martes, 16 de abril de 2024

Ucrania: el principio del fin / Fernando del Pino Calvo-Sotelo *


Al igual que el sol de la mañana disipa la neblina lenta pero inexorablemente, el paso del tiempo termina dibujando con claridad las líneas que separan la verdad de la mentira.

Hace casi un año, el mismo día en que comenzó, predije el fracaso de la contraofensiva ucraniana, tan jaleada por la voluntarista prensa occidental, y añadí que terminaría en el peor de los casos «como la suicida Carga de la Brigada Ligera»[1]. El desastre ha sido clamoroso, y probablemente pase a los anales de la historia militar como una de las mayores y más inútiles pérdidas de vida humana de los conflictos bélicos modernos. 

Las fuerzas ucranianas, armadas y entrenadas por la OTAN, fueron lanzadas a la muerte por cortoplacistas intereses geopolíticos sin que lograran en muchos casos llegar siquiera a la primera línea de defensa rusa, cuya eficaz estrategia de defensa estática diezmó a los atacantes, que podrían haber sufrido del orden de 160.000 bajas. 

En vez de construir con realismo defensas sostenibles, Zelensky, animado por Occidente y desde la seguridad de su búnker en Kiev, ordenó una ofensiva absurda en la que perdió su ejército y su moral de victoria. 

Estas son las consecuencias de dedicarse a ganar la guerra de la propaganda en vez de dedicarse simplemente a ganar la guerra, como ha hecho Rusia. Pronto la única línea defensiva viable será el río Dniéper.

La pérdida de Avdiivka

El rotundo fracaso de la ofensiva ucraniana y la posterior pérdida de la población fortificada de Avdiivka ha debilitado irreparablemente la posición de Ucrania y acelerado su derrota. Para ser los defensores, las tropas ucranianas sufrieron un número desproporcionado de bajas en Avdiivka. Los motivos han sido variados.

El primero ha sido la abrumadora ventaja artillera enemiga, que incluso el alto mando ucraniano cuantifica ya en 6 a 1 (siendo la cifra real quizá el doble). «La artillería lo es todo», decía Napoleón, sobre todo «cuando converge con fuego nutrido sobre un punto». Doscientos años más tarde el fuego de artillería sigue provocando hasta el 75% de las bajas en batalla.

El segundo ha sido el notable incremento de la actividad aérea rusa con bombardeos de precisión masivos que aprovechan el ingenioso sistema UMPC para convertir bombas «tontas» (de caída libre) en bombas guiadas de forma barata. 

Parecido al JDAM norteamericano, se trata de un sistema de planeo mediante alas desplegables a las que se adjunta una unidad de control que dirige la bomba con precisión. Gracias al planeo, la bomba puede ser lanzada desde gran altitud a una distancia segura de hasta 70 km del objetivo, es decir, fuera del alcance de la defensa aérea ucraniana. Este uso ha dado una segunda vida útil al vasto arsenal de bombas pesadas que posee Rusia, de gran potencia destructiva e impacto psicológico.

Una tercera causa es que, según todos los indicios, las posiciones ucranianas fueron abandonadas en una retirada caótica para evitar el inminente cierre del cerco a la ciudad. Una retirada desordenada o en pánico es una de las más peligrosas situaciones en que puede verse inmerso un ejército, pues causa un enorme número de bajas y facilita la toma de numerosos prisioneros, como ocurrió en Avdiivka.

Por último, la injustificable destitución del competente general Zaluzhny, decidida por parte del aún presidente Zelensky por razones exclusivamente políticas (las encuestas mostraban que era mucho más popular que él[2]), también ha contribuido a un lógico deterioro de la voluntad de lucha del bando ucraniano. 

Que un general competente sea destituido en plena guerra y enviado a una embajada lejana es un indicio más de la amoralidad sin orillas del títere gobierno ucraniano y de su titiritero, la Administración Biden, responsables últimos de la destrucción de Ucrania, como podremos analizar en la segunda parte de este artículo.

Probablemente el siguiente paso de Rusia sea la toma del bastión de Chasiv Yar, lo que implicaría prácticamente el fin de la conquista del Donbass. Asimismo, es posible que Zaporiyia y Jersón vuelvan a ser escenarios clave de la acción bélica antes del verano.

