MADRID.- El ocaso del verano huele a casca en el pueblo. Cuando cae la tarde y
los hombres preparan la faena del día siguiente, el hollejo de la uva
después de pisada y exprimida impregna cada rincón de Retamal, una
pedanía de unos 500 habitantes al sur de Badajoz. El aroma procede de la cope, la Cooperativa Corazón de Jesús, el pulmón de la aldea. "Sin ella, aquí estaríamos todos de más", dice Manuel Becerra, su presidente, a El Mundo.
Su caso es un claro ejemplo de cómo este tipo de organizaciones son
fundamentales para la supervivencia de las zonas agrarias y de cómo el
campo se ha organizado para sortear las dificultades del sector que,
según comenta Manuel, "son desde siempre las mismas". Lo dice él, que
lleva 45 años trabajando la tierra e hizo la primera huelga importante
hace 20 años.
"La lucha del campo no es una manifestación. La lucha del campo es día a día" y en esa rutina, está de acuerdo en que los intermediarios son uno de los grandes escollos
para conseguir mejores precios y mayores beneficios. "Hace falta restar
poder a los intermediarios para llegar más directamente a los
distribuidores y, para eso, es fundamental la unión entre agricultores y
cooperativas", apunta.
La suya pertenece a una cooperativa de segundo grado, Viñaoliva, a través de la cual comercializan vino, aceite y aceituna de mesa
a 15 países. "Es la única manera de hacer frente al mercado", que ahora
según dice se está viendo especialmente afectado por los aranceles
impuestos por Donald Trump a la aceituna española. "Otros países que no tienen que soportarlos, como Grecia, se están beneficiando".
Sobre el impacto del SMI en el empleo del sector, Manuel no cree que las últimas subidas hayan afectado significativamente. Los jornales ahora rondan los 43-44 euros, "¿cómo va a cobrar menos un trabajador del campo?", exclama; por el contrario, pone el foco en la mecanización de labores que antes hacían 10 y 15 personas. "Muchas cosechas se cogen
completamente con máquinas y dentro de unos años esto irá a más".
La unión es también la clave para Jesús López, responsable de comunicación de Alimer, una cooperativa agrícola con epicentro en Lorca que suma 1.800 socios. Más de 3.000 familias viven de su producción de frutas, hortalizas, lácteos, flores, piensos, carne...
El tópico de "la unión hace la fuerza" se cumple en su caso. Alimer
surgió de la fusión de ocho cooperativas que ahora comparten gastos y
beneficios. Ahora bien, ellos van un paso más allá y, a diferencia de
otras organizaciones similiares, negocian directamente con los
distribuidores. "Intentamos quitarnos al intermediario y en la mayoría
de los casos lo conseguimos", explica Jesús al otro lado del teléfono.
El
margen de comercialización, por tanto, se lo queda la cooperativa y los
beneficios se reparten a final del año entre los socios. Llevan años
creciendo entre un 10% y un 12%, "incluso durante la crisis". En 2019
lograron una facturación de 180 millones de euros y estiman que en 2020 alcanzarán los 200 millones.
En
su opinión, la relación entre oferta y demanda es una de las claves en
los problemas de la agricultura española. "Si hay mucha producción, los
precios caen", señala. Parece evidente, pero esta regla rige la
estrategia de su organización y es una de las claves de su éxito: "No
plantamos nada si previamente no hemos adquirido un compromiso de compra
de nuestros clientes", asegura.
Cree
también que se podría hacer
algo para evitar que supermercados y grandes superficies se pongan de
acuerdo en los precios y señala otros retos por delante. Como el diésel,
"que cada vez está más caro mientras los precios de la agricultura se
mantienen como hace 20 años", o la sostenibilidad,
"ya que ahora nos piden que fabriquemos con unos determinados
materiales que tienen un coste mayor".
De no haberse unido bajo el
paraguas de Alimer, tiene claro que su historia habría sido otra: "El
pequeño agricultor sin cooperativizar está condenado a desaparecer",
sentencia.
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