MADRID.- El periodista Agustín Rivera, delegado de El
Confidencial en Andalucía desde enero de 2009, disecciona en El Cortijo
andaluz* los últimos casos de corrupción que han azotado la comunidad
andaluza, como la trama de los EREs falsos e Invercaria. También examina
la politización de las cajas, además del despilfarro sin límite y las
subvenciones millonarias concedidas en los Gobiernos de Manuel Chaves y José Antonio Griñán.
En
este primer capítulo de la obra, que a continuación puede leer en
exclusiva el lector de este diario confidencial, se radiografía el enriquecimiento de
Juan Francisco Trujillo, más conocido como el chófer de la cocaína. Trujillo se benefició de la amistad de su jefe (Francisco Javier Guerrero), “jovial, pero no putero”,
ex director general de Trabajo de la Junta de Andalucía, como él mismo
se definió en la comisión de investigación de los EREs del Parlamento de
Andalucía.
El 'ministro' de las tragaperras
Como todos los fines de semana, el ministro lleva
un par de horas echando monedas en la máquina tragaperras. Ya se ha
gastado cientos de euros. Ahora pide un Möet & Chandon. Juan Francisco Trujillo
trabaja como conductor de la Junta de Andalucía. En Llanos del Sotillo,
una pedanía de Andújar, en el norte de la provincia de Jaén, le llaman
el ministro. Trujillo es el chófer de la cocaína.
Devoto del
lujo ostentoso, le pirran los vinos caros (no mira la calidad, solo el
precio) y el champán francés: siempre paga el que cueste más. En las
fiestas del Sotillo no pedía cubatas o cerveza. Solo champán. Por eso y
por las ínfulas de creerse más que nadie, miraba a sus vecinos cinco
cuartas por encima del hombro. Fue así como nació su mote. El ministro.
—Mira, ya ha llegado el ministro.
Trujillo
no gastaba afición a los coches de alta gama. No los necesitaba.
Conducía los de la Junta. Posee un Opel Vectra V8 de gasolina que estuvo
meses abandonado delante de la puerta de su domicilio de la calle
Madreselva. Cubierto de polvo, el V8 envejecía mientras Trujillo
continuaba en la prisión de Morón de la Frontera.
La
historia del chófer de la cocaína es la de un hombre poco sociable, de
escasos amigos, aspecto duro y rudo, de nula afición a la diplomacia
dialéctica. «Es muy chulo, muy prepotente. Tiene muchos enemigos en el
pueblo. Amigos, amigos, no tenía ninguno. Cuando lo ves tienes la
sensación de que piensa que él es más que tú. Si te lo encuentras por la
calle, ni siquiera te da los buenos días», cuenta un vecino de la
pedanía jienense.
No es devoto de la Morenita, la
Virgen de la Cabeza de Andújar, la romería más antigua de España, la
segunda con más afluencia de público de todo el país tras la romería del
Rocío. Su devoción son las tragaperras. Trujillo cumple el prototipo de
ludópata empedernido. Trabajaba en Sevilla de lunes a viernes. El
viernes, a primera hora de la tarde, solía llegar a Llanos del Sotillo.
Saludaba apenas diez minutos a su mujer y a sus dos hijos, y enseguida
se iba a la cafetería del hotel. Allí le esperaba el sonido de las
monedas que tanto le fascina.
Adicto a los últimos adelantos
tecnológicos en informática y telefonía móvil, podía estar desde las
cuatro de la tarde hasta altas horas de la madrugada, pidiendo champán,
devorando cajetillas de Marlboro, apenas sin hablar con nadie. Su mujer
ni siquiera le esperaba en casa. Se iba a la cafetería a cenar con la
familia y luego se quedaba delante de la máquina, solo en la madrugada…
Trujillo conoció a su mujer (Juani Gallego Rico)
en el puesto de la Cruz Roja de la pedanía, donde Juan Francisco hizo
la mili. Con Juani tiene dos hijos: Sara, de unos veinte años, y Juan,
adoptado por la pareja. La esposa, que trabaja en la guardería del
Ayuntamiento de Andújar, es sociable y extrovertida, justo al revés que
su marido.
Como escribe Mario Vargas Llosa en el arranque de Conversación en la catedral («¿En qué momento se había jodido el Perú?»), hay que preguntarse: ¿cuándo se jodió el chófer de la cocaína?
Desde
la década de los ochenta, poseer el carné del PSOE garantiza un mejor
futuro profesional en la Administración andaluza. Juan Francisco cumplió
el tópico de todos los aspirantes a un cargo: «Si quieres saber cómo es
Juanillo, dale un carguillo».