El posible colapso de las líneas ucranianas

El sustituto de Zaluzhny, el general Syrsky, reconocía recientemente en una entrevista que la situación era «realmente difícil y tensa», y que Rusia «estaba llevando a cabo ofensivas en un frente muy amplio[3]». 

Apenas mencionaba las armas enviadas por Occidente, que naturalmente no han cambiado el curso de la guerra sino su duración (para desgracia de Ucrania). Asimismo, admitía tácitamente que Ucrania no había construido líneas fortificadas entre Avdiivka y Jarkov (¿dónde ha ido a parar el dinero destinado a ello?), ciudad esta última que posiblemente Occidente dé por perdida. 

Quizá por eso, Macron la omitió en sus recientes bravuconadas sobre supuestas líneas rojas que Francia no toleraría (Kiev y Odessa), baladronadas que él denomina con elegancia muy francesa «ambigüedad estratégica».

Finalmente, el nuevo comandante en jefe ucraniano también admitía la carencia de vehículos (que ha llevado a transformar brigadas mecanizadas en brigadas de infantería[4]), la falta de munición y de tropas y la falta de rotación y descanso de éstas. Por ejemplo, la 110ª Brigada Mecanizada ha estado ininterrumpidamente en primera línea en Avdiivka desde el comienzo de la guerra, dos largos años.

Ucrania podría haber perdido desde el principio del conflicto más de 450.000 hombres, frente a un mínimo de 60.000-75.000 rusos, órdenes de magnitud (la precisión es imposible) inversas a las que publicita la despistada prensa occidental. En cualquier caso, un horror, como toda guerra.

La fatiga y el decaimiento de la voluntad de lucha de los ucranianos también aparece reflejado en encuestas en la propia Ucrania, a pesar de la propaganda de su gobierno. Según Gallup, el apoyo a una continuación de la guerra es de sólo el 52% en las regiones del Este y del 45% en las del Sur. 

Incluso en el Oeste, más nacionalista y alejado del frente, el apoyo a la continuación de la guerra ha disminuido al 70%[5]. Tampoco existe evidencia alguna de que los ucranianos emigrados desde el comienzo de la guerra estén volviendo a luchar por su país, y la nueva ley aprobada por Zelensky para reducir la edad para alistarse ha resultado enormemente impopular.

En mi opinión, los rusos no tienen prisa y no pretenden realizar ofensivas espectaculares, que suelen ser frágiles y pueden resultar efímeras. Sin embargo, si las tropas rusas, de mayor número y maniobrabilidad, son capaces de concentrar su capacidad ofensiva en algún punto de un frente que resulta demasiado largo para ser defendido por el bando más débil, cabe la posibilidad de que la resistencia ucraniana se desmorone y los acontecimientos se precipiten en tiempo y espacio. Al igual que en mecánica, la fuerza bélica es producto de masa por aceleración. 

En cualquier caso, los rusos aplicarán su refrán: «Si vas demasiado deprisa alcanzarás la desgracia, pero si caminas demasiado lento, la desgracia te alcanzará a ti». Con su frialdad característica, sólo acometerán una ofensiva en masa si tienen claro que no van a encontrar oposición.

De producirse el colapso ucraniano, este sería el principio del fin de una guerra en la que el innegable heroísmo de las tropas ucranianas no ha podido compensar el irresponsable e inútil liderazgo político del país, dirigido por intereses extranjeros y exageradamente enfocado en los éxitos propagandísticos.

La derrota inevitable

La mayor parte de estamentos políticos y militares occidentales parece ser ya consciente de que la derrota militar de Ucrania es inevitable, como filtró la prensa francesa recientemente[6]. Esto no sorprenderá a los lectores de este blog, pero sí a los incautos consumidores de medios, los cuales han tenido que cambiar su triunfalista relato sobre la marcha. 

La abrupta salida de la Subsecretaria de Estado, Nuland, la figura neo-conservadora más fanática y beligerante contra Rusia del gobierno Biden (autora de la famosa frase «que se joda la UE»[7]), es otro indicio de que en Occidente se empieza a oler a fracaso. Y a pesar de la propaganda, incluso en Europa sólo el 36% de los europeos considera que la ayuda a Ucrania debe considerarse algo prioritario[8] y menos del 10% cree que Ucrania ganará la guerra[9].

