MADRID.- “No desgasta el poder, lo que desgasta es no tenerlo”, que te lo digan a ti, Susana Díaz,
porque seguro que la misma frase hubiera salido de su boca, sin
necesidad de copiársela a Giulio Andreotti. Muchas veces se ha criticado
a la expresidenta de la Junta de Andalucía por haberse pasado la vida
en un partido político, sin que se le conozca oficio ni empleo anterior,
y por la misma regla de tres habrá que reconocerle ahora que, después
de todo ese tiempo, cuando por fin llegó a la cima, estalló el volcán y
acabó con la plácida pradera en la que los socialistas andaluces habían
acampado desde los anales de la autonomía andaluza, relata El Confidencial.
Ruge el volcán, con el entripado indigesto de escándalos acumulados, y
una corriente de lava está arrasándolo todo; a lo único que puede
aspirar Susana Díaz
es a salvarse ella, no ser arrastrada por la corriente incandescente
que avanza montaña abajo. Esto sí que desgasta, no el poder, por mucho
que a un político lo critiquen por las promesas incumplidas; por mucho
que se equivoque, por mucho que no pueda o no sepa solucionar los
problemas.
Ni las mentiras ni las frustraciones del electorado desgastan
tanto como la pérdida del poder, las 12 de la noche de
la política cenicienta, desaparecen los coches oficiales, los dedazos,
el protagonismo, el coro de periodistas, los edificios oficiales, los
aplausos, las atenciones, el protocolo, las inauguraciones… ¡Plof! De
pronto, nada.
Pero hay más, hay mucho más. El PSOE andaluz no solo
se ha quedado escuálido de despachos tras cuatro décadas de poder, sino
que, para colmo, en el Gobierno de la nación manda Pedro Sánchez,
la facción mayoritaria y contraria a la de Susana Díaz, con lo que los
cargos a repartir en Andalucía que dependen de la Administración del
Estado difícilmente irán a parar a los altos cargos susanistas que se han quedado sin empleo. Hiel sobre hojuelas. Y los ERE, un reguero de escándalos que no parece tener final.
Tras la sentencia de la Audiencia de Sevilla,
que ha dejado a los socialistas andaluces noqueados, otros juicios
nuevos se van abriendo contra ellos. La condena de la pieza política ha
sido solo el principio, el comienzo, como quitar el tapón de una bañera.
A partir de ahora, y en un horizonte razonable de tres o cuatro años,
lo que ocurrirá es que cada trimestre el anuncio de una nueva vista oral
recordará pormenorizadamente en qué consistió el fraude de esas ayudas.
Es decir, con la condena de la pieza política, lo que hemos sabido, a
través de los hechos probados, es cómo el Gobierno andaluz que presidía Manuel Chaves diseñó un sistema opaco para manejar el dinero público; ahora vamos a ir conociendo, caso a caso, dónde y quién se benefició de ese dinero.
Esta
misma semana, sin que los dirigentes socialistas hayan podido sacar
siquiera la cabeza para respirar, intentando digerir todavía la
sentencia de los ERE, el expresidente Chaves y su fiel consejero Zarrías han sido imputados de nuevo por una de esas piezas,
la primera ayuda de todas, la que dio origen al fraude posterior de 680
millones.
En 1999, concedieron un préstamo de casi seis millones de
euros a la empresa Campocarne —situada en Jaén, territorio de influencia
de Zarrías—,
en contra del criterio de la Intervención General, y, por ese motivo,
la Fiscalía Anticorrupción ha pedido que los procesen por delitos de
prevaricación y malversación.
Si Chaves y Zarrías se han librado de condenas de cárcel en el juicio
anterior, al contrario de lo que le ha sucedido al otro expresidente, José Antonio Griñán, fue porque no se les acusaba de un delito de malversación,
que conlleva prisión. Si prospera este caso, otra vez se sentarán en el
banquillo y, ahora, pueden ser condenados, además, por el delito del
que se libraron en la ‘pieza política’.
Tan abatidos están algunos
dirigentes socialistas que, 'off the record', van sembrando la prensa
local de algunas frases lapidarias: “La condena por los
ERE ha sido peor que perder en las elecciones andaluzas; las elecciones
nos dejaron sin Gobierno, pero la sentencia condenatoria nos ha dejado
sin pasado”.
Manuel Chaves debe conocer bien ese estado de ánimo, el peligro de
que sean los suyos los que renieguen de su paso por la Junta de
Andalucía durante dos décadas, y ha salido al paso, sacando pecho. En
una entrevista en el diario 'El País', Chaves ha hecho lo que mejor sabe hacer, dibujar una realidad paralela
en la que no existen ni el fraude ni el fracaso, y en la que nada le
afecta, porque sobrevolaba lo mundano.
¿Qué han sido los ERE? “Un
procedimiento para proteger a los trabajadores despedidos”. ¿Y por qué
nadie los controlaba? “No sé explicarlo. Ahí habrá habido un problema de
vigilancia”. Entonces, ¿qué supone esa etapa? “Es una historia de éxito
de Andalucía, que la incorporó al proceso de modernización de España”.
Chaves siempre ha sido así y la verdad es que esa estrategia siempre le ha funcionado.
Cada vez que se enfrentó a algún problema serio como presidente
andaluz, surgía una versión oficial, paralela y justificativa, que
pronto se iba extendiendo como un mantra por toda Andalucía, por todos
los voceros de Andalucía.
El problema actual del PSOE es que ya no
cuenta con esa red, ni con los líderes de antes ni con la credibilidad
de entonces, para poner en marcha la ofensiva que propone Chaves, por
mucho que los anime: “El PSOE no tiene por qué acomplejarse ni
avergonzarse y tiene carácter para superarlo”.
¿Algún contratiempo más? Quedan las pulgas, como a todo perro flaco que busca huesos en la oposición. Las pulgas son los enfrentamientos directos entre socialistas,
deslenguados, vulgares, traperos, que pueden ser incuso más dañinos que
los orgánicos. Cuando, por ejemplo, Susana Díaz se enfrentó con su
número dos, el onubense Mario Jiménez, y lo desterró de la cúpula de los socialistas andaluces, la batalla interna se mantiene latente, nunca desaparece, pero tampoco aflora públicamente.
Las peleas ordinarias sí trascienden, esas son las pulgas, cuando el personal asiste asombrado a un espectáculo de insultos y escupitajos verbales entre los más veteranos, que llevan toda la vida abrazándose en la tarima de los mítines. Alfonso Guerra,
por ejemplo, que ha sido durante toda su vida política, la más longeva,
el cabeza de lista del PSOE por Sevilla y, además, uno de los más
respaldados de España.
Si otra histórica, Amparo Rubiales, dice ahora que “no sabe qué hace ese tipo en el PSOE” —¡ese tipo!— y lo compara, además, con el dirigente de Vox Ortega Smith, la perplejidad del electorado socialista debe ser extrema. El deterioro está en su máximo apogeo.
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