sábado, 1 de agosto de 2009

Salvemos lo real: Cajasur / José Francisco Serrano Oceja *

Hay un principio de razón, y de fe, que nos obliga a salvar lo real. ¿Qué ha pasado en Cajasur? ¿Qué se ha salvado? ¿Qué se ha perdido? No es ésta la columna para los análisis técnicos o sobre factores que han condicionado esa fusión. Sí es una columna en la que legítimamente nos podemos preguntar cuál es la repercusión, en el interno de la Iglesia, de este nuevo orden de cosas en la relación entre el cabildo de Córdoba y, por tanto, la Iglesia en Córdoba, con la nueva entidad bancaria. Ningún análisis se puede hacer al margen de la historia. Ninguna institución humana, ni eclesial, lo es sin los nombres que la conforman.

Lo que se ha salvado en Cajasur es, en primer lugar, la naturaleza y misión de la Iglesia, que se expresa en la teología del Vaticano II que establece los principios de la relación con el mundo y la dinámica de las realidades terrenas. Garante de esta preservación ha sido el obispo de Córdoba, -que en términos civiles se diría en funciones, y que cada vez lo parece menos-, monseñor Juan Jose Asenjo. Monseñor Asenjo ha hecho todo lo posible, con la ayuda del Nuncio, y de los responsables de la Conferencia Episcopal, por frenar la intervención de Banco de España, por poner un límite a la voracidad de la política y de los políticos, socialistas desde que el socialismo democrático es socialismo, y democrático, que han tenido siempre esta caja como uno de sus más preciados y preciosos deseos. Cajasur ha cumplido, desde sus inicios fundacionales, dantes y después de transformaciones, y de cambios normativos, con la obligación de lo social. La Iglesia cuando utiliza el concepto de los social, no lo maneja con la frivolidad de esconder una ideología o un instrumento de tortura de la conciencia. Lo social en la Iglesia es lo que ocurre el día a día. Si el buen nombre de la Iglesia ha estado ligado a Cajasur para cumplir esa función social no debe permitirse que, de la noche a la mañana, se desamortice ese patrimonio. Por eso la insistencia en preservar un núcleo de ayuda y de presencia que permita seguir siendo, no en menor medida, el pulmón financiero de no pocas actividades de presencia de lo cristiano en Andalucía y , también, allende Despeñaperros.

Cuentan en la Villa y Corte que no ha sido fácil hacer entender a los gestores de la fusión, que casi parece una fisión, que Cajasur era algo más que una caja. Y que la tradicional instrumentalización que los políticos hacen de las Cajas, ampara por una legislación ad casum, no debía ser el leit motiv del supuesto que nos ocupa. La que parece entendió algunos de estos principios fue la Vicepresidenta del Gobierno, interlocutora siempre privilegiada con la Iglesia.

En los primeros días del mes de diciembre de 1999, cuando se discutía en el parlamento Andaluz la Ley de Cajas, el entonces obispo de Córdoba, monseñor Javier Martínez, escribió un texto que hoy vuelve a ser un valor en alza. Decía entre otras cosas: “Fue este deber cristiano el que dio origen en la Iglesia de Córdoba, ya en el siglo pasado, primero al Monte de Piedad y después a la Caja para sostenerlo y apoyarlo. A pesar de la enorme evolución sufrida por las Cajas en el último tercio de siglo, sobre todo como consecuencia de una injerencia creciente de la Administración del Estado en estas entidades, CajaSur ha tratado de mantener en lo posible su finalidad originaria, para la cual recibió del Cabildo de Córdoba unos fondos dotacionales que son bienes eclesiásticos, y que tienen, por su destino, una finalidad perfectamente concorde con los fines y la misión de la Iglesia. Aunque las Cajas se han asimilado con el tiempo en buena medida a otras instituciones de crédito, CajaSur tiene por su fundación unos fines, unos derechos y unas obligaciones a los que no puede renunciar, sino que debe esforzarse por mantener, e incluso cumplir de una manera cada vez más adecuada al espíritu de la fundación originaria”.

(*) Decano de Periodismo. Universidad CEU San Pablo

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