Contrariamente a lo que afirman los medios, el avance ruso parece lento y metódico, destinado a conservar las vidas de sus propios efectivos y a destruir sistemáticamente la capacidad de combate del ejército ucraniano. 

Sus ambiciones geográficas parecen centrarse en las cuatro regiones ya anexionadas a Rusia y probablemente en una parte adicional importante de la zona oriental del río Dniéper, mientras en el sur su objetivo de máximos sería establecer un corredor paralelo al mar Negro hasta Odessa y Moldavia para aislar a la futura Ucrania del mar.

La lógica dicta que el objetivo de Rusia nunca fue conquistar todo el territorio de Ucrania ni, desde luego, atacar otros países europeos miembros de la OTAN. De hecho, que los medios occidentales se sigan haciendo eco de una patraña tan burda produce cierto sonrojo aunque no sorprende, pues se han pasado dos años haciendo el ridículo. 

Más sorprende, sin embargo, que lo repita el secretario de Defensa norteamericano a sabiendas de su falsedad[10], lo que demuestra hasta qué punto la Administración Biden se revuelca en el descrédito.

En cualquier caso, la «operación militar especial», como cínicamente sigue denominándola Rusia, ha desembocado en una guerra de trágicas proporciones (especialmente para Ucrania) que cambiará el Mundo y podría suponer una derrota estratégica de EEUU y de la OTAN, posibilidad que convierte esta fase crepuscular del conflicto en la más peligrosa e imprevisible de la guerra. 

En efecto, un Occidente arrinconado por sus propios errores y aplastado por un Himalaya de falsas expectativas de creación propia puede provocar una escalada del conflicto de impredecibles consecuencias. Ésta es la última esperanza de Zelensky, y lo que más debemos temer los ciudadanos europeos.

Una nueva forma de hacer la guerra

Desde el punto de vista militar, esta guerra ha puesto de manifiesto, una vez más, que las guerras del futuro serán muy distintas de las del pasado. Es ésta una constante en la Historia que, sin embargo, no parece modificar la esclerosis pedagógica (posiblemente inevitable) de los estados mayores, que en tiempos de paz siempre entrenan a sus ejércitos para ganar la última guerra.

Cayendo en el mismo error y sin saber qué deparará el futuro, me permito extraer algunas lecciones de la guerra presente. En primer lugar, en conflictos entre ejércitos modernos (y no contra desharrapados pobremente armados, que son la especialidad de EEUU en las últimas décadas), las tecnologías actuales permiten a los contendientes observarse mutuamente en tiempo real convirtiendo en vulnerable cualquier concentración de fuerzas y dificultando el efecto sorpresa.

 Este hecho sólo podrá cambiar si se crean armas eficaces para interferir, cegar o destruir los ojos del enemigo, incluyendo los satélites, sea desde bases terrestres o espaciales.

Asimismo, la integración en tiempo real en la misma plataforma de datos ISR (Intelligence, Surveillance & Reconnaissance) con artillería, aviación, misiles y drones permite la eliminación de unidades enemigas segundos o escasos minutos después de haber sido localizadas, antes de que puedan cambiar de posición.

Precisamente por esta limitación, ha cobrado mayor importancia la movilidad de las fuerzas, de modo que la ventaja esté del lado de quien pueda concentrarse con mayor rapidez en un punto determinado o incluso amagar con fintas que desconcierten y agoten al adversario, como está haciendo Rusia a lo largo del frente. Para ello, la logística y la velocidad de traslado —a su vez afectado por factores exógenos como el terreno y las infraestructuras existentes en la línea de frente— serán claves.

Otra novedad ha sido la revalorización de los arsenales estratégicos, una especialidad soviética, que permiten cubrir el intervalo de tiempo existente entre la ruptura de las hostilidades y el incremento de la producción de armamento a ritmos adecuados a tiempos de guerra.

Por último, los drones han supuesto una revolución. A lo largo de la Historia, los avances tecnológicos han ido variando el equilibrio entre los elementos ofensivos y defensivos de la guerra. 

Al igual que la pólvora hizo obsoleta a la caballería y la artillería a las murallas, o al igual que los misiles anticarro o antiaéreos redujeron la ventaja de carros y aeronaves, los relativamente baratos drones supondrán a partir de ahora una amenaza muy seria para el hardware pesado, ya se trate de carros de combate (en el caso terrestre) o de carísimos buques de combate de gran tonelaje (en el caso naval).

