domingo, 26 de enero de 2020

La falta de estructura en Andalucía de Vox debilita su futuro

SEVILLA.- Apenas constituido el Parlamento andaluz, después de unas elecciones autonómicas que dieron el vuelco a 37 años de Gobierno continuista del PSOE, el candidato a presidir la Junta, Francisco Serrano, por el partido revelación del momento, Vox, hacía cola en una Delegación de Hacienda de Sevilla. Esperaba de pie a que le dieran el CIF del Grupo Parlamentario para que la Cámara les adelantara un dinero y poder empezar a trabajar. Nadie les explicó que este trámite administrativo se hace «on line» en cualquier gestoría por menos de 20 euros, relata hoy Abc.
Un mes antes de esa noche electoral del 2 de diciembre de 2018, las encuestas oficiales daban un tímido diputado por Almería, tierra donde el discurso en contra de la inmigración irregular del partido de Abascal impregna por estar muy ligada a su presencia en los campos inmensos de agricultura intensiva bajo plásticos. Cuando quedaba una semana para la cita con las urnas los datos de los partidos que podían pagar los sondeos les daban entre seis y ocho. Los doce conseguidos no se los creían ni ellos mismos.
Salvo uno que había militado un cierto tiempo en el PP y Serrano que era la segunda vez que se presentaba, ninguno de los elegidos tenía la más mínima experiencia política. Todo era una tierna bisoñez. 
Se palpaba la inexperiencia del grupo que entraba por primera vez en ese gigantesco antiguo Hospital de las Cinco Llagas, que apabulla nada más perderse por sus bellos patios e interminables pasillos. La primera pregunta que todos se hicieron fue y ahora qué hacemos. 
La respuesta estaba en los medios económicos que la propia Cámara pone a su disposición. A Vox le correspondían 1.175.953 euros al año, casi cien mil al mes para su funcionamiento. Con ese dinero podían haber contratado a los mejores asesores para los tres pilares básicos en los que descansan todos los grupos políticos: un servicio jurídico, con especialistas en derecho parlamentario, economía, legislación; otro de comunicación, con periodistas y documentalistas para dar a conocer la labor del grupo y facilitar el trabajo de sus diputados y un último de gestión y administración para llevar las cuentas y organizar la logística. 
Pero Madrid puso el grito en el cielo. Ese dinero era un despilfarro público y no se podía malgastar. Ninguno de los asesores contratados para solventar las carencias de los doce diputados de la nueva derecha completamente ajenos a estos avatares eran profesionales con un dilatado currículum, una buena agenda y dilatados años de experiencia. El joven equipo se puso a jugar en campos de primera división, con partidos como el PP o el PSOE, con alpargatas.
Además, Vox, partido manifiestamente partidario de reformar el sistema autonómico, tiene una estructura de control piramidal donde la libertad para tomar decisiones a nivel regional es muy limitada por no decir nula. Querían evitar dos cosas. Una, que se les colaran personajes intrusistas, como ya le había ocurrido a Ciudadanos y tuvieron que hacer una «limpia». Y otra, que se echara por tierra la imagen que quieren transmitir que ellos con la mitad de dinero público gastado pueden conseguir el doble de objetivos sin tocar los impuestos de los contribuyentes.
Todos los pasos que se daban en el grupo parlamentario eran supervisados y aprobados por el partido en Madrid. En apenas un año de existencia ha habido tres coordinadores en el Parlamento andaluz encargados de esa tarea: Begoña Conde, Carlos Hugo Hernández y en la actualidad Nicolás Gutiérrez. El segundo es andaluz y los otros dos vascos. La alternancia no ha sido continua, ha habido muchos períodos de tiempo donde las consultas se evacuaban directamente al Comité Ejecutivo Nacional (CEN) porque el nuevo coordinador no llegaba.
 Al principio todos estaban de acuerdo en que el líder natural del grupo era el juez en comisión de servicios una vez rehabilitado, Francisco Serrano. Pero éste cayó en desgracia por dos problemas graves de comunicación. Nada más conocerse la sentencia de La Manada publicó un comentario en Twitter muy crítico con el Tribunal Supremo al asegurar que el fallo lo había dictado una «turba feminista supremacista». 
Pero la gota que colmó el vaso fue posteriormente en Facebook, donde escribió que «hasta un gatillazo o no haber estado a la altura de lo esperado por la mujer, podría terminar con el impotente en prisión». 
Estas palabras fueron inmediatamente desautorizadas por el partido que las englobó dentro del «ámbito personal» incluso cuando el propio autor reconoció que se había equivocado. Desde entonces Serrano dio un paso al lado y su figura como presidente del grupo es meramente decorativa. Toda la responsabilidad recae en su portavoz, Alejandro Hernández. 
Es el que lleva las negociaciones con el PP y Cs, despacha con Madrid y se expone ante las cámaras en las ruedas de prensa. Da una imagen más moderada y menos disruptiva que la de Serrano, quien su obsesión, también su especialidad, sobre temas de violencia de género, le ha hecho pagar una cara factura incluso médica con una baja por depresión. 
El principal problema que tiene Hernández es su falta de carisma. No es un líder político que levante adhesiones ni tiene poder de cohesión dentro del grupo. Serrano sería como fuere, pero era un referente a nivel nacional y especialista en labores de mediación entre personas enfrentadas.

