de hacer frente al crecimiento ya iniciado de otras grandes potencias y economías emergentes. El Viejo Continente debe abandonar su lentitud y aprovechar sus ventajas para iniciar el crecimiento con alianzas intercontinentales necesarias, o no saldremos en varios años del estancamiento y de la inseguridad que nos oprime.
insuficientes y no se han abordado las reformas de las Administraciones Públicas, sobredimensionadas y con duplicidades injustificadas. Al tiempo, no se han estudiado en profundidad medidas estructurales que impulsen el crecimiento del tejido empresarial y estimulen el emprendimiento razonado y viable de los emprendedores.
La estructura de la Unión Europea es débil e incompleta, y se tardará en llegar a una autentica unión política y financiera capaz de hacer frente al crecimiento ya iniciado de otras grandes potencias y economías emergentes. El Viejo Continente debe abandonar su lentitud y aprovechar sus ventajas para iniciar el crecimiento con alianzas intercontinentales necesarias, o no saldremos en varios años del estancamiento y de la inseguridad que nos oprime.
(*) Economista y empresario
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