MADRID.- “El pasado 27 de marzo cumplí 51 años. Ese mismo día fue el funeral de mi hijo”.
Lo cuenta con un nudo en la garganta Juanjo Jiménez. Es el padre de
Alejandro, el legionario mallorquín de 22 años fallecido en Agost
(Alicante) durante unas maniobras con fuego real. Un trágico suceso cuya
versión inicial dada por los testimonios dista mucho de los resultados
de la investigación posterior. A Juanjo le contaron que todo había sido
un desgraciado accidente. Supuestamente, durante el ejercicio, una bala
había rebotado en una piedra y le había perforado una axila,
provocándole heridas fatales en el pulmón. Hasta la ministra de Defensa
le dio esa explicación al padre del joven. Ahora, tras el levantamiento
del secreto sumarial, Juanjo sabe que las cosas no sucedieron como le
habían contado.
La misteriosa muerte del caballero legionario
Alejandro Jiménez el pasado 23 de marzo sigue sin resolverse. De hecho,
cada vez hay más datos que ponen en duda la versión oficial. La
instrucción del caso ha puesto de manifiesto numerosas irregularidades y
contradicciones entre testimonios, así como actitudes entre lo
militares involucrados que “entorpecen en lugar de ayudar. Pero yo lo
tengo claro: llego hasta el final. No pienso parar hasta que alguien se
ponga frente a mí y me diga a la cara que paso tal y tal cosa. No voy a
parar hasta que se sepa la verdad”, sentencia el padre del legionario
muerto en una conversación con El Español.
Juanjo es piloto de helicópteros desde hace más de
30 años. Pasó 12 en el ejército, pero ahora vive en Jerez y se dedica al
salvamento marítimo en el estrecho de Gibraltar. El 23 de marzo le
tocaba volar en el turno de noche. Estaba paseando a su perro cuando
recibió la fatídica llamada: su hijo Alejandro, legionario en el cuartel
de Viator (Almería), había tenido un accidente durante unas maniobras y
estaba muy mal.
“Cogí solamente una muda y me monte en el coche camino
de Alicante. Llevaría una hora de trayecto cuando me llamaron para
decirme que mi hijo había muerto”, cuenta todavía con la voz quebrada.
Por la axila
“Cuando llegué al cuartel me contaron la versión de
lo que pasó, pero yo ni me la creí ni me la dejé de creer. Estaba en
shock. Lo único en lo que yo pensaba era en que mi único hijo había
muerto”, rememora Juanjo. Lo que le explicaron fue que su hijo estaba
haciendo un ejercicio de adiestramiento con fuego real junto a otros
compañeros, y que había muerto por el impacto de una bala de un fusil HK
del calibre 5,56 que había rebotado en una piedra y se le había colado por la axila,
uno de los poco sitios en los que el chaleco no le protegía. “¿A quién
le ha hecho tanto mal mi hijo para tener tanta mala suerte?”, pensó
Alejandro.
El 27 de marzo, cumpleaños de Juanjo, se celebró el
funeral de su hijo. Pero no permitieron que se incinerase el cuerpo. El
juez militar de Almería que se hizo cargo de la investigación detuvo el
proceso hasta que le sacasen al chico el proyectil que llevaba alojado
en su interior. Hasta el viernes no pudo ser incinerado. Fue ahí cuando a
Juanjo se le empezaron a encender las alarmas.
“Me resultaba raro ver
que un juez tardaba tanto en dejar que incinerasen a mi hijo y que
decretase secreto de sumario. Un juez al que le estoy muy agradecido
porque ha ido a conocer la verdad por encima de todas las cosas y de
todas las presiones que habrá recibido. Igual que la Guardia Civil, que
también ha visto como les entorpecían su trabajo”, resume ahora Juanjo.
El secreto sumarial se levantó parcialmente en
junio. Un mes después, se levantó de forma total. Fue ahí cuando
Alejandro se dio cuenta “de que era cierto lo que me advertía la Guardia
Civil, a los que les agradezco infinito su trabajo. Me decían que, en
el caso de mi hijo, alguien estaba mintiendo desde el principio”. Un
cúmulo de irregularidades y pruebas que dejaban en evidencia la versión
que habían dado los superiores de Alejandro sobre el suceso.
La más
importante de todas: al chico no le había entrado ninguna bala rebotada
por la axila. “Había recibido un impacto de bala directo en un pectoral.
