Casi sin darnos cuenta, el país se está paralizando. Los efectos del coronavirus se expanden
ya por todos los rincones de la geografía y la vida cotidiana de la
gente se ve cada vez más perturbada. Se ha entrado en una espiral
imparable en que la novedad inicial dio paso a la curiosidad, más tarde a
la preocupación, después a la alarma y actualmente se está en fase de
alerta roja o, si se quiere ser más dramático, de pánico.
Gente
desbordando los supermercados para hacer acopio de provisiones,
el transporte -sobre todo el aéreo- en visperas de una gran crisis
económica, el sector turístico, desde el hotelero a la restauración,
cruzando los dedos ante la amenaza de que sea un año de números
rojísimos, las empresas alarmadas ante el escenario que se les viene
encima, los pequeños ahorradores que tienen sus ingresos en la bolsa
viendo como se desploma día tras día, el temor a que España acabe como
Italia en un cierre total de las fronteras y el confinamiento de los
ciudadanos, la alteración de la vida diaria de dos franjas de edad tan
diferentes como la de los más pequeños y la de los ancianos
y así podríamos seguir.
Los gobiernos se debaten entre no hacer nada o
lo mínimo posible o bien pasarse directamente al otro extremo.
No hay un camino seguro, a priori, y todo consiste muchas veces en ir
probando casi a ciegas y, además, en medio de flagrantes
contradicciones. Así se cancelan todo tipo de acontecimientos deportivos
o se establece que se celebren a puerta cerrada para evitar
aglomeraciones que favorezcan un hipotético contagio pero en cambio, y
aunque después de muchas dudas y muy última hora de este martes se han suspendido las Fallas de Valencia,
aún se mantienen en el calendario otras grandes fiestas como la Feria
de Abril de Sevilla.
Debe ser que las Fallas y la Feria de Abril son
palabras mayores para gobernantes tan y tan pendientes de todo lo que
tiene que ver con la demoscopia electoral.
Pero al final, también todo
cae por su propio peso: si se tenían que celebrar en aquellas fechas
partidos a puerta cerrada en Valencia, ¿como se podía sostener que las
Fallas iban a tener un tratamiento diferente cuando atraen una multitud
infinitamente mayor que la que se puede reunir en un campo de fútbol?
¿Para evitar el impacto que tendría para la economía doméstica y para la
imagen de España?
Lo cierto es que nadie se atreve a hacer pronósticos
mínimamente realistas sobre como puede acabar quedando el PIB de la
eurozona y de una manera muy especial los de España e Italia (hoy por
hoy, en una situación más grave). En cualquier caso, a veces es mejor
callar que hablar si no se sabe muy bien qué decir, porque aún están
frescas las declaraciones de la vicepresidenta y ministra de Economía, Nadia Calviño,
que el pasado 4 de marzo decía que preveía impactos "poco
significativos en la economía" española por el coronavirus. Por favor,
ministra, ¿en qué burbuja vive?
Las previsiones del 1,7% de crecimiento
para 2020 que daban agencias como S&P ya fueron rebajadas a 1,2%
hace una semana, cuando aún no se había entrado en la fase de gravedad
actual. Todo lo que sería situarse en torno del 1% sería hoy por hoy
casi una buena noticia y esto supone la destrucción de cientos de miles
de empleos. Hay que tener en cuenta que la economía española ya estaba
en una fase de desaceleración antes del impacto del coronavirus.
Gestionar la combinación de dos impactos como el sanitario y el económico
no va a ser fácil y va a requerir grandes dosis de paciencia, acertar
en la decisiones y una enorme confianza en un sistema hospitalario que
está entre los mejores del mundo.
También ayudas de urgencia al mundo de
las pequeñas y medianas empresas si se quiere evitar que el sistema
colapse, algo que no hay que descartar aunque hoy estemos aún lejos.
Pero la velocidad de la expansión del virus obliga a ser todo menos
optimista.
(*) Periodista y director de El Nacional
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