ALMERÍA.- La Diócesis de Almería quiere incorporar la torre del campanario a su patrimonio turístico-cultural
y una de las ideas que ha lanzado ha sido la del proyecto de instalar
un ascensor de vidrio en la fachada para evitar el duro tramo de
escaleras que llevan hasta la cumbre. La iniciativa se ha encontrado,
para empezar, con el rechazo del jefe del departamento de Protección de
Patrimonio Histórico al considerar que supondría “la implantación de un
artefacto de considerable impacto” en la histórica fachada.
Con
ascensor por fuera o por dentro, o con un tramo nuevos de escaleras, la
torre del campanario lleva años pidiendo a gritos un poco de vida
después de un largo periodo de abandono que ha convertido el
escenario en una guarida de las palomas. La torre por dentro es un
laberinto de escalones que entre las sombras va abriéndose paso hasta
llegar al campanario. Todo allí dentro lleva impregnado el óxido del
tiempo y una capa de abandono que lo ha convertido en un escenario
ruinoso.
Hasta hace medio siglo el torreón formaba
parte de la vida del barrio como una casa más. La entrada se hacía a
través de una puerta que daba a la Plaza de la Catedral, detrás de donde
en los años sesenta colocaron la estatua del Obispo Diego Ventaja. La torre de la Catedral era un lugar misterioso habitado por el campanero y su familia. Los últimos que vivieron en
ella fueron los Salazar. En 1910 ya estaban empadronados en la torre y
en ella permanecieron hasta los últimos años sesenta, cuando Francisco
Salazar , su esposa Felipa Zamora y sus ocho hijos, tuvieron que dejar
lo que había sido su hogar y el oficio de toda su estirpe.
La casa de los Salazar ocupaba la planta baja de la torre.
Tenía cuatro troneras en alto que le daban una ventilación escasa y por
donde se colaba la poca luz que iluminaba la vivienda. Disponía también
de una ventanilla que era el desahogo del cuarto del váter, un pequeño
habitáculo junto al jardín que daba a la puerta de los Perdones. Además
de las habitaciones que servían de dormitorios, la casa de la torre
tenía un pozo antiguo que había sido cegado, una pila con grifo que
abastecía de agua la vivienda y un cuarto para invitados que durante
años ocupó una mujer, la señora Antonia, que vivía acogida por los
Salazar y era considerada como una más de la casa.
La
primera planta del campanario la ocupaba un músico, Cleto Salazar,
hermano del campanero, que utilizaba el recinto para guardar allí el
contrabajo con el que se ganaba la vida tocando en la orquesta del maestro Barco. Cleto era un buen músico que además tocaba el clarinete de la Banda Municipal.
La casa de la torre de la Catedral estaba entonces habitada por niños,
los del campanero que eran ocho y los amigos que acudían a jugar y a
perderse por los ciento siete escalones que había desde los pies del
campanario hasta la entrada al terrado.
Un mirador excepcional
La azotea del campanario es otro mundo: pulcra, llena de luz y
bien cuidada, se alza como un mirador excepcional desde donde se domina
la esencia de la ciudad: los cerros que la rodean, las murallas de la
Alcazaba y San Cristóbal, y el mar como principio y fin de todo. Es
difícil entender el abandono monumental de la vieja torre, un espacio
singular que podría convertirse en lugar de referencia para las visitas
culturales que llegan al templo. Las posibilidades que ofrece son
infinitas en sus diferentes alturas, por lo que la rehabilitación debe
de ser una obra urgente, a juicio de La Voz.
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