miércoles, 29 de abril de 2020

Portugal / César Gavela *

Cada quince o veinte años España descubre Portugal. La última revelación ha llegado unida a hechos sorprendentes, como el número de altos cargos mundiales o europeos que detentan portugueses, empezando por el secretario general de la ONU, el democristiano Antonio Guterres. Sin olvidar que Portugal está gestionando con mucha mayor eficacia que España la brutal pandemia del coronavirus.

Ante hechos tan loables, los españoles miran asombrados a su vecino del oeste, que por otra parte un año y otro es designado como el destino turístico mundial preferido. Portugal existe mucho, nos decimos, y ello, además es favorecido porque ahora entre los dos países ibéricos, tan parecidos como distintos en tantas cosas, hay autopistas, y pronto el AVE y otras mejoras. 

Pero, con todo, Portugal seguirá siendo para la mayoría de los españoles lo mismo que en el último medio siglo: no mucho más que un país cordial, futbolístico, acogedor y tímido, donde veranear es seguro y barato. Un país al que, en el fondo, tan ridículamente, miramos por encima del hombro. 

Gran error porque es mucho lo que tenemos de aprender del «país hermano». Pensemos en la unidad nacional, tan querida por los lusitanos, tan indiscutible. O en su modo laborioso y discreto de estar en el mundo.

Descubrimos Portugal pero no conocemos su historia, ni la más elemental. Nada raro si tenemos en cuenta que también ignoramos la nuestra. Por eso hay quien sigue creyendo que el dictador Salazar, colega y contemporáneo de Franco, era un general golpista. Cuando fue un profesor de derecho administrativo, soltero, civil y ultracatólico y nunca ocupó la jefatura del estado. Al margen de sus crueldades, que no fueron pocas. Un hombre que, por otra parte, vivió con gran austeridad y que está enterrado en una humilde tumba de su aldea natal, cerca de Viseu.

Descubrimos Portugal y vuelve el silencio. Los españoles viajan al Algarve, a Lisboa, a Oporto o a las playas de la Beira Litoral, pero no traspasan el avatar turístico y gastronómico. No les interesa, salvo excepciones. Y Portugal vuelve a su olvido pese a su cercanía y cordialidad, pese a su nunca correspondido interés por España. ¡Qué se le va a hacer...! 

Tal vez dentro de unos años veamos, por fin, con claridad, que los dos estados ibéricos deberían ser solo uno, unido y espléndido. Y que Fernando Pessoa dejará de ser una estatua delante del café A Brasileira del Chiado lisboeta para ser alguien leído como se merece. Aunque nunca enteramente porque Pessoa era infinito. Como la calidad humana de los portugueses.


(*) Escritor


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