La guerra civil que estalló ayer en el socialismo andaluz es el legado que José Luis Rodríguez Zapatero deja en el mayor granero electoral del partido, el imperio demoscópico en el que nunca se ponía el sol del PSOE. El enfrentamiento fratricida es la consecuencia última de la nefasta operación pergeñada por Zapatero para desalojar a Manuel Chaves de su plácido virreinato andaluz, ejecutado en abril de 2009.
El plan inicial consistía en forzar la salida del hoy vicepresidente tercero y su sustitución por la dirigente jiennense Mar Moreno, convenientemente formada en el zapaterismodurante su etapa como secretaria de Relaciones Institucionales y en la Ejecutiva Federal, pero Chaves exigió como última gracia autonomía para designar a su sucesor en la Junta de Andalucía. Zapatero se la concedió, y Chaves eligió para ocupar su sillón a Griñán, amigo personal y compañero imprescindible en las veladas cinematográficas de los viernes en Sevilla.
A partir de ese momento comenzó la debacle: el plan de Chaves era que Griñán se limitase a gobernar y su equipo continuase dirigiendo el partido, pero el nuevo presidente andaluz pronto se dio cuenta de que sin el poder orgánico tenía las manos atadas. Exigió ser secretario general del PSOE-A en lugar de Chaves, y éste sólo cedió cuando Griñán amenazó ante Zapatero con dimitir.
Griñán ganó el cargo, pero perdió un amigo. Desde entonces —marzo de 2010— la relación entre ambos dirigentes ha ido deteriorándose al mismo ritmo en que el PP de Javier Arenas abría una histórica brecha en las encuestas. El entorno del presidente andaluz se quejaba con discreción de que Luis Pizarro, el consejero dimitido ayer, actuaba como topo de Chaves en el consejo de Gobierno, suministrando información que el vicepresidente tercero y su mano derecha en Madrid, Gaspar Zarrías, utilizaban para desacreditar la imagen de Griñán ante la dirección federal.
En Andalucía, mientras tanto, el propio Griñán —un político que nunca había desempeñado labores orgánicas— comprobaba personalmente las dificultades para tomar las riendas de un partido que Pizarro había controlado con mano de hierro desde 1994.
Dos hechos tensan definitivamente la cuerda entre Chaves y Griñán: por un lado, la estrategia de la Junta de Andalucía en el escándalo de los ERE, ya que la vieja guardia chavesianareprocha a Griñán haber dejado a los pies de los caballos a sus antecesores. Por otro, las listas municipales de Jerez —circunscripción clave para el control de la Diputación gaditana—, donde Chaves y Pizarro diseñaron una operación a espaldas de Griñán que fue abortada por éste.
Aquella prejubilación de Chaves mal resuelta por Zapatero ha derivado en sólo dos años en la mayor crisis del socialismo andaluz desde la defenestración de los guerristas, en los años 80. De hecho, diversas fuentes socialistas especulan ya con un eventual adelanto electoral al próximo otoño en el que Griñán no sería candidato.
Se apunta a Rosa Aguilar, que ni siquiera es militante socialista, como alternativa. Una hipótesis que hace dos años se consideraría absolutamente inimaginable en el orgulloso e invicto PSOE andaluz, pero que la impericia de Zapatero ha dejado como opción desesperada para un partido en plena descomposición.
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