Cuando al alcalde de Andújar
le nombran delegado en Jaén de la Consejería de Economía de la Junta de
Andalucía, Trujillo le acompaña como chófer. Pero pronto se le quedó
pequeño ese puesto. Fue en 2001 cuando se trasladó a Sevilla y conoció a
Francisco Javier Guerrero, el hombre que reconoció la trama de
los ERE falsos y el fondo de reptiles de la Junta de Andalucía. En los
siete años en la capital andaluza, cambió su ritmo de vida y se
aprovechó de la falta de control interno de la Junta. Los ERE falsos, el
caso de corrupción más grave en la historia autonómica andaluza, cuenta
con Guerrero como ideólogo. Trujillo es el ejecutor fiel de la doctrina
del trinque «en la secta de los EREmitas»
El chófer cantó el
15 de diciembre de 2011 en la declaración ante la policía: confesó
haber utilizado parte del dinero para comprarse un terreno en la sierra
sevillana y un piso en la calle San Luis de la capital andaluza. Dos
subvenciones de 450.000 euros cada una. Y no es todo. La mayor parte de
las subvenciones percibidas, según contó, se empleaban en cocaína,
«fiestas y copas» para el dúo.
Como los salaryman japoneses,
que salen todas las noches con sus jefes a emborracharse sin fin tras
terminar su trabajo por las calles futuristas de Tokio, Guerrero y
Trujillo solían tomar copas por la siempre concurrida noche sevillana.
Su bar favorito era el pub Caramelo. Entre cubatas y música, diseñaban
el monumental engaño cifrado en una primera fase en 700 millones de
euros.
Una tarde, tras dejar aparcado el vehículo oficial de
la Junta, tomando un trago Guerrero le explicó a su subordinado el
modus operandi: «Yo reparto el dinero para ayudas sociolaborales y no
tengo necesidad de justificar nada».
Los fines de semana que
Trujillo regresaba a Llanos del Sotillo, los vecinos alertaron de que
algo empezaba a no cuadrar en la vida del ministro. Su mala reputación
de mal pagador, que contrastaba con su ritmo de vida, se confirmaba tras
encargar la reforma de su casa hasta a cuatro empresas diferentes. Le
pedían dinero por adelantado para comprar material de construcción. Como
no les pagaban, los obreros dejaban el trabajo. El ministro no pagó a
ninguna compañía. Un andamio permaneció dos años en la puerta de su casa
como símbolo de su creciente morosidad.
Trujillo no quería ser un chófer a lo Morgan Freeman en Paseando a Miss Daisy.
O el chófer callado y discreto que se limita a custodiar los secretos
del coche oficial y apenas intercambia confidencias con el jefe. En
octubre de 2003, apenas un año después de su fichaje como conductor del
director general de Trabajo y Seguridad Social de la Junta, creó dos
empresas: Iniciativas Turísticas Sierra Norte (para la construcción de
un hotel rural) y Lógica Estratégica Empresarial (destinada a la
creación de una fábrica de muebles).
Se trataba de recibir
subvenciones otorgadas por Guerrero, pero «sin tener la menor intención
de poner en marcha los proyectos para los que se concedieron», como
figura en el auto de prisión de la juez Mercedes Alaya del 21 de marzo
de 2012. En febrero de 2004, Trujillo recibió de su jefe, ya convertido
en íntimo amigo, dos subvenciones de 450.000 euros para cada una de
estas empresas. Con esta cantidad adquirió en marzo de 2005 dos
inmuebles. En Andújar compró un terreno denominado Viña El Choro, de 11
hectáreas, en el sitio de Los Majuelos, por un importe de 69.263 euros.
Acostumbrado
a pasar cada vez más tiempo en Sevilla, decidió que había llegado el
momento de comprar un piso en la capital andaluza, concretamente en la
calle San Luis, en el barrio de la Macarena, muy cerca de la basílica
del mismo nombre y del Parlamento de Andalucía. Por este inmueble pagó
233.509 euros. En 2008 logró un auténtico pelotazo inmobiliario, más
acorde con un tiburón de las finanzas de Wall Street o la City
londinense que con aquel chico de la Cruz Roja que se enamoró en la mili
de Juani. El ministro lo vendió por más del triple de su valor inicial.