Eso demuestra que estaban mintiendo a conciencia, porque ellos sabían
perfectamente dónde estaban taponando la herida. Sabían perfectamente
que era el pecho y no la axila, como luego sostuvieron”.
Las placas metálicas
La otra gran irregularidad fue “que las placas metálicas que deberían estar protegiendo el chaleco estaban guardadas en un cajón desde 2012.
Si la hubiese llevado puesta, todo se habría saldado con una fractura.
Pero habría salvado la vida.
Luego me enteré de que no se suelen poner
esas placa nunca, que sólo las utilizan cuando el mando les ordena hacer
un ejercicio en el que quiere que lleven más peso. No sé si es porque
se creen que como son legionarios tienen que ir a pecho descubierto”.
El proyectil que quedó alojado en el interior del
cuerpo del chico permitió determinar a quién correspondía el disparo:
“Era del sargento. Ahí encontré otra mentira: todos testificaron que en
ese ejercicio,, ni los oficiales ni los suboficiales habían disparado un
solo tiro. Pero los de balística de la Guardia Civil concluyeron que la
bala que mató a mi hijo la había disparado su sargento”, cuenta
Alejandro tras haber consultado el sumario.
Añade además, que “ni el
sargento, ni el teniente, ni el capitán colaboraron en ningún momento
con la investigación. Al contrario. El sargento sigue sosteniendo que él
no pegó un solo tiro, aunque encontraron al menos 7 balas suyas en el
lugar en el que cayó mi hijo. El teniente no dijo ni mú”. ¿Y el capitán?
El capitán
“El capitán fue el más beligerante en todo momento.
Decía que había sido una bala rebotada, que no hacía falta ser un lince,
que él lo había visto eso mil veces. Como además tiene rango, trató con
desprecio a los agentes de la Guardia Civil que fueron a investigar”,
asegura Juanjo, que apunta que la mayor irregularidad que presuntamente
cometió el capitán “fue saltarse el precinto que había puesto la Guardia
Civil en el lugar donde mataron a mi hijo.
Lo rompió, se metió en la
zona y se puso a limpiarla de balas. Y tan chulo es, que así lo ha
reconocido ante el juez, que el precinto lo rompió él y se puso a
limpiar”. Hechos que ya están denunciados.
También le llama la atención a a Juanjo que “lo
compañeros que estaban en aquel momento con mi hijo, dieron versiones
totalmente contradictorias entre sí. Pero misteriosamente, un día se
reunieron y a partir de ahí, todas concordaron. Fueron muchos los que
pidieron retractarse de su declaración inicial y pedir testificar de
nuevo. Ahí sí, todos dijeron lo mismo”, explica Juanjo con indignación.
Todos… menos uno. Asegura Juanjo que hay un soldado
que, al parecer, decidió "saltarse la consigna recibida por sus mandos y
mantuvo su testimonio". Una versión, dice, que dista mucho de la que
dieron sus compañeros, pero que coincide casi en su totalidad con las
conclusiones que apuntan los investigadores en el sumario.
Además, grabó
una de las reuniones que mantuvo con sus mandos por este tema y se las
ha entregado al juez. “Pues a ese chaval lo han sometido a un acoso terrible.
Le han roto la taquilla y le han metido munición, como si fuera suya,
que eso es una falta grave en el ejército. Había órdenes de negarle
hasta el saludo. Eso le ha provocado al chico una ansiedad que ha
provocado que ahora este de baja laboral. Y cuando fue al lugar de los
hechos para hacer la reconstrucción del suceso, tuvo que ir escoltado
por la Guardia Civil”, asegura el padre del fallecido.
“Yo no sé si esas grabaciones tienen validez o no,
pero al menos que las escuchen, que quede claro que clase de gentuza es
la que ha matado a mi hijo. Porque a mi hijo no me lo ha matado la
legión, que es un cuerpo histórico con 99 años de historia y unos
valores innegociables. A mi hijo no lo ha matado el ejército. A mi hijo
lo ha matado un mierda que no merece ese uniforme. Lo ha matado un
cobarde que no es capaz de decirme a la cara la verdad”, clama con
indignación.
El caso sigue bajo investigación y, en un principio, debería ser juzgado el próximo año. Entretanto, Juanjo asegura que “me han quitado la vida.
Cuando te matan a un hijo es como volver a nacer cada día sin quererlo.
