Alfonso Alonso, ese hombre, debería estar preocupado. Cuando te
elogian, te aplauden y te ensalzan unánimemente todos los enemigos de tu
partido, de tu ideología y hasta de ti mismo es para hacértelo mirar.
Algo estás haciendo mal. O, mejor dicho, lo estás haciendo rematadamente
bien… pero para los intereses del adversario. Está por ver que uno solo
de los comentaristas, contertulios y políticos que jalean al perdido
personaje sea del ámbito liberal o, simple y llanamente, conservador.
El
vitoriano se ha convertido en una suerte de caballo de Troya que
amenaza con llevarse por delante lo poco que queda de un partido que, no
lo olvidemos, logró 19 escaños en 2001 con el insuperable Jaime Mayor
Oreja y a punto estuvo de conquistar la Lehendakaritza de la mano de ese
otro gran constitucionalista que es Nicolás Redondo Terreros.
Un Nicolás Redondo al que se fumigaron precisamente por eso: por
estar del lado de quienes defienden la Carta Magna y el Estado de
Derecho en general en territorio comanche. Luego es obvio que la deriva
anticonstitucionalista del Partido Socialista de Euskadi no es cosa de
Pedro Sánchez sino que, para ser más exactos, la parió José Luis
Rodríguez Zapatero y la está rematando con precisión de relojero suizo
el actual presidente del Gobierno y caudillo de Ferraz.
Algo parecido a
lo que quiere hacer el presidente del PP vasco, que no disimula lo
cachondo que le pone relativizar el nauseabundo rol que ha jugado el
antecedente de Bildu, Batasuna, en el País Vasco en las últimas cuatro
décadas. Que no era otro que señalar los objetivos que debía rematar la
banda terrorista ETA.
Siempre he pensado que Borja Sémper es un buen tipo y un político que
entiende mejor que nadie las nuevas tendencias de la política, basadas
en las redes sociales y en un cierto toque modernito en las formas. Pero
aluciné cuando hará cosa de unos siete años se descolgó con una frase
que parecía salida de ese hijo de Satanás que es Otegi: “El futuro del
País Vasco hay que construirlo con Bildu”.
Lo desafortunadamente normal
en una formación, el PP vasco de la era Rajoy, que venía haciendo de las
suyas desde 2008 cuando echó por la puerta de atrás a lo mejor de lo
mejor: María San Gil. Un partido que jamas debe olvidar el coste que ha
tenido para ellos defender la democracia en Vizcaya, Álava o Guipúzcoa,
entre otras cosas, porque les han matado a más gente que a nadie.
El epítome de esta deriva lamentable llegó hace nada, el 12 de julio
del año pasado. Ese día de la infamia el PP guipuzcoano votó “sí” a que
el partido de ETA, Bildu, presida la Comisión de Derechos Humanos de las
Juntas Generales de Guipúzcoa. Esto es como si el Tribunal de Núremberg
lo hubiera presidido Adolf Hitler redivivo o Eichmann recién traidito
de Argentina.
Antes Alonso nos había sorprendido con imbecilidades
manifiestas, como esa petición de “federalizar” al PP vasco o esas
declaraciones en las que se autodefinía como “patriota vasco y patriota
español”. Olvidó el genio alavés que sólo hay una patria y que
patriotas vascos, “abertzales” más bien, es como se definen los miembros
de Bildu y de ETA.
Por no hablar de su indecente decisión de asfixiar a
la Escuela de Verano Miguel Ángel Blanco. El nombre de esta maravillosa
iniciativa de las Nuevas Generaciones lo dice todo acerca de la
catadura moral de nuestro protagonista.
Por todo ello, y por su apoyo incondicional a Soraya Sáenz de
Santamaría, Alfonso Alonso debería dar gracias a Dios y besar por donde
pisa Pablo Casado por haberle mantenido como candidato del PP vasco pese
a que en 2016 llevó al partido a los peores resultados de la era
moderna. No entiendo yo a santo de qué viene el pollo que está montando
por la coalición electoral que se ha forjado con Ciudadanos para las
autonómicas vascas y que presumiblemente será el inicio de grandes
cosas. En lugar de estarse calladito, monta el pollito.
