En la misma medida en que sea abolida
la explotación de un individuo por otro, será abolida la explotación de
una nación por otra. Al mismo tiempo que el antagonismo de las clases en
el interior de las naciones, desaparecerá la hostilidad de las naciones
entre sí."
Karl Marx
Hoy quiero invitarlos a reflexionar sobre un asunto que, si bien es
evidente, se discute y analiza precariamente desde los medios masivos de
comunicación: la pérdida de representatividad popular de la izquierda
en occidente.
Esta disociación con la realidad del pueblo, que no ha
pasado desapercibida para los analistas políticos, los movimientos
sociales y los resultados electorales, pone de manifiesto el cambio
profundo en las prioridades y estrategias de un espectro político que,
históricamente, había sido el portavoz de las clases trabajadoras.
A pesar de ésto, hoy parece haber reorientado sus esfuerzos hacia
otras "luchas", dejando en el camino una parte significativa de sus
bases tradicionales: este desplazamiento nos ha suscitado preguntas
fundamentales: ¿Cuáles son las causas de este alejamiento? ¿Cómo ha
impactado en la relación de la izquierda con sus bases tradicionales? Y,
sobre todo, ¿qué implica esta transformación para el futuro de los
movimientos progresistas en un mundo que sigue estando marcado por la
desigualdad y la fragmentación social?
Todos hemos sido testigos en los últimos años de un desplazamiento en
las prioridades y bases sociales de la izquierda política:
tradicionalmente arraigada en la defensa de las clases trabajadoras y
las luchas por la justicia social, la izquierda posmoderna ha decidido
centrar gran parte de su energía- por no decir toda- en causas asociadas
a agendas corporativas y globalistas más preocupadas por el uso del
"elle" que por la remuneración digna, el acceso a la vivienda, a la
salud pública y a la educación de calidad para todos.
Este mandato
cultural incluye cuestiones de identidad de género, diversidades
sexuales, diversidad cultural, campañas referidas a la legalización del
aborto, la posibilidad de hormonar niños para su cambio de género, al
cambio climático y un enfoque bastante precario desde el punto de vista
crítico hacia la historia y los privilegios sociales.
Aunque estas agendas pueden tener, para algunos, una relevancia
indiscutible, su adopción y importación por bastantes países
occidentales ha generado tensiones internas y una desconexión total con
las demandas materiales de las bases tradicionales de la izquierda, como
la lucha contra la precariedad laboral, el avasallamiento de los
derechos que protegen la dignidad humana y las desigualdades económicas.
Ahora bien, es preciso que, desde la filosofía, nos preguntemos:
¿Cómo pasamos de Marx a Greta Thunberg? Esta pregunta es esencial, dado
que Karl Marx, en su "Manifiesto del Partido Comunista" afirmaba que "la
historia de todas las sociedades, hasta nuestros días, es la historia
de la lucha de clases" (Marx & Engels, 1848/2009, p. 14).
En su
visión, el proletariado constituía el sujeto histórico destinado a
transformar el sistema capitalista.
Sin embargo, en el contexto actual,
la narrativa de la izquierda se ha fragmentado-por no decir diluido-
hacia una pluralidad de demandas identitarias minoritarias, un giro que
autores como Nancy Frases han descrito como un "capitalismo progresista"
(The Old Is Dying and the New Cannot Be Born, 2019) mientras que en
Argentina les decimos "hippies con OSDE", es decir, chicos bien
acomodados, burgueses bien comidos que jamás pasaron necesidades, pero
que militan, desde una izquierda falopa, agendas foráneas en lugar de
intentar transformar la realidad de su propio barrio.
Esta transición ha aniquilado el eje central de la lucha de clases,
reemplazandolo por una multiplicidad de pseudo-luchas que, si bien serán
importantes para algunas minorías, no siempre abordan directamente las
desigualdades económicas estructurales que nos afectan a todos por
igual.
Reflexionar sobre este cambio implica considerar las tensiones
entre una perspectiva universalista que cree en los unicornio y las
demandas particulares que caracterizan las políticas actuales.
Aquellas "luchas de clase" han sido progresivamente eclipsadas por
debates culturales que no siempre se relacionan con la explotación
económica y la injusticia naturalizada. Este fenómeno fue abordado por
Wolfgang Streeck, quien en su obra How Will Capitalism End? (2016)
indica que la fragmentación de los intereses colectivos ha debilitado la
capacidad de la izquierda para movilizarse contra el capitalismo
global.
Más aún, todo pareciera indicar que dicha lucha no tiene asidero
para una clase política que se ve más concentrada en implementar el uso
de una letra determinada para llamar a un masculino, un femenino o un
no binario que para defender derechos fundamentales que siguen siendo
pisoteados, pero tapados, por una ola de humo verde y multicolor.