Ucrania, probablemente con ayuda británica, ha obtenido éxitos notables en el hundimiento de buques rusos de la Flota del Mar Negro mediante el uso nocturno de drones navales con tácticas de saturación, es decir, mediante ataques simultáneos. Además, los drones son dirigidos a una misma banda del buque, para que escore y se hunda más rápidamente. 

Por el momento, estos ataques no han podido neutralizarse eficazmente ni con drones aéreos ni con cortinas de fuego desde los propios buques, y han contribuido al deterioro de la moral del enemigo. Dicho eso, sus éxitos han tenido más valor propagandístico que militar, pues la guerra de Ucrania se decide en tierra y no en la mar (salvo si se produce un desembarco anfibio en Odessa).

El horror de la guerra

En la segunda parte de este artículo analizaré las posibles consecuencias estratégicas y a largo plazo de este conflicto, pero no querría dejar de hacer antes una reflexión. Estos análisis necesariamente fríos no deben hacernos olvidar la tragedia humana que supone toda guerra y el horror que producen sus devastadores consecuencias.

La guerra cambia, pero los muertos mueren igual que siempre, y los vivos les lloran igual que siempre.

[1] La lenta derrota de Ucrania – Fernando del Pino Calvo-Sotelo (fpcs.es)
[2] Zelensky Receives Polling Blow from His Former Top Lieutenant (newsweek.com)
[3] Oleksandr Syrskyi, Commander-in-Chief of the Ukrainian Armed Forces: (ukrinform.net)
[4] 153rd Mechanized Brigade is no longer mechanized | MilitaryLand.net
[5] Ukrainians Stand Behind War Effort Despite Some Fatigue (gallup.com)
[6] Guerre en Ukraine : de la prudence à l’affolement… Ce que cache le virage de Macron (marianne.net
[7] El «fuck the EU» desata una nueva crisis entre EE.UU. y Europa por el espionaje (lavanguardia.com)
[8] Should the EU continue to support Ukraine? Our poll finds Europeans are in favour | Euronews
[9] Barely 10% of Europeans believe Ukraine can still defeat Russia, finds poll | Ukraine | The Guardian
[10] NATO Will Be Drawn Into War With Russia if Ukraine Loses: Lloyd Austin (newsweek.com)

 II

 En estos tiempos oscuros parece que la palabra «verdad» se ha convertido en un arcaísmo. Un buen ejemplo de ello es la guerra de Ucrania, sobre la que la clase político-mediática se ha pasado practicando su especialidad —mentir— durante dos años.

Como hemos venido defendiendo desde un principio (y como ya debería ser evidente hasta para un periodista), ésta nunca fue una guerra entre Ucrania y Rusia, sino un conflicto entre EEUU y Rusia que tenía lugar sobre suelo ucraniano, en el que EEUU ponía el dinero y Ucrania los muertos. Europa, mientras, se convertía en la víctima colateral económica por el servilismo de la UE hacia los intereses yanquis.

En el mismo sentido, las razones reales de la guerra nunca tuvieron nada que ver con una utópica defensa del débil o de los ideales de libertad y democracia (¿en Ucrania?), sino con el bastardo interés geopolítico norteamericano de erosionar a Rusia. No lo digo yo, sino varios senadores norteamericanos que lo reconocieron hace unos meses[1] al afirmar sin empacho que la ayuda militar a Ucrania había sido «la mejor inversión para la seguridad de EEUU de la historia[2]», pues habiendo invertido «sólo un 3% del presupuesto militar anual hemos conseguido degradar el ejército ruso en un 50% sin perder una sola vida americana[3]». 

Aun errando en los números (a fin de cuentas sólo son políticos), las escandalosas declaraciones de estos senadores ponen de manifiesto que Occidente no sólo ha perdido el juicio, sino también el alma: para el gobierno norteamericano sólo tienen valor las vidas americanas (o peor aún, el impacto electoral de la pérdida de vidas americanas), pero los cientos de miles de vidas ucranianas perdidas para lograr nada son «una buena inversión», unos meros peones sacrificados en el tablero de ajedrez con la esperanza de debilitar temporalmente al adversario. ¿Estos son los valores que Occidente afirma defender?

