Todo es nuevo en la provincia de Almería y al mismo tiempo nada hay
más antiguo en toda la península Ibérica. Allí apareció la primera
ciudad, Los Millares, en la llamada edad del cobre, hace ahora unos
cinco mil años. Y aunque solo fuera un poblado era ya un asentamiento
estable con su perímetro defensivo y sus lugares de enterramiento
permanentes.
De ese periodo es el famoso Indalo que forma parte del
Patrimonio de la Humanidad junto con todo el arte rupestre del Arco
Mediterráneo de la Península Ibérica. Y mil años después, ya en la Edad
del Bronce, la cultura del Argar, con sus necrópolis, extendida hasta la
vecina Murcia.
Allí se va
acumulando la clásica historia de tierra de frontera, aunque al sur ya
solo quede el mar, por la que pasan fenicios, cartagineses, romanos,
bizantinos, visigodos, bereberes, yemeníes, cristianos
en busca de
cualquier cosa, pero especialmente de lo que se busca en la frontera:
minerales o refugio, como los moriscos en las Alpujarras antes de su
expulsión, o saqueo como los berberiscos en la costa.
Como en toda tierra de frontera no hay monumentos cuya construcción
exija estabilidad e inversión. No hay iglesias románicas ni góticas, ni
renacentistas. La catedral de la capital es un ejemplo del arte
religioso-militar. Solo la Alcazaba tiene pretensiones de permanencia
para vigilar no solo la ciudad sino todo el golfo. El concepto de
transitoriedad esta tan arraigado incluso allí, que los cristianos se
han limitado a poner algunas cruces y un Cristo grande y feo, al que
solo le faltan las pistolas y que se observa, pero no se admira desde
cualquier sitio.
Aunque la ciudad la fundó Abderramán III en el 955, los bereberes que
la habitaron almohades y almorávides -también había algún yemení-
tenían cultura de frontera, venían del norte del desierto del sur y
excepto un florecimiento de la cultura Sufi, el misticismo musulmán,
poco aportaron al acervo cultural.
Un mar de plástico que da oro
El
mar daba poco de si, el pescado, el garum y las salinas en la costa.
Una climatología que dificultaba la agricultura. Con la expulsión de los
moriscos se extiende el despoblamiento y hasta el siglo XX no se inicia
un repoblamiento que toma velocidad a partir de los años setenta con la
explotación industrial de frutas y verduras criadas bajo plástico y que
han convertido a la provincia, especialmente en las últimas dos
décadas, en una de las mayor crecimiento económico y en consecuencia de
mayor incremento de la población, aunque muchos de los trabajos sean
temporales. Y así se ha pasado de la moto y el isocarro al Mercedes y al
BMW y del PSOE al PP y a Vox.
En la capital huele a nuevo rico y no solo en los coches, sino en las
tiendas, bares y restaurantes y sobre todo en la forma de vestir del
personal. Allí todavía los domingos la gente se viste de domingo y las
familias acuden juntas a buenos restaurantes en los que se ofrece
pescado y marisco fresco y, en algunos todavía, esos potajes que tomaban
antes los agricultores. Los jóvenes toman tapas de calidad en la zona
de Jovellanos. La ciudad está limpia, las Avenidas son amplias y hasta
los barrios del centro histórico, próximos a la Alcazaba se están
recuperando.
Pero todavía no se creen que lo suyo sea lo bueno. En el magnífico
Paseo Marítimo que se extiende tanto que al alejarse del centro deja de
ser ciudad para convertirse en pueblo y adopta un nombre clásico de la
frontera 'Nueva Almeria', han bautizado a los restaurantes con nombres
vulgares , ni uno solo se llama Indalo sino Mangia donde te ofrecen café
ristretto, y la gelateria " italiana adquiere nombre francés La Carte
d'or. Aunque el premio lo gana el edificio Tahiti que, lógicamente,
alberga el bar Taj Mahal donde se anuncian tapas indias.
Sol y playa
La
agricultura, y nunca mejor dicho, se lo ha comido todo. El incipiente
turismo que también a partir de los años setenta se empezó a desarrollar
en Roquetas de Mar, impulsado por un clásico hombre de frontera, en
este caso catalán, se ha quedado en el estandarizado producto de sol y
playa, que cierra al terminar octubre y no abre hasta Semana Santa.
Afortunadamente al otro lado, el Cabo de Gata ha sido respetado y es hoy
día uno de los últimos reductos del Mediterráneo virgen, donde
holandeses con sus casas rodantes y otras especies similares pasan el
invierno frescos por la noche pero en la playa al mediodía.
Como corresponde a toda tierra de frontera hay que hacer esfuerzos
para llegar. Más de seis horas la separan de Madrid, sea en coche o en
tren, y cuatro de Sevilla. El avión es caro. Pero precisamente en esa
lejanía es donde se encuentra el encanto de lo diferente.
En la
provincia de Almería hay multitud de recursos turísticos que quieren
convertirse en productos para ser vendidos en los mercados
internacionales. Pronto llegaran emprendedores que los venderán con
éxito.
(*) Fundador y primer director general de Turespaña
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