El histórico discurso del vicepresidente de EEUU en la Conferencia de Seguridad de Múnich ha alborotado el gallinero del apparatchik
político-periodístico europeo, cuyos miembros andan de aquí para allá
tropezando unos con otros, cacareando plañideros cosas sin sentido y
reuniéndose «de emergencia» (¡nos atacan!) convocados por Macron en su
desesperado afán de protagonismo sólo para hacerse una foto.
Debemos
tomarnos todo este teatro con sentido del humor: parafraseando a un
sabio del s. XVI, las farsas del contubernio político-periodístico «son
como las moscas, que no son molestas por su fuerza, sino por su
multitud».
En realidad, y como suele ocurrir, la histérica
reacción que ha producido el discurso de Vance es proporcional a las
verdades que éste contiene. En efecto, el norteamericano se ha limitado a
poner a Europa frente al espejo, iluminando las hipocresías y cinismos
que inundan esta UE que se desliza hacia la tiranía y cuyo modelo es,
como queda cada vez más patente, la URSS.
La verdad a veces duele,
pero siempre libera; la mentira, por el contrario, siempre esclaviza,
aunque parezca atractiva. El sabor de la verdad es en ocasiones amargo,
pero cura; la mentira parece dulce, pero envenena. Así, no debe
sorprender que, en una Europa entregada al Lado Oscuro y plagada de
mentiras cada vez más grotescas, la libertad sea atacada, y la verdad,
perseguida.
UE: si no me gusta el resultado, anulo las elecciones
En
definitiva, el pecado imperdonable que cometió Vance fue decir la
verdad: la mayor amenaza para los ciudadanos de Europa no está fuera de
sus fronteras sino dentro, en la forma del preocupante retroceso en
libertades personales que estamos sufriendo.
Habló de Rumanía,
cuyas elecciones fueron alucinantemente anuladas por su Tribunal
Constitucional ―controlado por el gobierno― cuando las encuestas
apuntaban a una victoria del candidato opositor, que había quedado en
cabeza en la primera ronda.
El argumento esgrimido, escasamente original
(recuerden la primera victoria de Trump en 2016), fue una supuesta
injerencia rusa en la campaña: algunos informes de inteligencia
desclasificados se limitaban a crear un halo de «endebles sospechas» en
medio de «una enorme presión de sus vecinos europeos», en palabras de
Vance, sin aportar una sola prueba (como reconoció hasta el New York Times).[1]
Naturalmente,
la razón real es que el probable ganador de las elecciones era
euroescéptico y, lo que es aún peor ―pobre diablo―, de derechas (para
periodistas: de ultraderecha). El escándalo en Rumanía ha sido tan
mayúsculo que, tras multitudinarias manifestaciones y la unánime repulsa
de todos los partidos de la oposición, el presidente rumano se ha visto
obligado a dimitir la víspera de que se votara su cese en el
Parlamento.
Lo más grave es que este golpe de Estado en Rumanía
―no merece otro nombre― ha contado con el apoyo de la UE. Por un lado,
el ideologizado Tribunal Europeo de Derechos Humanos (no confundir con
el Tribunal de Justicia de la UE de Luxemburgo) ha rechazado amparar al
candidato al que habían robado las elecciones.
Por otro, la presidenta
de la Comisión ha mantenido un silencio cómplice mientras el lenguaraz y
zoquete excomisario Thierry Breton, conocido por su escaso amor a la
libertad, ha aceptado implícitamente el papel de la UE: «Lo hicimos en
Rumanía y, obviamente, tendremos que hacerlo en Alemania si es
necesario». Es decir, que, si los resultados de las elecciones en un
país miembro no convencen a Bruselas, la UE hará lo posible por
neutralizar la amenaza.
En Europa es delito rezar en silencio
El
vicepresidente norteamericano también habló de legislaciones
liberticidas aprobadas en el seno de Europa. Mencionó, por ejemplo, el
caso de un hombre de 51 años detenido y condenado en Reino Unido por
rezar en silencio a 50 metros de una clínica de abortos vulnerando una
ley que prohíbe hacerlo a menos de 200.
Esta persona «no había
obstaculizado el paso a nadie ni interactuado con persona alguna, sino
que se había limitado a rezar en silencio» ―aclaró Vance― arrepentido
por el aborto del hijo que él y su entonces novia esperaban años atrás.