Una guerra provocada y alargada por EEUU y sus socios

Contra toda evidencia, la consigna occidental insistía en calificar como «no provocada» la invasión rusa. En realidad, EEUU había estado provocando a Rusia con las sucesivas anexiones de la OTAN y, en especial, con la iniciativa de incorporar a Georgia y Ucrania, aprobada en la Cumbre de la OTAN de Bucarest en 2008 a pesar de que el propio embajador de EEUU en Moscú, William Burns (hoy director de la CIA) había hecho saber que la incorporación de Ucrania era «la más roja de las líneas rojas» no sólo para Putin, sino para toda la clase dirigente rusa.

 «Durante más de  dos años de conversaciones con las principales figuras políticas rusas, desde los mayores defensores de una línea dura en el Kremlin hasta los más acerbos críticos de Putin, no he encontrado a nadie que no considerara la pertenencia de Ucrania a la OTAN como un desafío directo a los intereses de Rusia[4]».

Seis años después, en 2014, EEUU apoyó un golpe de Estado contra el presidente ucraniano democráticamente elegido y, tras colocar a un gobierno afín, animó a Ucrania a no respetar los Acuerdos de Minsk, acuerdos que, para más inri, la ex canciller Merkel sugeriría años más tarde que no fueron más que un engaño a Rusia «para ganar tiempo» y rearmar a Ucrania[5].

Desde este golpe de Estado del 2014, la OTAN había estado entrenando y armando al ejército ucraniano (un país no miembro), que amenazaba cronificar el conflicto civil en el Este del país (que hasta enero de 2022 había provocado 14.000 muertos[6] y ni un solo titular en Occidente) y recuperar Crimea, sede de la única base naval en mares cálidos de Rusia. 

A ojos rusos, por tanto, la invasión se consideró un ataque preventivo ante una amenaza existencial para disuadir a los ucranianos de buscar la confrontación, garantizar su neutralidad y asegurar la implementación de los Acuerdos de Minsk. Rusia preveía un conflicto de pocos días o semanas (como el de Georgia en 2008), seguido de una rápida negociación y de un acuerdo como el que estuvieron a punto de suscribir en Turquía en abril del 2022, cuando todavía apenas había bajas por ambos bandos.

Sin embargo, cuando Ucrania estaba a punto de firmar dicho acuerdo, EEUU y Reino Unido decidieron torpedearlo para desgastar a Rusia, como confirmaron sucesivamente el ex primer ministro israelí[7] y el ministro de Exteriores turco (las negociaciones se habían llevado a cabo en Turquía). 

Con toda razón, el general alemán retirado Harald Kujat, antiguo jefe de Estado Mayor del Ejército alemán y expresidente del Comité Militar de la OTAN (CMC), ha sido rotundo al afirmar que «todos los muertos ucranianos y rusos desde el 9 de abril de 2022 se deben a que [Occidente] impidió a Ucrania firmar un tratado de paz con Rusia[8]». No lo olviden.

Los dos pilares de la propaganda occidental

El relato falaz sobre la guerra de Ucrania se ha apoyado en dos pilares. El primero es la penosa imagen que en Occidente tenemos de Putin, imagen que nunca tuvimos de ningún líder soviético. ¿Y por qué precisamente de Putin, entre tantos otros yonquis del poder psicopáticos que pululan por ahí, de Oriente a Occidente? 

La respuesta estriba en que, más allá del escalofrío que provoca el personaje, estamos ante una exitosa campaña de demonización de la propaganda anglosajona, que ha logrado hacer olvidar, por ejemplo, la presencia de Rusia en el G-8, las amigables risas entre Putin y Obama en el G-20 del 2012[9], o la forma en que Bill Clinton describía al autócrata ruso en 2013 como una persona «muy inteligente» y un socio fiable. 

En efecto, preguntado por el entrevistador si se podía confiar en él a puerta cerrada, Clinton respondía: «Cumplió con su palabra en todos los acuerdos a los que llegamos»[10]. Por cierto, Clinton se refería al mandatario ruso educadamente como «Mr. Putin» mientras hoy Biden le califica de «loco hijo de puta[11]», un gran avance de la civilización.

 El segundo pilar sobre el que se ha apoyado la propaganda occidental es el desconocimiento de la realidad rusa. Para Occidente, Rusia siempre ha sido un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma, como decía Churchill, y un ejemplo de ello es la reacción a las recientes elecciones en las que Putin habría sido reelegido por un supuesto 87% de los votos, inmediatamente tildadas de fraudulentas por Occidente.

