Queridos diocesanos:
Seguimos haciendo de nuestra Iglesia diocesana motivo de atención y
compromiso de una renovación sostenida. Motivo de atención, porque de
verdad «somos una gran familia contigo»; si nos falta tu colaboración la
unidad esta familia se habrá́ resentido y, en consecuencia, habrá́
perdido cohesión. El Vaticano II nos enseña que la Iglesia es en Cristo
«como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y
de la unidad del género humano» (constitución sobre la Iglesia Lumen
Gentium, n. 1), pero si la Iglesia es una familia divida o incompleta
pierde significación como sacramento de la unión con Dios y de la unidad
de los seres humanos.
Los cristianos estamos divididos y por causa de nuestra división la
Iglesia pierde credibilidad en la sociedad y ante el mundo. La división
de los cristianos en distintas confesiones eclesiales afecta a la imagen
pública de Iglesia, y las oposiciones entre los cristianos de una misma
comunión eclesial afectan también a su imagen. La Iglesia diocesana o
local a la que uno pertenece se percibe y se experimenta de cerca, y
todo cuanto divide y enfrenta a sus miembros hace más visible el
escándalo de una familia mal avenida, en la que sus miembros exhiben una
notable falta de comprensión recíproca. Una Iglesia en este estado deja
de ser significante, aparece ante quienes la contemplan como una
comunidad que se deshace.
Añadamos, además, que si cada Iglesia que es como una familia mal
avenida no ilusiona y provoca el abandono de muchos que prefieren
alejarse, algunos para no volver, porque han perdido la fe; o se ha
debilitado en ellos la fe de tal modo que ya no motiva su vida
cotidiana, se han vuelto indiferentes ante la vida eclesial en la que
antes participaban. Ya no les preocupan las dificultades de la Iglesia
en una sociedad que ya no se deja influir por su mensaje y,
sencillamente, pasan de sus oposiciones internas.
Para que esto no suceda y tu Iglesia siga siendo significante para
nuestros conciudadanos, para que el Evangelio de Jesús siga inspirando
la vida de los cristianos y alcance a impactar sobre la vida de los
alejados y de los no creyentes, es necesaria tu colaboración con la
acción misionera de tu Iglesia. Con palabras del Papa a cada bautizado:
«tú eres misión» y lo eres porque la misión de la Iglesia es cosa de
todos los bautizados, no solo de los pastores y de los religiosos y
religiosas. Es obra de ellos y de todos los laicos, pues los seglares
están llamados a realizar la misión de la Iglesia en medio del mundo, de
los asuntos temporales, para orientarlos a Cristo. La vocación de los
laicos, por estar inmersos en las realidades del mundo, es buscar el
reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas
según la mente de Dios, porque «viven en el mundo, en todas y cada una
de las de la profesiones y actividades del mundo y en las condiciones
ordinarias de la vida familiar y social, que forman como un tejido de su
existencia» (LG, n. 31).
Sin la colaboración de los laicos la vida ordinaria de la sociedad
perdería el testimonio permanente del Evangelio y la posibilidad de que
todas las realidades de este mundo se ordenen a Dios. Por eso, si en la
Iglesia diocesana «somos una gran familia contigo» y si es cierto que
sin cada uno de los bautizados la Iglesia es como familia que pierde
unidad y cohesión, todos los diocesanos han de avivar la conciencia de
pertenencia a la Iglesia, sentir como propia su vida y prestarle
concurso para su mantenimiento.
Con mi afecto y bendición.
+ Adolfo González Montes,
Obispo de Almería
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