Las
relaciones de amistad se han tornado hoy, en gran parte, en telemáticas
como sustitución de las telefónicas y telegráficas, que suplieron en
parte a las necesariamente presenciales, en el siglo XX o, a lo sumo,
postales desde mucho antes para sujetos que estaban lejos en el
espacio.
Muchas
amistades de hace tiempo distantes se han podido recuperar al ser ahora
telemáticas, evitando así perderlas por no frecuentarlas o
redescubriéndolas desde otra perspectiva distinta.
La
tecnología actual de mensajería instantánea ha multiplicado
exponencialmente los contactos con las amistades de verdad o con las
coyunturales en razón de épocas de intereses comunes, con más o menos
conocidos, aspirantes a ser supuestos amigos nuestros por afinidad y/o
empatía.
Algo
que pasa conforme se cumplen años y se amplía el círculo a la par que
se avanza en experiencia y sabiduría. Y se es más selectivo en busca de
aportaciones a las necesidades de nuestro espíritu antes que a cualquier
otra cosa tangible y mundana.
Las
relaciones sociales son otra cosa y no implican amistad con quienes son
solamente conocidos si, a la postre, no construyen ese lazo poco a
poco y te hacen sentir cómodo por una pura cuestión de carácter. En
cualquier caso, un conocido es una categoría muy inferior al amigo, que
suele ser de siempre aunque también van surgiendo durante nuestro
periplo vital.
Porque
la verdadera amistad implica afecto desinteresado fortalecido por el
trato, es incondicional, leal, solidaria, sincera, comprometida,
cooperativa... requiere de un vínculo emocional, sentimiento positivo y
estable, que se cultiva con ese trato asiduo, duradero, y de interés
recíproco a lo largo del tiempo, muchas de las veces debido precisamente
al carácter de cada cual. Tener con la edad los amigos justos y
necesarios no es precisamente de necios.
Requiere
mutualidad de apoyo, escucha, respeto, empatía, honestidad y lealtad
dentro de una relación especial y estrecha de dos que se preocupan
reciprocamente. La verdadera amistad guarda secretos, no inicia rumores,
no comparte la confidencia y evita hablar mal del otro con terceros y,
siempre, está al lado nuestro durante todos los desafíos de la vida.
La
amistad puede ser siempre por tres causas: utilidad, placer o virtud,
según un clásico. Y resulta esencial y un profundo vínculo emocional,
estable y saludable, extremos todos cruciales porque nos ayudan a crecer
en espíritu y a nuestro bienestar, hasta alcanzar la longevidad.
Pero
ojo, también hay, al menos, tres clases de amigos: los que están a
favor de lo mismo que nosotros; los incondicionales y aquellos a los que
nos une un enemigo común. Los demás no son amigos aunque puedan llegar a
serlo si hacen méritos y alcanzan nuestra bendición.
Porque
como seres sociales, aparte de emocionales, los amigos son una familia
confiable que escogemos con el corazón. Una red de apoyo que ayuda a
desarrollar el sentido de pertenencia. Por algo, cuando la amistad es
sana se preocupa más por el bienestar del otro, lo que no tiene precio
entre gentes de una mínima buena calidad humana, esa que escasea tanto
hoy ante la ausencia de valores.
Un
verdadero amigo nos hace sentirnos apreciados cuando nos orienta,
alienta, tranquiliza y nos escucha con empatía y atención personalizada,
dando importancia a todo aquello que le confiamos. Es ese hombro que se
necesita en los peores momentos para desdramatizar y relativizar
nuestra congoja. No hay más.
La
similitud es fundamental para la amistad porque fomenta la
compatibilidad y mantiene las recompensas de la afiliación. Selecciona,
da sensación de pertenencia y sentido de finalidad, por lo que produce
felicidad y reduce el estrés, mejora la autoconfianza y la autoestima
porque escoge personas que creen en uno y le animan a perseguir sus
sueños. Lo contrario son relaciones llamadas ahora tóxicas y de las que
se debe huir siempre, evitando compasiones mal entendidas.
Pero
no hay motivos para pensar que los amigos sean menos importantes que
las parejas románticas, esos sentimientos son algo distinto que fluye
más lentamente que la amistad. Cierto que algunos amores surgen de esa
amistad verdadera a partir de que madure y tienda a elevarse hacia la
profundización en el conocimiento interior del otro hasta enamorarse
desde una admiración previa necesaria y llegar a quererse como pareja en
el sentido pleno en el que se debe entender esta figura al margen de
convencionalismos rancios que alimentan la hipocresía.
La
comunicación telemática, es cierto, facilita el desarrollo de la
amistad debido al contacto más regular, fomenta viajes, respeto,
confianza, empatía emocional, honestidad, interés por lo que nos cuenta
el otro, tolerancia a sus creencias y/o ideología. Ayuda a evitar la
sensación de soledad y a compartir lo bueno. Pero en exceso de
relaciones banaliza el concepto esencial de amistad con quienes no lo
eran desde antes de la tecnología actual.
Te
considera amigo telemático quien te envía mensajes de texto todo el
tiempo, siempre está ahí, te llama sin avisar pero respeta tu
independencia, combate tu soledad y te mantiene sano en cuerpo y mente.
En casos, negar amistad a alguien que, en verdad, lo merece, es lo peor
que se puede hacer a una persona de bien aún tratándose de una amistad
puramente telemática surgida de la ocasión.
La
amistad perfecta es aquella cuya naturaleza se cumple plenamente y se
fundamenta en el bien de los amigos, de acuerdo con el filósofo griego
Aristóteles. No existe relación, en ese caso, de poder ni temeridad
debido a un vínculo muy sólido y exitoso, que nos hace crecer, nos
reconoce por nuestras diferencias y nos valora por quien somos y no
por lo que tenemos o podemos hacer de favores desde una situación
social, o política, influyente.
Esos
amigos perfectos no nos mienten ni nos incitan a abdicaciones. No
actúan por intereses propios incompatibles con el bien común ni por
conveniencia política. Porque disfrazarse de amigo no deja de ser una
canallada a la confianza para el que va de buena fé. Por eso, tomar
cariño a quien no lo merece, fuerza una especie de amistad
necesariamente frágil y sin futuro.
Y
finalmente, dos reflexiones: privar de nuestra amistad a alguien que
nos la requiere por las redes, porque la necesita, puede llegar a ser
cruel sin una razón suficiente que lo justifique.
Y
dejar de cultivar, sin motivo consciente, una amistad que merece la
pena, hace que ésta se seque y termine muriendo aunque conserve la forma
de una máscara aparente pero vacía.
(*) Periodista y profesor