A esta crítica se suma también Slavoj Žižek, quien en Like a Thief in
Broad Daylight (2018) nos advierte que el énfasis en las políticas
identitarias a menudo conduce a una especie de "fetichismo ideológico",
desviando el foco de atención de las dinámicas estructurales del poder
económico.
En otras palabras, queridos lectores, mientras que el
legislador de izquierda, que entró al Congreso por cupo y no por
cantidad de votos, está concentrado en "preocupaciones" que le impone
George Soros desde un penthouse de Nueva York al mismo tiempo que en su
país hay una cantidad considerable de niños que no cenaron anoche.
Por su parte, y retomando a Fraser, esta "deriva" de la nueva
izquierda rotulada como "capitalistas progresistas", ha permitido al
neoliberalismo absorber y cooptar las demandas culturales de las
minorías presentándolas como sustitutos de la justicia social.
Desde
este punto de vista, el neoliberalismo habría logrado convertir estas
pseudo-demandas de la sociedad en "mercancías culturales", es decir, en
productos que pueden ser consumidos sin cuestionar las bases
estructurales de la desigualdad.
Un ejemplo de ello es la promoción de
la diversidad en las corporaciones, que a menudo se limita a iniciativas
superficiales que no afectan en absoluto los sistemas de explotación
laboral: este fenómeno no hace otra cosa que reforzar el capitalismo al
presentar un rostro inclusivo mientras que sigue perpetuando las
desigualdades económicas subyacentes.
Complementariamente, Mark Fisher, en su obra "Capitalist Realism"
(2009), sostiene que el capitalismo tiene una habilidad excepcional para
integrar y neutralizar las críticas culturales, convirtiéndolas en
parte de su maquinaria.
Desde esta perspectiva, las iniciativas que
promueven una inclusión direccionada a minorías elitistas, pueden ser
absorbidas por el sistema como "marcas del progreso", desviando así la
atención de las dinámicas estructurales del poder económico y reduciendo
las luchas sociales a propaganda de Disney.
Este proceso es
particularmente evidente en la industria del entretenimiento, donde las
narrativas sobre diversidad racial y sexual suelen servir más como
estrategias de marketing que como herramientas para un cambio social
auténtico.
Por último, al menos en este aspecto que venimos desarrollando,
tenemos los aportes de Byung-Chul Han (La sociedad del cansancio, 2010),
que no ha parado de señalar cómo el individualismo promovido por el
neoliberalismo, con la total anuencia de la izquierda progresista,
fragmenta las luchas colectivas, debilitando la capacidad de ciertas
minorías para articular demandas estructurales.
Han argumenta que la
obsesión posmoderna con la auto-optimización y el éxito personal
mediante la auto-explotación, refuerza esta lógica, dejando poco espacio
para cuestionamientos sistémicos. La izquierda, en lugar de percibir
este modo decadente de vida y criticarlo, ha decidido inclinarse por
demandas culturales de minúsculos reductos snob que las transforma en
opciones de consumo individual, desactivando su potencial
pretendidamente disruptivo.
Esta involución ha generado tensiones y un distanciamiento de las
bases tradicionales de la izquierda, que se sienten abandonadas frente a
problemas materiales concretos como el desempleo, la precariedad
laboral, la pésima calidad de los servicios públicos y la insoportable
desigualdad económica.
Tal como sostenía David Harvey, "el
neoliberalismo ha redefinido nuestras prioridades, de modo que las
luchas por la justicia económica se diluyen en el océano de la política
cultural" (A Brief History of Neoliberalism, 2005). Esto quiere decir
que, mientras los movimientos progresistas celebran "logros" en su
agenda cultural, una parte significativa de la población sigue
enfrentándose a la inseguridad económica y a la pérdida de derechos y
garantías básicos que, históricamente, habían sido el centro de las
reivindicaciones de una izquierda que miraba más a las fábricas que a
las estrellas de Hollywood.
En este punto del debate, es preciso que nos preguntemos: ¿Cuáles son
las consecuencias de la desconexión de la izquierda con la realidad
fáctica? Pues bien, la consecuencia más visible de este cambio es el
aumento del apoyo a partidos populistas de derecha, que han logrado
captar a sectores tradicionalmente identificados con la izquierda.
Queda
claro también que el abandono de la lucha por la verdadera justicia
social por parte de la izquierda ha dejado un vacío que los partidos de
la nueva derecha han explotado al prometer soluciones más concretas a
los problemas reales por los que atraviesan las clases trabajadoras.
En fin, somos conscientes acerca de la profundidad de este
dislocamiento intencional que la izquierda enfrenta, desde hace mucho
tiempo, lo cual la llama hacia un desafío histórico: reconciliar su
tradición de lucha por los derechos de los trabajadores con las demandas
de una sociedad cuyo problema esencial no es su creciente "diversidad",
sino un sinnúmero de derechos que antes protegían la dignidad de los
pueblos y ahora son considerados un lujo por parte de los defensores de
la política del "sálvese quién pueda".
(*) Filósofo y profesor