Naturalmente, el fraude electoral es algo común en regímenes seudodemocráticos en la forma, pero autocráticos en el fondo, como es el caso de Rusia. Sin embargo, la pregunta es otra: ¿necesita realmente Putin cometer fraude para ganar las elecciones? Aquí nos enfrentamos a un dato incómodo, esto es, que Putin ha sido siempre muy popular en su país. 

Algunas de las causas de esta popularidad son espurias, como el férreo control que el gobierno ruso ejerce sobre los medios de comunicación, el culto a la personalidad sobre la figura del presidente o la inexistencia (o supresión) de personalidades opositoras relevantes. 

Pero además de estas desvirtuaciones propias de un régimen represivo, existen otras causas objetivas que también justificarían la popularidad de Putin en circunstancias más normales, y resulta crucial entenderlas sin que las emociones (manipuladas) nos nublen el entendimiento (ver Anexo).

La derrota estratégica de la OTAN

En mi anterior artículo analizaba la situación bélica en el frente y la acelerada derrota de Ucrania, que ya en febrero de 2023 este blog tildaba de «inevitable»[12] en contra de la opinión general. Ahora querría analizar las profundas consecuencias estratégicas que, en mi opinión, tendrá la guerra, para detrimento de Occidente.

La decisión de la OTAN de apoyar masivamente el esfuerzo ucraniano siempre tuvo como objetivo crear una herida a Rusia por la que sangrara durante un tiempo, pero era éste un objetivo táctico y cortoplacista. También se creyó que el conflicto socavaría el apoyo popular a Putin e incluso llegó a soñar con un cambio de régimen, una especialidad de la política exterior norteamericana. Asimismo, se creyó que las sanciones adoptadas bajo la coartada de la guerra causarían una debacle en Rusia.

Sin embargo, todo este voluntarismo sólo ponía de manifiesto, una vez más, que en EEUU faltan verdaderos estrategas y sobran aprendices de brujo. Que un país tan rico y enriquecedor (y cuya Constitución creó el mejor experimento de libertad de la Historia) tenga gobiernos que adolezcan de una dificultad genética para comprender (y respetar) cómo funciona el Mundo más allá de sus fronteras siempre me ha sorprendido. 

Desde luego, la arrogancia no ayuda, y cuando a la arrogancia se suma la ignorancia el resultado es el desastre.

Así, ninguno de los objetivos de EEUU se ha cumplido. En primer lugar, el apoyo popular a Putin se ha robustecido y no se vislumbra cambio de régimen alguno. Es más: puede que el cambio de régimen llegue antes a EEUU (con Trump) que a Rusia.

En segundo lugar, las sanciones de USA (United Sanctions of America) no han quebrado la economía rusa sino la europea, con la complicidad de la inepta burocracia de la UE. El coste de la energía para uso doméstico e industrial se ha multiplicado y las empresas europeas se han visto obligadas a vender sus activos en Rusia a precios de saldo asumiendo enormes pérdidas. 

Tras un período de adaptación, Rusia y sus recursos naturales acabarán en manos de Oriente.

En tercer lugar, el carácter abusivo e ilegal de algunas de estas sanciones, como la congelación de las reservas exteriores rusas, no ha dañado de forma significativa a Rusia a corto plazo, pero ha provocado sin embargo la irritación y hartazgo del resto del Mundo, que, una vez más, ve que el orden mundial anglosajón se basa en unas reglas que sólo se aplican para los demás: 

«Las reglas son para ti, no para mí». Sin duda, quebrar los principios más básicos de la confianza recíproca entre países tendrá consecuencias a largo plazo en detrimento del dólar, moneda del país deudor por excelencia y cuya naturaleza de reserva mundial tiene sus días contados (pregúntenle al BRICS). 

Probablemente, éste sea el mayor error autoinfligido de EEUU de toda su historia: Oriente (o sea, el 83% del planeta que no es Occidente) se ha dado cuenta de que el gigante norteamericano se apoya en unos pies de barro, esto es, en el dólar, y le ha declarado la guerra. La duración de la misma es incierta; el resultado, no.

En cuarto lugar, la masiva implicación de la OTAN y su triunfalista campaña de propaganda, prematura e imprudente, ha creado a la postre una imagen de impotencia de la propia organización y, por ende, de EEUU. 