Vance
también denunció que Escocia había aprobado una ley que advertía a
quienes vivieran dentro del «área prohibida» de un centro de abortos que
no podían rezar dentro de su propia vivienda si ello era visible o
audible desde el exterior, y animaba a quienes creyeran que se estaba
vulnerando la ley a denunciar a sus vecinos (como en el covid).
Vance
insinuó que estas leyes recordaban más a las de regímenes totalitarios
nazi y comunista que a las de una democracia liberal, pero ¿acaso no es
así?
Utilizando una vez más referencias implícitas o explícitas a
la creciente similitud de la UE con la Unión Soviética, el
vicepresidente norteamericano también lamentó que los «komissars»
de la Comisión Europea hubieran amenazado con cerrar el acceso de los
ciudadanos a las redes sociales en caso de desorden civil si detectaban
«contenidos de odio», eufemismo totalitario que sólo funciona
unidireccionalmente, es decir, para perseguir al disidente cuando
critique las consignas impuestas por el poder.
El doble rasero de la UE
En
esta deriva totalitaria la UE aplica un doble rasero que desnuda su
sesgo ideológico. En efecto, la UE persiguió sin descanso al anterior
gobierno de Polonia acusándole de socavar el Estado de Derecho y querer
controlar su Tribunal Constitucional. Casualmente, el partido entonces
en el poder en Polonia era euroescéptico, de derechas y, encima —Dios
nos libre—, católico.
En España, sin embargo, la UE no hace
absolutamente nada con Sánchez, que ataca constantemente la
independencia del poder judicial, intenta aprobar una ley de impunidad
para las presuntas corruptelas de su familia (lo que entiendo como un
reconocimiento tácito de culpabilidad) y controla férreamente un
Tribunal Constitucional absolutamente politizado, desprestigiado y
pervertido por su presidente, un personaje sin escrúpulos que parece
bordear peligrosamente la prevaricación (como ya le ha advertido el
Supremo). ¿Y por qué no hace nada la UE? Porque Sánchez es uno de los
suyos.
Desinformación
El
vicepresidente norteamericano también denunció el uso de «feas palabras
de la época soviética» como «desinformación», detrás de las cuales «se
esconden intereses» ocultos destinado a coartar la libertad de
expresión.
En este sentido, puso como ejemplo la censura sufrida durante
años en medios y redes de cualquier mención a un origen no zoonótico
del covid, con aquel ridículo pangolín que aún sigue en busca y captura.
Hoy la idea de que la epidemia del covid surgió como consecuencia de un
escape biológico en un laboratorio de Wuhan es aceptada
mayoritariamente, aunque fuera bastante obvia (como defendió este blog
en su día)[2]. Lo mismo ha pasado con la inmensa mayoría de las «teorías de la conspiración» del covid, que han resultado ser ciertas.
La
libertad es justo lo contrario que censurar una opinión o un dato
tachándolo de desinformación: significa respetar la verdad, aunque nos
incomode o pruebe que estábamos equivocados, y defender el derecho del
otro a expresarse libremente, aunque estemos en desacuerdo. En este
sentido, debemos advertir una vez más sobre la alianza liberticida entre
la política y el periodismo[3].
La imperdonable crítica a Davos
Un
perro ladra cuando atacan a su amo. Quizá por ello, probablemente el
mayor pecado cometido por Vance a ojos de los medios haya sido su
crítica a los mesiánicos megalómanos de Davos que controlan la agenda de
la UE, a la que quieren convertir en el primer experimento real de su
despótico gobierno mundial.
El vicepresidente norteamericano había
manifestado su incredulidad por el modo en que la UE despreciaba y
censuraba la opinión de sus propios ciudadanos, recordando que «la
democracia se apoya en el principio sagrado de que la voz de los pueblos
importa» y añadiendo: «no hay lugar para firewalls: o bien se
defiende el principio o no se defiende», pues «creer en la democracia
implica comprender que cada ciudadano tiene una voz».
Es en este
contexto en el que Vance criticó a Davos: «Contrariamente a lo que
puedan escuchar un par de montañas más allá en Davos, los ciudadanos de
nuestros países no se ven a sí mismos como animales educados o como
engranajes intercambiables de la economía global».