Volver a empezar. Yo tenía la vida más o menos resuelta. Mi trabajo, mi
pareja, mi vida en Jerez, mi hijo criado y haciendo lo que más le
gustaba. Porque él era legionario vocacional. Era su pasión”.
Alejandro
era un tipo corpulento que jugaba de primera línea en un equipo de rugby
de Mallorca. “Lo sacrificó todo por ir a la Legión, llevaba solamente 5
meses y estaba feliz. Estaba flipao con la Legión, hasta el punto que
empezabas a hablar con él y le tenías que decir que hablase de otra
cosa, porque se había convertido en su único tema de conversación. A mí
me llamaba solamente para hablar de la Legión y para pedirme dinero,
recuerda ahora con una amarga media sonrisa.
Sólo 5 meses
En esos 5 meses en los que Alejandro estuvo
sirviendo a la Legión, su padre no tuvo “ni un solo indicio de que le
estuvieran puteando o nada parecido. Yo sabía que estaba en la fase en
la que les meten caña para emparejarles su estado físico con los que
llevan más tiempo. Nada más. Él nunca me dijo que lo estuviese pasando
mal ni nada por el estilo. Al contrario, se le notaba feliz”.
Y es que
Juanjo no quiere creer “que le dispararon intencionadamente. Igual fue
un accidente, yo no digo que no. Pero que me digan la verdad, porque
ellos saben que están mintiendo desde el momento en el que siguen
manteniendo que la bala entró por la axila”.
“Es lo único que me motiva ahora. Saber la verdad.
Yo lo estoy pasando mal y a mi hijo nadie me lo va a devolver. Sólo
quiero que me digan de verdad qué sucedió. Sigo trabajando porque me mantiene la mente ocupada,
me ayuda a superarlo. Pero tengo 51 años, no me voy a morir enseguida… o
eso espero. Tengo mi sueldo con el que vivo bien. Es decir, tengo el
tiempo y el dinero suficiente como para llegar hasta el final y
enterarme de cómo murió mi hijo”, adelanta.
Juanjo dice que el general de la Legión es el único
que le ha llamado para jurarle que si él supiese algo, se lo diría. Que
él sabe lo que le dijeron los mandos que estaban allí. “Y probablemente
diga la verdad, porque ese hombre no estuvo allí. Pero del capitán para
abajo, todos saben lo que pasó realmente y no lo quieren decir.
Son
unos cobardes que no se merecen el uniforme que visten. Porque esto no
es contra la Legión, contra el Ejército no contra Defensa. Que la
ministra me dijo lo que me dijo porque sería la versión que le dieron.
Esto es contra unos hijos de puta que no hacen gala de los valores que
conlleva ser legionario. La gallardía, la honestidad, la valentía… ¿Dónde está todo eso?”.
Habla el Ejército
¿Qué dicen al respecto en las fuerzas armadas? Un oficial del Ejército de Tierra ha hablado con El Español.
“Yo no sé si esas grabaciones tienen validez o no,
pero al menos que las escuchen, que quede claro que clase de gentuza es
la que ha matado a mi hijo. Porque a mi hijo no me lo ha matado la
legión, que es un cuerpo histórico con 99 años de historia y unos
valores innegociables. A mi hijo no lo ha matado el ejército. A mi hijo
lo ha matado un mierda que no merece ese uniforme. Lo ha matado un
cobarde que no es capaz de decirme a la cara la verdad”, clama con
indignación.
El caso sigue bajo investigación y, en un principio, debería ser juzgado el próximo año. Entretanto, Juanjo asegura que “me han quitado la vida.
Cuando te matan a un hijo es como volver a nacer cada día sin quererlo.
Volver a empezar. Yo tenía la vida más o menos resuelta. Mi trabajo, mi
pareja, mi vida en Jerez, mi hijo criado y haciendo lo que más le
gustaba. Porque él era legionario vocacional. Era su pasión”.
Alejandro
era un tipo corpulento que jugaba de primera línea en un equipo de rugby
de Mallorca. “Lo sacrificó todo por ir a la Legión, llevaba solamente 5
meses y estaba feliz. Estaba flipao con la Legión, hasta el punto que
empezabas a hablar con él y le tenías que decir que hablase de otra
cosa, porque se había convertido en su único tema de conversación. A mí
me llamaba solamente para hablar de la Legión y para pedirme dinero,
recuerda ahora con una amarga media sonrisa.
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