miércoles, 7 de febrero de 2024

Sergio Vicente, experto en sequías del IPCC: “La atmósfera está más sedienta que nunca”

 


MADRID.- Cuando pensamos en la sequía, la explicación más sencilla que nos viene a la cabeza es que no llueve. Pero el fenómeno implica muchos factores que van más allá de la simple falta de lluvia o las consecuencias del cambio climático. Una de las personas que mejor conoce esa complejidad es Sergio Vicente, investigador del Instituto Pirenaico de Ecología y miembro del Laboratorio de Clima y Servicios Climáticos del CSIC, al que ha entrevista www.eldiario.es 

Sergio Vicente forma parte del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de la ONU (IPCC) y es uno de los científicos españoles con un mayor impacto en el ámbito las ciencias de la atmósfera. En una tranquila charla con él, justo en el momento en que Cataluña ha entrado en alerta por la sequía, nos deja afirmaciones tan interesantes como que no llueve menos, que optimizar los regadíos ha empeorado el problema o que el aumento de superficie boscosa le está robando caudal a los ríos. Y noticias sobre el papel que, en este escenario, juega la “sed” del cielo.  

¿Cómo de excepcional es la situación de sequía en la que estamos?

Es un evento extremo y, como tal, es raro. Pero no es un fenómeno que pueda decir que sea inaudito, porque la sequía es consustancial al clima mediterráneo. Pese a lo que se está diciendo en los medios de que es la mayor sequía de la historia en Cataluña, si nos vamos al registro desde 1850 ha habido sequías equivalentes a esta desde un punto de vista pluviométrico. ¿Qué sucede ahora? Además de la falta de lluvia, que sigue siendo el factor principal, tenemos dos componentes nuevos que la agravan: el primero es el calentamiento y el segundo es que ahora consumimos más agua.  

¿Qué efecto tiene el aumento de temperatura?

Ahora mismo, cuando se produce un déficit hídrico en nuestras latitudes le tenemos que sumar también que hay dos grados más de media, que lo que hacen es aumentar la demanda de agua por parte de la atmósfera. En nuestras latitudes esta demanda se ha incrementado en torno a 120-130 litros al año. Es decir, que ahora mismo nuestra atmósfera demanda unos 120 litros más al año que lo que demandaba en los años 60. Esa es la clave. 

¿Es como si el cielo tuviera “sed”?

Sí, pero no hay que confundir la demanda de agua con la evaporación, que se produce cuando hay agua en el suelo. Para entenderlo: en los desiertos hay una muy elevada demanda de agua de la atmósfera, pero la evaporación es prácticamente nula, porque no hay agua. En función del estado de la atmósfera —de su temperatura, humedad, radiación y velocidad del viento— la atmósfera demanda una cantidad de agua. 

De media, en España esa demanda es de 1.200-1.300 litros al año (mm/m2). Esto quiere decir que si tuviéramos un cubo con esa cantidad, la atmósfera se la bebería. Pero si el cubo está vacío, no se evaporaría el agua que no hay, pero provocaría un elevado estrés, que es lo que está pasando. 

¿En qué se traduce ese estrés?

Si esa demanda extra que mencionábamos antes se produce en un año húmedo no pasa nada, incluso puede ser beneficiosa para la vegetación. Pero si no tenemos lluvia, la vegetación tiene que cerrar los estomas, se produce un estrés en la planta. ¿Qué sucede? Que si la sequía coincide con años cálidos, los cultivos de regadío van a demandar más agua.  

¿Eso se suma a nuestra mayor demanda porque somos más?

Claro, cuando hay un déficit de precipitación como el que tenemos ahora, se produce una situación crítica porque los regadíos demandan mucha agua, porque la población en las cuencas internas de Cataluña ha crecido mucho, porque el sector turístico allí es muy relevante… Es decir, tenemos más factores estresantes, aparte de la precipitación. En 1879, por ejemplo, en la mayor sequía que ha habido en Barcelona, no había esta demanda, no había que dar de beber a los millones de personas que viven ahora mismo allí ni a la cantidad de turistas que van a ir dentro de unos meses. 

Y hay otro componente fundamental, y es que en España las zonas de cabecera de montaña –donde se producen los recursos hídricos, porque son fundamentalmente las zonas donde llueve– se han abandonado casi en su totalidad desde el final de la Guerra Civil. A partir de los años 40-50, la gente que se dedicaba a la agricultura de montaña y ganadería abandonaron estos espacios. Entonces se ha producido una revegetación muy intensa con paisajes predominantemente boscosos que consumen mucha agua.  

Pero esa mayor demanda en los bosques de cabecera de montaña no es tan grande como la de la agricultura, ¿no?

No, pero en algunas zonas se han reducido los caudales en torno a un 15 o 20% debido a este efecto, que no es poco. Esto es muy diverso y depende muchísimo de la cuenca, pero en algunas nos vamos a cifras por encima del 30%. En zonas del Pirineo aragonés se han reducido un 30-40% mientras la lluvia solo se ha reducido un 5%. Un ejemplo es el río Aragón, que alimenta al río Ebro.

