martes, 31 de diciembre de 2019

La leyenda del Mío Cid nació en Almería


ALMERÍA.- A pesar de lo que pregonaba la Enciclopedia Álvarez que ilustró a tantas generaciones de niños, parece que el verdadero Rodrigo Díaz de Vivar -el Cid- no montó un caballo llamado Babieca ni empuñó  espada motejada Tizona

De todo eso -del Cid real, de carne y hueso- trata el reciente libro del historiador extremeño David Porrinas (El Cid, historia y mito de un señor de la Guerra, Desperta Ferro Ediciones, 2019), que coincide también durante esta Navidad en los anaqueles de las librerías con el novelesco Sidi, surgido del puño y letra del escritor Arturo Pérez Reverte. 

El autor de la investigación histórica, un reconocido erudito sobre la guerra en la Edad Media también desvela en su obra un capítulo especialmente interesante para la provincia de Almería: “No hay prueba de que, en su época, al caballero Rodrigo Díaz le llamaran Cid, la primera vez que vemos esa denominación es en el Poema de Almería, de mediados del siglo XII, donde se menciona a Rodrigo como Cid, casi un siglo después de que muriera el célebre Campeador”, se recoge en La Voz de Almería.

Ese pionero cantar de gesta, escrito entre 1147 y 1150, con motivo de la conquista de Almería por el emperador Alfonso VII, fue por tanto el cañamazo donde se empezó a tejer la leyenda del mayor héroe español matamoros de todos los tiempos -con permiso de Don Pelayo- cuando aún ni siquiera se había acuñado el concepto de España. 

El valor histórico del Poema de Almería es notorio desde hace  centurias por su carácter pionero -escrito medio siglo antes que el propio Poema del Mio Cid- aunque ahora el investigador Porrinas, tras haber buceado cientos de horas en crónicas latinas e islámicas, viene a refrendar también su carácter precursor en el descubrimiento del Cid como el principal héroe medieval de la guerra entre cristianos y musulmanes.

El Poema de Almería, atribuido, con serias dudas, al obispo de Astorga, Arnaldo, es escasamente conocido por los propios almerienses y constituye el epílogo poético de 287 versos, en hexámetros latinos, del panegírico dedicado a Alfonso VII de León y Castilla.

En sus versos se narran los preparativos para el asalto y conquista de Almería en el año 1147 por las tropas cristianas compuestas por los propios castellanos y leoneses, por tierra, y por una flota de genoveses, pisanos y aragoneses. 

Se describen las magnificencias de los soldados, de los capitanes y del propio emperador, al que compara con Carlomagno. La voz del juglar arenga a los expedicionarios proclamando las excelencias de lo que se van a encontrar: “Nada hay más dulce que Almería, golosina de los jóvenes y florida dote de los ancianos”. 
El Poema, del que se localizaron hasta siete copias manuscritas, sin embargo, se interrumpe abruptamente sin contar el final de la campaña ni el botín de guerra, que se conoce a través de autores árabes como Abd-AlWahid y por el capitán genovés Caffaro. 
Uno de los copistas, Juan de Mendoza escribió a pie de página que “ las ocho hojas cuya falta ví con gran dolor y no menos sentimiento del malvado que las cortó”. Florentino Castro Guisasola fue el principal estudioso de este texto medieval.

Un mercenario brutal o un caballero
El Cid es uno de los personajes más en boga estos últimos meses por las recientes réplicas editoriales -históricas y noveladas- sobre su figura. En el Poema de Almería, aparece la primera glosa a su leyenda, antes que en el propio cantar biográfico del Mio Cid de 1200. 
En este poema almeriense dice su autor: “No hubo mejor lanza debajo del cielo sereno/ que el mismo Rodrigo, Mio Cid/ de quien se cuenta de que de los enemigos nuca fue vencido/ el que domó a los moros y también a nuestros condes/confieso por verdadero lo que no borrará ningún tiempo/que Mío Cid está primero y Alvar el segundo/por la muerte del amigo Rodrigo llora Valencia”. 
El Campeador, por tanto, se nutrió como pocos de aquellos lejanos versos que iba acuñando el castellano antiguo, moviéndose siempre entre el hombre y el cliché, entre un señor de la guerra especialmente temible y un mercenario a sueldo del mejor postor, entre un combatiente brutal que quemó al cadí de Valencia y un noble caballero con el rostro de Charlton Heston y una esposa como Sophia Loren.

No hay comentarios:

Publicar un comentario