De hecho, la rapidez de adaptación del ejército ruso tras sus reveses iniciales, su paradigmático éxito en defensa estática y dos años de durísimo conflicto contra un durísimo enemigo le han convertido en el ejército más entrenado del mundo. 

A pesar del alto precio que ha pagado, lejos de quedar acomplejado (como les ocurrió con su retirada de Afganistán en 1989), la guerra de Ucrania le ha hecho ganar confianza y probablemente sea hoy un rival más temible que hace dos años.

Un mundo más peligroso

El hecho de que la OTAN haya ayudado a Ucrania de forma tan explícita y alborozada proveyendo armas ofensivas y datos de inteligencia que han causado la muerte de decenas de miles de soldados rusos tendrá dos graves consecuencias. La primera será debilitar al principio de disuasión nuclear, elemento imprescindible para la seguridad mundial. 

En efecto, la OTAN ha jugado con fuego con una potencia nuclear con la certeza de que, al estar dirigida por un actor racional, éste no iba a apretar el botón. Como consecuencia de ello, los países cuya seguridad más dependa de la disuasión nuclear (como es el caso de Israel) se verán expuestos a mayores amenazas por parte de sus adversarios.

La segunda consecuencia, más tangible, será que EEUU y la OTAN no podrán participar en ninguna misión en el extranjero sin temer que su adversario vaya a ser abiertamente armado por Rusia con armamento moderno y provisto de datos de inteligencia que provoquen la muerte de soldados occidentales. Rusia no olvidará, como sólo Oriente sabe no olvidar, y la venganza es un plato que se sirve frío.

En definitiva, el conflicto de Ucrania tiene todo el aspecto de convertirse en un colosal error estratégico de EEUU. Occidente no sólo perderá la guerra, sino los restos de autoridad moral de que gozaba, y si en pleno pánico la OTAN crea una escalada de última hora para intentar camuflar su derrota, el mundo no sólo no volverá a ser el mismo, sino que, además, entrará en guerra. El mundo se ha vuelto un lugar más peligroso.

El misterio de la popularidad de Putin

Según la única empresa demoscópica rusa independiente, respetada en Occidente y de cuyos datos se nutre Statista[13], los más recientes sondeos antes de las últimas elecciones presidenciales mostraban un porcentaje de aprobación de Putin del 86%[14], no muy distinto del supuestamente obtenido en las elecciones. 

Es más: en los últimos 20 años, Putin habría mantenido un apoyo que ha oscilado entre el 58% y el 88%. De ser ciertos estos datos, ¿cómo es posible? Para tratar de comprenderlo tenemos que hacer un breve repaso histórico.

En los años posteriores a la caída de la siniestra tiranía soviética, Rusia sufrió una crisis de identidad sólo comparable a la pérdida de los imperios europeos (por ejemplo, España en 1898, Austria en 1918 o Inglaterra tras la II Guerra Mundial). 

La URSS fue desmembrada, su peso geopolítico se convirtió en una sombra de lo que había sido y el país bailaba al son que marcaba su antigua némesis, EEUU, vencedor claro de la Guerra Fría y única superpotencia en aquel momento. Para más inri, Rusia sufrió una humillante derrota en la Primera Guerra de Chechenia (1994-96).

Al orgullo nacional herido ―algo que un eslavo se toma en serio, como también han demostrado los ucranianos con su coraje― se sumó una crisis económica sin precedentes y una corrupción galopante. El PIB ruso cayó un 50% en sólo 8 años hasta la tormenta perfecta de 1998, cuando el rublo sufrió una brusca devaluación, el país suspendió pagos y la inflación alcanzó el 84%. 

Esta hecatombe se debió en parte a la podredumbre del sistema comunista y en parte a la incompetencia de Boris Yeltsin, cuyas debilidades personales le convertían en un líder errático y maleable, idóneo para los intereses geopolíticos norteamericanos, pero desastroso para su pueblo. Bajo su mandato la corrupción alcanzó cotas grotescas con oligarcas que se apropiaron a precios de saldo de las principales empresas públicas soviéticas.

Con la llegada de Putin al poder en enero del 2000, las cosas cambiaron. Puso orden en la anarquía reinante, reforzó el imperio de la ley (que en Rusia siempre se aplica de forma selectiva) y acotó los abusos de los oligarcas. Desde luego, la corrupción continuó siendo un problema endémico, pero ésta se convirtió en algo ordenado y no caótico, si me permiten la ironía. 