No
era suficiente. Quería más. Solucionada la vida, pensó, ahora se
trataba de ayudar a los amiguetes. Más bien al (¿único?) amigo. Guerrero
seguía ayudando a su subordinado. De nuevo la cifra talismán de 450.000
euros. Y precisamente el 5 febrero de 2004, el mismo día que el
entonces candidato del PSOE a las elecciones generales, José Luis Rodríguez Zapatero,
confirmaba que su partido quería acabar con la «elefantiasis de la
construcción», un sector que representaba en aquel momento en España más
del 7 por ciento del PIB, el doble que en los países desarrollados.
El amigo beneficiado fue Isidoro Ruz Espigares.
La subvención se concedía para la construcción y explotación de naves
de cría y engorde avícola. Para ello se creó en abril de 2004 la
sociedad Ave Nueva, S. L. Este proyecto jamás se puso en marcha. Poco
importó. El dinero ya lo disfrutaba en la cuenta corriente.
Y llegó el momento de ayudar a mamá. Estrella Blanco García,
madre de Trujillo, recibió el 18 de abril de 2007 una póliza en la que
la tomadora sería la Consejería de Empleo de la Junta de Andalucía
mientras que la asegurada y beneficiaria sería Blanco. El ministro
falsificó la firma de su madre y suscribió las pólizas con la compañía
Fortia Vida. Gracias a esta operación, según consta en el auto de Alaya,
Trujillo cobró entre abril de 2007 y enero de 2008, 122.649,21 euros.
La madre del chófer confesó a la policía que su hijo le había preguntado
«si podía ingresar algún dinero en su cartilla». Ella lo autorizó,
aunque aseguró que ignoraba la procedencia del dinero. Estrella Blanco
recibe una jubilación de 510 euros.
Las trampas llegaron más
lejos. El ministro de las tragaperras quería asegurarse el cobro del
subsidio de desempleo si llegaba a perder el trabajo en la Junta de
Andalucía. Con la experiencia del engaño de la firma de su madre, falseó
un contrato de trabajo con Lladelso Hoteles S. L., y a nombre de Lógica
Estratégica Empresarial emitió también tres facturas falsas a Comercial
Alimentaria Dhul, propiedad de los Ruiz-Mateos, otra a la
sociedad Delphi (6.960 euros por cada una) y una tercera emitida a la
entidad Estudios Jurídicos Villasís por 6.000 euros. Las cantidades las
recibió Trujillo «simulando haber realizado para estas entidades
pagadoras trabajos que no se llevaron a efecto», como consta en el auto
de Alaya.
Trujillo celebró la Nochevieja de 2011 en Llanos
del Sotillo sabiendo que tenía comprados todos los décimos de lotería
imaginables para entrar en prisión. Tenía el rostro desencajado. «Se
había quedado como pillado por la droga», cuenta un testigo de la
cena-cotillón en la que se encontró con el ministro. Con su botella de
champán, a su aire, fumando Marlboro y sin bailar. Nadie en el pueblo
sabía en ese momento que ya había declarado ante la Guardia Civil.
—Hablaba y contestaba con monosílabos, no razonaba nada.
Lo
veía muy raro, cada vez peor, como un boxeador grogui. Apenas un mes
después, el ministro de las tragaperras reventó la máquina de la
popularidad. Trujillo ya era conocido en toda España como el chófer de
la cocaína. Lo que más impactó de la declaración del 15 de diciembre de
2011 fue cuando el exconductor de la Junta de Andalucía declaró a la
policía que se gastaron el dinero de los parados en copas y fiestas.
Trujillo
compraba cocaína para su jefe y para él, y también adquirió material de
telefonía, artículos de música, antigüedades y ropa. En su bar
favorito, Guerrero acabó confesando a Trujillo qué tenía que hacer para
convertirse en millonario.
—Puedo dar subvenciones a quien quiera. Y no tengo que justificar nada.
—¿Y eso, cómo se hace?
—Ahora te lo explico.
Se
trataba de conceder ayudas de modo indiscriminado. Bastaba que le
facilitara un par de nombres y las subvenciones no tardarían en llegar.
Guerrero también le animó a que montara un par de empresas. En la
declaración policial del ministro de las tragaperras, Trujillo admite
que preparó la documentación con las ayudas siguiendo el modelo y las
formas que le había indicado su jefe, apenas «un par de folios en cada
uno de los expedientes que teóricamente contenían un plan de viabilidad
de un negocio y que además se lo entregó en mano al director general de
la Junta».
En las tardes en el Caramelo el chófer se empezó a creer de verdad que era ministro.
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