lunes, 16 de diciembre de 2019

¿Qué quiere ser el PP? / Andrés Ortega *

El gran éxito político de José María Aznar fue unir en el seno del Partido Popular del centro derecha a la extrema derecha. Ahora este esquema se ha roto. Le ha surgido por el centro, un competidor, Ciudadanos, aunque el PP está satisfecho no sólo de haber evitado un sorpasso, lo que se ha debido en buena parte a la falta de visión y derechización de Albert Rivera, y a que, como escribí hace más de cuatro años en este mismo diario, este no es país para liberales.

C’s se ha reducido a un mínimo, y está por ver su futuro. Y por la derecha, al PP le ha surgido una escisión, Vox, que algunos en el PP ven como un suflé, en lo que se pueden equivocar, sobre todo si el tema catalán no abate. En estas condiciones, ¿qué quiere ser el PP? Aunque las condiciones son muy diferentes, haría bien en mirar a Francia, a lo que les está pasando a los republicanos, atrapados entre el social-liberalismo modernizador y europeísta de Macron, y el lepenismo.

Es importante para la suerte de la democracia española qué PP tengamos. Pues aunque ya no pueda ser solo, tras el declive del bipartidismo, el PP, como bien dice Pablo Casado, es "es la alternativa sistémica e institucional al PSOE", excluido un gran acuerdo.

Probablemente cómo evolucione la cuestión catalana —y para ello las próximas elecciones en Cataluña pueden ser determinantes— determinará la política española, y, por tanto, la suerte del PP. Pero para empezar, el PP debería reflexionar sobre el hecho de que en las elecciones del 10 de noviembre sólo obtuvo un escaño en el País Vasco y dos (como Vox) en Cataluña. ¿Se puede pretender gobernar España desde esta situación? Ya hemos visto a dónde nos ha llevado esa senda.

En el PP hay una clara tensión interna entre los que quieren un giro al centro y los que creen que le pueden disputar el terreno a Vox con un discurso de derecha radical, que incluye el centralismo. Casado ha ido pasando de uno a otro y vuelta, y ahora actúa un poco como un corcho flotando. Probablemente tiene el PP que intentar ambas cosas a la vez, pero no está claro que sea posible, de nuevo, salvo que la cuestión catalana se encone aún más.

Debe repensar su oposición a reformar la Constitución, necesaria al menos desde 1993-1996, y perentoria a partir de 2004, en algunas cuestiones básicas. La podría haber abordado cuando tenía mayoría absoluta (y algunos se arrepienten de no haberlo planteado entonces). Aunque con el PP en la oposición, tal reforma —no sólo para volver a encauzar la cuestión catalana, sino para mejorar la democracia—, va a resultar mucho más difícil.

Haber pactado con Vox en muchos lugares le puede pasar factura al PP. Ya se la está pasando en cuanto a credibilidad europea. Pero, además, el gran peligro de Vox —que ha tenido mucho voto joven y de protesta o de ira— está en su capacidad de marcar y contaminar el debate nacional en temas con el retroceso en el Estado de las Autonomías, el papel de la mujer, y, en general, un cierto tradicionalismo o la inmigración.

El discurso económico no lo tienen aún trabajado los de Abascal. Ha pasado en otros países. La derecha radical de Le Pen contaminó al centro derecha gaullista (ahora Republicanos) e incluso a la izquierda. La derecha más radical se ha ido del PP, más en términos de militantes que de votantes. No es tan fácil que vuelva. Y esta es una oportunidad para el PP de centrarse, no de derechizarse aún más.

Pues a pesar de que los votantes del PP y de Vox sean aún muy parecidos, y la división entre izquierdas y derechas haya marcado las últimas elecciones (con el tema catalán en medio), el centro sociológico sigue existiendo, en España y otros lugares, aunque pase por expresarse políticamente. En España le corresponde ahora tocar suerte en el gobierno a las izquierdas, en unos momentos difíciles en términos económicos y de Estado.

Se la juegan con una mayor justicia social en una poscrisis que tanto ha cambiado y que ha generado nuevos desprotegidos, el nuevo precariado; con una transición ecológica justa; con una modernización y digitalización del sistema productivo, y sobre todo, con Cataluña (el País Vasco y otras cuestiones territoriales). Es decir, con un proyecto para España al que hay que atraer también al PP.


(*) Escritor, analista y periodista




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