jueves, 27 de febrero de 2020

Los agricultores han dicho basta / Félix de la Fuente *

Si alguien se pensaba que con la salida Gran Bretaña, la UE iba conseguir la paz y la calma, estaba completamente equivocado. Los intereses nacionales han vuelto a hacer acto de presencia en la reunión del último Consejo Europeo, que trató de la política agrícola común (la PAC).

En cualquier comunidad, para que haya unas relaciones pacíficas, hace falta cierto grado de solidaridad, y en los últimos tiempos, tanto en España como en la EU, estamos muy escasos de esta cualidad. La agricultura, que es la hermana pobre de la economía española y europea, es la principal víctima de esta insolidaridad. Claro que los agricultores llevan razón al decir “hasta aquí hemos llegado”. 
 
Claro que los agricultores tienen derecho a manifestarse. Otra cosa es que se haya tardado tanto en llegar hasta aquí o que esas manifestaciones tengan o no alguna repercusión. Por de pronto, el derecho a manifestarse no es igual para todos. 
 
Mientras la policía recibe órdenes de dispersar a los agricultores al cabo de cuatro horas, los manifestantes a favor de la independencia de Cataluña pueden campar tranquilamente días enteros bloqueando carreteas y autopistas. Todavía hoy siguen cortando varias horas al día la Meridiana de Barcelona.

El campo español muere lentamente ante la pasividad de nuestros gobernantes. La política agrícola común, a pesar de los muchos millones que ha inyectado en el campo, ha sido un fracaso, al menos en cuanto a gran parte de España, y va siendo hora de que se estudie el problema desde otra perspectiva.

En la política agrícola común hay tres factores importantes íntimamente relacionados: el agricultor, los productos y el desarrollo rural. No se comprende el uno sin los otros. Si desaparece uno de los tres, desaparecen todos. Si desaparece el agricultor, desaparecen los productos agrícolas y se degrada el ambiente rural, al quedar abandonado. Y lo mismo se puede decir de los otros dos.
 
El agricultor y su familia son lógicamente el factor principal, y como cualquier otro trabajador, sea autónomo o no, o como cualquier profesional debe tener unos ingresos dignos, el acceso a una formación profesional, cada vez más exigente, y unas mínimas condiciones sanitarias y educativas para su familia.

En cuanto a los productos del campo, no sólo se trata de nuestro medio de subsistencia, o del papel fundamental que puede jugar en un país en una época de crisis, sino de la fuente de ingresos de agricultor, y en un mundo globalizado son un elemento clave en muchos acuerdos comerciales de la UE con terceros países. Ni España ni la UE pueden depender exclusiva o

fundamentalmente del exterior en este campo. Es decir, no cabe pensar que todo lo podemos importar de terceros países. Esto sería muy peligroso. Por otro lado, la competencia internacional en cuanto a los productos agrícolas es mucho mayor que respecto a los productos industriales o a los servicios, pues Europa no puede competir con los precios de los productos agrícolas de los países pobres. Este es un problema muy delicado que no se puede dejar en manos de la libre competencia.

Y el desarrollo rural es algo que no depende del agricultor. No es el agricultor el que abandona el campo. Es el campo el que abandona al agricultor. Si la mitad de España queda desierta, si se queman nuestros bosques por el abandono rural, si nos quedamos sin historia y sin raíces, porque la mitad de España desaparece, no miremos al agricultor, echemos la culpa a los que, en lugar de gobernar, se dedicaron a expoliar al país.

Es necesario repensar la política agrícola de España. Las condiciones que se imponen al agricultor del centro de España para recibir las ayudas, no pueden ser las mismas que las que se le exigen agricultor de las tierras fértiles de Francia o de Murcia. ¿No se puede compaginar actividad del campo con otro trabajo para recibir estas ayudas?
 
 Pero ¿con qué otra actividad puede compaginar su trabajo el agricultor español si no hay posibilidades de una actividad complementaria en cien quilómetros a la redonda? Las nuevas tecnologías o las energías renovables ¿no podrían llevar vida al campo?

¿Tendrán que crearse en el campo nuevos puestos políticos -que pagaríamos todos- para que el agricultor pueda subsistir?


Ya era hora de que el agricultor dijera “Basta”.
 
 
(*) Ex funcionario del Parlamento Europeo

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