MADRID.- De auténtica «sultana» con poder absoluto, aspirante en unas primarias a
liderar todo el partido, a un perfil bajo, en segundo plano. Acorralada
por el escándalo de los Ere, sótanos ocultos en San Telmo y cajas
fuertes acorzadas, Susana Díaz afronta un futuro incierto, a juicio de La Razón.
«Este marrón
se lo come ella». Fue lo primero que le soltó Pedro Sánchez a José Luis
Ábalos, poco después de saltar la dura sentencia contra Manuel Chaves y
José Antonio Griñán. Acababa de finalizar la Ejecutiva Federal del PSOE y
Ábalos, en su calidad de Secretario de Organización, ofrecía su
habitual rueda de prensa en la sede de Ferraz.
De inmediato, puso tierra
de por medio con los condenados, reiteró que las penas no incumben a
ningún miembro de la actual dirección socialista, recordó que Chaves y
Griñán dejaron ya todos sus cargos y militancia, y dejó muy claras las
instrucciones de Sánchez: este asunto es de quien fuera la número dos y
vicepresidenta de la Junta andaluza, a la que todos llamaban «La niña de
Griñán».
Tras la sentencia contra
el mayor escándalo de dinero público conocido, la todavía lideresa
andaluza mantuvo un sospechoso silencio de cuarenta y ocho horas. Sus
fieles, entre ellos Juan Cornejo y Manuel Jiménez Barrios, fueron los
primeros encargados de dar la cara hasta que Susana, una vez digerido el
sapo, salió a la palestra para defender a Manolo y Pepe, sus antiguos
mentores, con la consigna de que ninguno se ha llevado un duro a casa,
que viven con total modestia, sin poder salir casi a la calle señalados
como proscritos.
Un auténtico calvario personal, que Susana relató como
una actriz compungida, para lanzar un aviso: «Quiero volver a ser
candidata». Pero todos en el socialismo andaluz opinan que ello está
cada vez más difícil y que la antaño todopoderosa presidenta afronta un
ocaso lento, salpicado por noticias muy negativas. Al escándalo de los
ERE se unen ahora las cajas fuertes ocultas en San Telmo y otras
consejerías, denunciadas por los actuales responsables de la Junta, que
los socialistas consideran «falsedades miserables».
En
su entorno insisten en que Susana dará la batalla y quiere repetir como
candidata a la presidencia de la Junta de Andalucía, ahora en manos del
PP. Pero según ha sabido este periódico Pedro Sánchez y la dirección
federal no están por la labor. En las quinielas figura como favorito
Felipe Sicilia, un joven de Jaén de treinta y nueve años, policía
nacional de profesión y valor emergente en los planes de Sánchez.
Sicilia dejó de patrullar las calles de Morón para entrar como asesor de
Gaspar Zarrías, el verdadero «halcón», la mano dirigente del socialismo
andaluz durante treinta años. Cabeza de lista por Jaén, Felipe Sicilia
llegó al Congreso con mucha fuerza y se hizo con la plena confianza de
Pedro Sánchez.
Otros nombres que, según
las mismas fuentes, optarían al relevo de Susana, son la ministra de
Hacienda en funciones, María Jesús Montero, el vicepresidente del
Congreso, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, y al alcalde de Sevilla,
Juan Espadas.
La primera goza también de la confianza del presidente,
que la desea mantener en el futuro gobierno de coalición por sus buenas
relaciones con Podemos. El segundo fue delegado del Gobierno en
Andalucía y es un acérrimo enemigo de Susana desde hace años. A pesar
que en Moncloa y Ferraz guardan un prudente hermetismo, con el mensaje
de que Pedro Sánchez está volcado únicamente en salvar la investidura y
formar gobierno, lo cierto es que el ostracismo de la lideresa y los
movimientos en el socialismo andaluz son patentes. ¿Dónde está Susana?,
se preguntan muchos ante la irrupción de «barones» críticos como Lambán o
García-Page en las negociaciones con Esquerra Republicana.
La
que fuera rival de Sánchez en las primarias, luego derrotada. La que
contra todo pronóstico perdió el gran cortijo andaluz frente a José
Manuel Moreno Bonilla, se mantiene en un calculado silencio. «El poder
tiene muchos padres, la derrota es huérfana», lamentan algunos de sus
leales ante la deserción de quienes en otro momento lo fueron.
Ella insiste en que desea
repetir como candidata y lanza una advertencia: «Mi futuro lo decidirán
los militantes». En unos meses, se abrirá el proceso de primarias y las
espadas estarán en alto. Nadie duda que Pedro Sánchez gobierna el PSOE
con mano de hierro y que cualquier conato de rebelión será abortado.
Aunque algunas fuentes insisten en que todo dependerá de las cesiones a
ERC y cómo acabe la investidura. El aragonés Lambán, y el
castellano-manchego Emiliano García-Page son los únicos por el momento,
con mando en plaza, que han abierto la caja de las críticas.
Ante
las denuncias de la actual Junta de Andalucía sobre los sótanos en San
Telmo o cajas fuertes con información comprometedora, los socialistas
responden muy airados. Niegan cualquier irregularidad y creen que es una
maniobra de distracción.
Manuel Jiménez Barrios, un «susanista» que fue
vicepresidente y actual portavoz adjunto en el Parlamento andaluz,
asegura que la cámara acorazada de San Telmo «es una habitación de
seguridad dónde se guardan las actas originales de los consejos de
gobierno, algo que hacen todas las administraciones como medida de
protección».
Añade que la miseria y
mentiras del PP «no tienen límites», y que a este paso van a descubrir
«el túnel secreto de los Montpensier a la catedral de Sevilla». Por su
parte, Susana ha rebatido las acusaciones sobre fondos irregulares de la
UGT andaluza hacia su marido, José Moriche, «El Mori», de quien ella
dijo un día en el Parlamento: «Me casé con un tieso».
Así
las cosas, corren malos tiempos para una mujer que lo tuvo todo y llegó
a la cima del poder de la mano de Manuel Chaves y José Antonio Griñán.
Rivalizó con Pedro Sánchez, con todo el «aparato» a su favor, y perdió.
Ahora se escuda en la militancia para mantenerse en política, dado que
nunca hizo otra cosa.
Pero la maza de Sánchez es alargada y si algo ha
demostrado es su implacable modo de ejercer el mando, sin una voz
crítica en su entorno. Puede que el «susanismo» llegue a su fin y que el
secretario general del PSOE y presidente en funciones se cobre la pieza
casi sin pestañear.
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