El portazo de la diputada por Almería

Todo este ímprobo esfuerzo de entrega y trabajo de advenedizos a la política ha traído como consecuencia la primera crisis seria dentro de la formación verde: el portazo de la cabeza de lista por Almería Luz Belinda Rodríguez. Aunque llevaba meses barruntando que se iba, que estaba harta de que fueran los coordinadores a los que nadie había elegido en Andalucía los que tomaran las decisiones por ellos, que al grupo le faltaba dinamismo y estrategia política, donde votaban lo mismo que el PP, y se había convertido en una formación militar de ordeno y mando, nadie supo reconducir la situación. 
A pesar de que el grupo votó por unanimidad su expulsión este jueves pasado y así lo registraron en la Cámara, ella ya había dicho la semana antes que se iba ¿Será la única que abandone Vox y pase a diputado no adscrito? Seguramente no. Probablemente haya más sorpresas.
La situación dentro del grupo parlamentario de la formación de la nueva derecha en Andalucía no es muy distinta que en sus provincias, con unas primarias a la vista. Cinco ejecutivas han dimitido, la última la de Cádiz y se encuentran en manos de gestoras. Sólo Sevilla, Málaga y Córdoba tienen dirigentes estables. 
En Almería dos concejales de Roquetas de Mar, Francisco Barrionuevo y Antonio Inocencio López y otro de Vícar, Rafael Ruda, han dicho adiós al proyecto. La falta de mandos intermedios, estructura organizativa, una jefatura territorial que libere al CEN de tener que resolver todos los fregados, los importantes y los que no lo son, está poniendo en peligro el futuro a corto y medio plazo de una organización que no para de crecer en militancia. 
Tiene mucho predicamento entre la gente joven y mayor. Cala en los barrios obreros y la periferia de las grandes ciudades donde no llega el mensaje del PP y de Cs. También en las zonas agrarias donde se ha convertido en el adalid de la defensa de la caza y el mundo rural como aliado natural del ecologismo.

Prepararse para gestionar

Esa es la gran encrucijada del partido que vino a hacer la «revolución conservadora» y que en el último resultado electoral, las elecciones generales de 2019, se ha convertido en la segunda fuerza en Andalucía en un empate técnico con el PP, que le aventaja por apenas 7.000 sufragios. 
En Almería, Cádiz, Huelva y Sevilla sacaron más votos que los populares. Si esta tendencia continua, y el viento de las encuestas les favorece, seguramente tendrán que hacer labores de gestión en el próximo Gobierno de la Junta. Y para eso se necesita algo más de talento que la «política de trincheras» y redes tuiteras y de instagramers. 

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