MADRID.- A la Legión,
una fuerza militar de élite, le acompañan noventa y nueve años de
historia y más de diez mil caídos que han perdido la vida por un noble
ideal. Han participado con extraordinario valor en misiones de
mantenimiento de la paz por todo el mundo: Albania, Macedonia, Kosovo,
Irak, Afganistán, Líbano, Congo…
"Parece que se han tomado tu artículo de este sábado
como un ataque a la institución de la Legión y nada más lejos de la
realidad", me escribe hace tan solo unas horas Juanjo, el padre de
Alejandro, muerto de un balazo directo durante un
ejercicio de fuego real. Tenía solo 21 años.
"Mi hijo adoraba y admiraba
a la Legión Española, pero me lo han matado y varias ovejas negras de
la Legión nos engañaron, a su madre y a mí. La mayoría de los Caballeros Legionarios
son sinónimo de honor, valentía y verdad. A ellos mi respeto, pero a
las ovejas negras mentirosas, cobardes, deshonestas y sin honor hay que
barrerlas de una institución tan digna. Solo ensucian su nombre y el
recuerdo de mi hijo. A ellos les voy a perseguir hasta la puerta de la
prisión y si no, hasta el mismo infierno".
Juanjo está muy enfadado y muy triste. Es un hombre alto, delgado, de
rostro amable que contrasta con unos ojos vacíos de vida. Solo se
encienden un poco cuando habla de Alejandro, su único hijo.
Este es el relato de su tragedia para El Confidencial: "El 25 de marzo entraba de servicio de noche en Salvamento Marítimo en el Estrecho
y recibo una llamada del teniente coronel del tercio Juan de Austria
que me dice que mi hijo ha tenido un accidente grave y está muy mal.
Estaban de maniobra en Alicante. Cojo lo imprescindible para poder
viajar y voy pitando. Llevaba una hora en el coche y me dicen que mi
hijo ha fallecido".
Juanjo hace el resto del trayecto esperando que se
hayan confundido, que sea un error o incluso una broma pesada. No le
entra en la cabeza que el día anterior estuviese abrazando a Alejandro y
veinticuatro horas después esté muerto.
"Cuando llego, están todos los mandos del Tercio en el tanatorio de
Alicante. Me indican que es una lástima, un terrible accidente: un proyectil rebotado le había entrado justo por la axila,
por donde no tiene protección del chaleco. Vamos, que la mala suerte
dejó seco a mi hijo".
De allí acompañó el cuerpo hasta Viator, Almería.
"Se le hizo un funeral precioso en la plaza de armas del Tercio y una
misa. Pero, de repente, el juez instructor paraliza la incineración de mi hijo.
Explica en una providencia que hay cosas que no cuadran, que quiere
hacer pruebas forenses complementarias y decreta el secreto de sumario".
Juanjo,
a pesar de estar consumido por el dolor y racionalmente anestesiado,
empieza a notar una mosca zumbando detrás de su oreja: "No tengo prisa",
les dice a los mandos de la Legión. "Quiero la verdad.
No me habéis dejado nada, solo tiempo y dinero. Y voy a utilizarlo para
saber la verdad y que no muera un solo legionario más".
Cuando se levanta el secreto de sumario Juanjo se topa con la cruda
realidad: "Tres peritos distintos de la Guardia Civil afirman que el
proyectil que asesinó a mi hijo salió del arma del sargento Guil.
Hasta ese momento pensaba que la bala venía del pelotón que estaba
haciendo un ejercicio de fuego real del otro lado del merlón (pequeña
elevación del terreno), pero el que mata a mi hijo iba en su pelotón. No
hay rebote, porque el proyectil no está deformado y tampoco le entró por la axila,
sino por el pecho derecho. Todo eso lo dice el sumario. Ellos, los
legionarios que estaban allí cuando murió, sabían que el proyectil no le
había entrado por la axila. Le intentaron salvar la vida y para eso hay
que taponar la herida y vieron que estaba en el pecho, no en la axila. Me mintieron.
Quien le dijo al general y al coronel, que no estaban en el campo de
tiro, les mintió y ellos a mí. Me llamó dos veces la Ministra de
Defensa, Margarita Robles,
para darme el pésame. La primera vez fue extremadamente fría y
distante, me habló como si estuviera leyendo un papel. Me dijo que era
una pena que mi hijo hubiera muerto en un accidente. Una bala rebotada.
Me mintió. Y ahora que se sabe la verdad, no me ha llamado para
disculparse ni para prometerme que barrerá la Legión de la basura mentirosa, caiga quien caiga".
El enorme dolor de Juanjo no solo aumenta con las mentiras, también al
averiguar que su hijo se podría haber salvado. "Mi hijo llevaba un chaleco antifragmentos
caducado y no llevaba las placas balísticas puestas (placas de metal
cuya función es parar los disparos). Recibió un tiro directo a 15 metros
de distancia, como ha demostrado la Guardia Civil. Los investigadores
han cogido un chaleco idéntico al de mi hijo, unas placas como las de la
compañía de mi hijo, que llevan allí tiradas desde el 2012, le han dado
un tiro y el chaleco para la bala. Si hubiese llevado las placas
balísticas, estaríamos hablando de un hematoma, una fisura de costilla. Yo podría seguir abrazándolo y no tendría un hijo muerto".
Juanjo está convencido de que le han engañado desde el minuto cero:
"Si te pones en el centro de un reloj de manecillas, en las 12 estarían
los blancos a los que hay que disparar y el sargento en el centro del
reloj. Él tenía prohibido participar en el ejercicio de fuego real, pero
cogió su arma y disparó donde las manecillas marcan las 8.00. Nadie me
quiere explicar por qué gira el cuerpo más de 90 grados a la izquierda y
le da un tiro a mi hijo en el pecho. Él lo niega todo.
Los que lo vieron se callan o dan diferentes versiones y yo solo sé que
la cama de mi hijo está vacía, y su ropa cogiendo polvo en el armario".
El dolor del padre de Alejandro viene de muy hondo, de las entrañas:
"Fíjate cómo es la vida. Llevo 23 años rescatando a gente que iba a
morir. Los últimos once pilotando un helicóptero de Salvamento Marítimo
en El Estrecho. Tres no pude salvarlos y otros tres se me murieron por
el camino, pero luché por ellos. Por la vida de mi hijo no he podido
pelear. Me lo han entregado muerto y me han matado a mí también".
Juanjo
seguirá volando en helicóptero sobre El Estrecho, salvando vidas, y
compartiendo con su hijo el cielo donde sabe que él está.
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