Decía usted hace un tiempo que “en España no llueve menos”, ¿con qué datos se explica esta afirmación?

A nivel global cada vez llueve más, vamos hacia un mundo más húmedo. Esto puede resultar paradójico, pero vamos hacia un mundo más cálido. Y un mundo más cálido es más húmedo porque la cantidad de agua que puede albergar nuestra atmósfera es mayor. El problema es que, al producirse cambios en los gradientes térmicos globales, se espera que haya cambios en los procesos de circulación atmosférica. La Península está en una zona límite, entre las borrascas y los ciclones subtropicales, y si se nos suben los ciclones tropicales, en teoría vamos a tener condiciones de estabilidad superiores. 

Pero, respondiendo a tu pregunta, cuando te vas a los registros meteorológicos largos, desciende la lluvia según el periodo que estés considerando. En el caso español, si ampliamos la perspectiva, vemos que no se producen cambios en el periodo de tiempo largo, es decir, no llueve menos. Y hay que ser cuidadosos con las afirmaciones, porque puede suceder que vuelva a llover mucho o haya años fríos, como sucedió en el pasado, y estemos alimentando a los negacionistas.

Y, sin embargo, esta sequía destaca respecto a las anteriores, ¿no?

Desde luego es una sequía muy extrema. Sobre todo en la vertiente Este, porque en la meseta norte y Galicia hay más humedad que en años normales. No hay un solo mecanismo que explique una sequía, al final es una conjunción de factores. En general, es muy raro que se den condiciones de sequía en toda la península —como en 1948, 1995, o 2005, cuando hubo episodios muy severos—, lo habitual es que se produzcan sequías a nivel regional, por anomalías en determinadas regiones.  

¿Cuánto se puede a atribuir a la mala gestión y cuánto a la escasez de lluvia?

En España tenemos uno de los mejores planes de sequía del mundo. Las administraciones han hecho un buen trabajo en ese sentido. No estamos como en 1995, cuando tuvimos una sequía muy extrema y se llegó a plantear movilizar a la población de Sevilla porque no había agua. Ahora hay planes de sequía muy desarrollados, tenemos unos indicadores que cuando llegan a prealerta ya directamente se producen restricciones en la agricultura de regadío, antes que cortar el agua en Barcelona.  

¿Qué consecuencias tienen las anomalías de temperatura como las de estos meses de enero y febrero? 

Que la nieve se derrita antes significa que no tienes reservas y, además, las zonas cubiertas de nieve están protegidas. Con la nieve por encima la temperatura nunca cae por debajo de cero grados y esto lo que hace es proteger el pasto. Además está el daño en las estaciones de esquí, que no están muy felices. Este deshielo es relevante sobre todo en las zonas de cultivo de secano, pues te garantiza que vas a tener un suelo cargado de humedad para cuando el cereal esté en activo en primavera. En esas zonas de nieve, en montaña, no es tan relevante desde el punto de vista agrícola.  

Ante esta nueva realidad, ¿España va a tener que cambiar su modelo agrícola a la fuerza?

En España tenemos un problema muy gordo con el regadío, está muy sobredimensionado. Pero, a la vez, nuestra capacidad de regulación está sobrepasada, hemos regulado todos los ríos de España, podemos almacenar la lluvia que cae en un año, somos el país de Europa que más embalses tiene y aún así no conseguimos suplir las demandas. Porque hemos triplicado la agricultura de regadío desde los años 50.

Y se produce una situación paradójica: alrededor de tres cuartas partes de esas superficies de regadío son regadas con goteo o aspersión, pero ni aún así tenemos agua suficiente porque, para conseguir una mayor rentabilidad se han duplicado los ciclos de cultivo. Y resulta que con un sistema modernizado de riego consumimos la misma agua. 

Con un problema añadido, los riegos tradicionales por gravedad, que consumen más agua, te recargan el acuífero. Pero si llega un agricultor y moderniza su campo, gasta la misma agua, pero esta se aprovecha toda y se va a las plantas y a la atmósfera. La eficacia es tremenda, prácticamente toda el agua se convierte en fotosíntesis, pero por otro lado no se infiltra nada. 

Si el agua es siempre la misma, ¿dónde ha ido a parar la que falta?

El agua es siempre la misma, es cierto, pero no siempre está en el mismo sitio ni en el mismo momento. El factor tiempo, cuánta agua tienes en ese momento respecto a lo que deberías tener de forma habitual, es fundamental. Los gestores tienen que hacer frente a una situación muy anómala, a pesar de planes de sequía muy bien desarrollados. Llevamos tres años en los que llueve muy poco y han sido de los más secos. El problema es que nos pensamos que el agua que hay en un año normal o húmedo son los recursos que tenemos para gestionar, y no es así, porque la sequía es algo consustancial al clima mediterráneo. 

Las causas del problema actual se resumen en el cambio climático y que tenemos una mayor demanda. Sequías ha habido muchas en el registro histórico, la diferencia es que ahora somos muchos, hay una actividad que demanda mucha agua, que es la agricultura, que en las zonas de cabecera no se cultiva ni se pastorea y, además, tenemos el calor.  

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