Es más: según una fuente británica fiable, la actitud de los primeros gobiernos de Putin denotaba un afán por recuperar lo que los oligarcas de la era Yeltsin habían «robado» al Estado[15]. Luego él crearía su propia clase oligárquica.

Un factor relevante del éxito de Putin fue la bonanza económica, pues supo capitalizar el mercado alcista del petróleo, durante el cual el precio del barril pasó de 30 a 200 dólares y cuyo comienzo coincidió por azar con su llegada al poder. 

Naturalmente, Rusia sigue siendo hoy un país relativamente poco desarrollado en términos de PIB per cápita, pero lo relevante a afectos de la popularidad de Putin es el crecimiento de dicho PIB desde su llegada al poder, que en una década se multiplicó por dos en términos constantes[16] (equivalente a un crecimiento anualizado del 7%). 

El desempleo también se redujo desde un artificial 13% a una cifra real del 3% en 2023[17] y los impuestos se simplificaron y redujeron, de modo que hoy en Rusia el impuesto sobre la renta tiene un tipo fijo del 13%.

En otro orden de cosas, cabe añadir que, según Gallup —empresa norteamericana—, el 75% de los rusos están satisfechos con su nivel de libertad personal y el 71% se sienten seguros paseando de noche por sus calles[18].

Finalmente, Putin recuperó el orgullo nacional de un país que deseaba verse respetado. Los rusos tienden a admirar a un líder fuerte, y en Putin lo encontraron. El trabajado culto a la personalidad que rodea su figura hizo el resto.

Estos datos ponen de manifiesto que, más allá de la opinión que nos merezca Putin en Occidente (algo que a él le trae al fresco y que posiblemente le beneficie en su propio país), objetivamente el pueblo ruso ha visto mejorar sus condiciones de vida desde su llegada al poder. 

Esto supone una sólida base de apoyo popular, apuntalada naturalmente por la machacona propaganda del propio régimen y por un victimismo crónico que EEUU no hace más que realimentar con la arrogancia explícita de su estrambótica política exterior desde 1991. No comprender esto es no comprender nada.

[1] Sen. Blumenthal (opinion): ‘Ukraine is at the tip of the spear’ (ctpost.com)
[2] Senator Mitt Romney en X: «The single most important thing we can do to strengthen America relative to China is to see Russia defeated in Ukraine. A weakened Russia deters the CCP’s territorial ambition, and halts Putin’s vision of reestablishing the old Soviet Union. Supporting Ukraine is in our interest. https://t.co/X21GGs0lTW» / X (twitter.com)
[3] Ukraine used 3% of US defense budget to destroy half of Russian army — war news / The New Voice of Ukraine (nv.ua)
[4] The Back Channel, William J. Burns, Random House 2019
[5] Putin: Russia may have to make Ukraine deal one day, but partners cheated in the past | Reuters
[6] Conflict in Ukraine’s Donbas: A Visual Explainer | Crisis Group
[7] Western Bloc Led by ‘Aggressive’ Boris Johnson Ruined Russia-Ukraine Peace Deal, Leading to Year-Long Bloodshed, Says Ex-Israel PM (ibtimes.sg)
[8] Talk im Hangar-7: Zwei Jahre Ukraine – Freiheitskampf oder Kriegstreiberei? | Kurzfassung (youtube.com)
[9] Putin and Obama share a laugh at G-20 (2012) (youtube.com)
[10] CNN’s Piers Morgan Speaks with President Bill Clinton – 2013 CGI Annual Meeting (youtube.com)
[11] El presidente de EE.UU. Joe Biden llama a Putin un «h.d.p. loco» (cnn.com)
[12] También nos han mentido sobre Ucrania – Fernando del Pino Calvo-Sotelo (fpcs.es)
[13] Putin approval rating Russia 2024 | Statista
[14] Левада-Центр : Indicators (levada.ru)
[15] Beyond Business, John Browne, Orion Books
[16] GDP per capita, PPP (constant 2017 international $) – Russian Federation | Data (worldbank.org)
[17] Russia – Unemployment rate 2021 | Statista
[18] From the Kremlin to the Kitchen: Russian Life in 6 Charts (gallup.com)

 

(*) Economista 

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