Qué quieren que les
diga: no se puede definir mejor la descomunal soberbia de los líderes
europeos y sus titiriteros de Davos, que sienten un enorme desdén hacia
el ciudadano corriente.
Que la UE «huye de sus propios votantes»
no es nuevo. Recuerden lo ocurrido hace 20 años con el proyecto de
Constitución Europea. Al principio se quiso someter el texto a
referéndum en cada uno de sus países miembros. Sin embargo, tras la
contundente victoria del «no» en Francia y Países Bajos (a pesar de la
sesgada campaña mediática), la UE decidió cancelar bruscamente la
celebración de más referéndums y cambió de táctica: copió gran parte del
texto en el «Tratado» de Lisboa (eliminando el término «Constitución») y
limitó su ratificación a los Parlamentos, evitando preguntar de nuevo
su opinión a los ciudadanos.
El elefante en la habitación
Vance
también habló de uno de los mayores problemas de Europa: la inmigración
desbocada, «una decisión consciente tomada por políticos» sin que jamás
se haya consultado a los ciudadanos europeos: «Ningún votante de este
continente dio su consentimiento en las urnas para abrir las compuertas a
millones de inmigrantes incontrolados».
En realidad, este es sólo
un ejemplo de cómo la UE funciona completamente a espaldas de sus
ciudadanos, paradigma del gobierno mundial soñado por los chicos de
Davos. ¿Cuándo hemos votado los ciudadanos europeos dar este inmenso
poder a una opaca organización dirigida por burócratas no electos que
nos defecan —perdonen la metáfora— regulaciones absurdas y tiránicas de
forma incontinente?
¿Cuándo hemos votado la imposición de
ideologías enormemente dañinas que afectan a nuestras más preciadas
creencias y a la educación de nuestros hijos? ¿Cuándo hemos votado que
la Unión Europea maneje un presupuesto de 300.000 millones de euros que
salen de nuestros impuestos en un ambiente de penumbra que posiblemente
haya convertido a Bruselas en una de las capitales mundiales de la
corrupción? ¿Cuándo hemos votado estar sometidos a los diktats
de una burocracia formada por 200.000 personas y dado poder a esta
sedicente élite para prohibirnos comprar coches de gasolina o diésel a
partir de 2035 y obligarnos a comprar coches eléctricos, muchos más
caros, contaminantes e ineficientes, que nos impedirán viajar por
carretera?
Ésta es la realidad de la UE, una decepción gigantesca y
una peligrosa dictadura en ciernes que ha secuestrado a nuestra querida
Europa y está robando nuestra libertad por la puerta de atrás. Que haya
tenido que venir alguien del otro lado del océano a sacudirnos el
hechizo como un soplo de aire fresco en este sofocante desierto europeo
resulta elocuente.
La claustrofóbica falta de libertad en Europa
Por
último, el vicepresidente norteamericano ha reivindicado «las
extraordinarias bendiciones que trae consigo la libertad, la libertad de
sorprender, de equivocarse, de inventar, de construir», mientras
denunciaba las opuestas políticas que rigen Europa, con sus asfixiantes
regulaciones y sus imposiciones ideológicas: «No se puede imponer la
innovación o la creatividad, de igual modo que no se puede forzar a las
personas qué deben pensar, que deben sentir o qué deben creer».
Naturalmente,
supongo que la católica osadía de Vance al citar a Juan Pablo II habrá
exacerbado la crítica de la clase dirigente europea, nihilista y atea,
la misma que decidió borrar cualquier mención histórica al cristianismo
en su malhadada Constitución como si no hubiera sido la piedra angular
de nuestra gran civilización.
Sin duda, a Vance puede criticársele
que divinice el concepto de democracia y lo confunda con el de
libertad, algo habitual en la retórica política, o que confunda la
psicología del individuo y la inquebrantable dignidad intrínseca de la
persona, sujeto de derechos inalienables, con la psicología de la masa
manipulada por la propaganda, pero no que haya dicho ninguna mentira.
«No
tengáis miedo», nos recuerda Vance que dijo Juan Pablo II. Como
pensador católico que soy, permítanme otro guiño cómplice a aquel gran
pensador que fue santo: no tengamos miedo nunca de defender el esplendor de la verdad, pues sólo la verdad nos puede hacer verdaderamente libres (Jn 8, 32).