El todavía
presidente del PP regional mantiene que carece de sentido porque
Ciudadanos no es nadie en el País Vasco. Tan cierto como que si esa
alianza se hubiera producido para las generales, Maroto no se hubiera
quedado sin escaño en el Congreso de los Diputados en favor de los
proetarras.
José María Aznar tuvo que hacer de la necesidad virtud, con infinidad
de gestos al centro para centrar un partido que, no lo olvidemos,
procedía de la derechona de Manuel Fraga. Meter a ucedistas de pro como
Arias-Salgado, Mayor Oreja o Javier Arenas requirió algún que otro
sacrificio de históricos de AP y, aunque a corto plazo no se vieron los
resultados, a largo fue la clave de un éxito que se resume en la derrota
de Felipe González en 1996 y la mayoría absoluta de 2000.
La unión hace la fuerza o concordia res parvae crescunt que
decían los clásicos. Lo del País Vasco no es, como están haciendo ver
los opinadores del pensamiento único izquierdista, un capricho de Pablo
Casado o una puñalada a Alfonso Alonso por haber respaldado en el
Congreso del PP de 2018 a la persona que hundió para mucho tiempo un
partido con vocación mayoritaria, un partido que aglutinaba desde el
centro a las posiciones más conservadoras y carcas de la derecha en
materia social. La UCD en versión moderna, en definitiva. La entente
PP-Cs es el final del principio, que no el principio del final, de un
camino que ha de acabar sí o sí en Moncloa.
A ver si se enteran los enemigos del centroderecha y los tontos
útiles a su servicio: lo de menos es un País Vasco que está perdido de
momento para el constitucionalismo. Digo de momento porque el día que
reflote sus señas de identidad, mandando al basurero el relativismo
ético y político, volverá la pasión electoral y consecuentemente los
votos. Ni siquiera es una cuestión catalana teniendo en cuenta que las
encuestas otorgan a Ciudadanos aún menos escaños que al PP.
Es un asunto
nacional. Porque si se reconquista el Gobierno de España, será mucho
más sencillo recuperar plazas como Aragón, Cantabria, Asturias,
Comunidad Valenciana, Canarias e incluso una Extremadura en la que el
PSOE va a sufrir de lo lindo por esa demagoga chapuza del Salario Mínimo
Interprofesional que ha destrozado el sector agrario de la región.
Nunca seguramente tuvo tanto sentido la tan manida como
incontrovertible frase de los economistas de toda la vida: “Lo que no
son cuentas, son cuentos”. Subraya esa legión de contertulios
izquierdosos que Ciudadanos tenía mucho voto socialdemócrata porque el
partido lo fundaron tipos procedentes de ese ámbito ideológico como
Antonio Robles, Francesc de Carreras o el propio Girauta. Olvidan
deliberadamente que el que metió al partido naranja de hoz y coz en el
centroderecha fue su líder bonito, el individuo que lideró con puño de
hierro la formación hasta la derrota final, Albert Rivera.
Y las estadísticas tampoco mienten. Mariano Rajoy se metió en el
bolsillo 10.866.588 votos en las generales de ese 20-N de 2011 que,
visto lo visto, con esos 186 pedazo de escaños, fue la gran oportunidad
perdida para acometer las grandes reformas que este país necesita y para
deshacer las incontables barrabasadas zapaterianas. La suma de PP,
Ciudadanos y Vox dio algo más de esa cifra, no mucho más, en abril del
año pasado: 11.160.000 papeletas.
Y en noviembre los guarismos se
redujeron ostentóreamente, que diría Jesús Gil, pero porque la
participación total cayó a plomo fruto del hartazgo electoral y por la
espantada de cerca de un millón de electores —que se dice pronto— de
Ciudadanos que en lugar de decantarse por el PP o por Vox se quedaron en
casa. La derecha se anotó 10.296.000 apoyos en las urnas el 10-N. Todo
lo cual demuestra que los votos de PP, Cs y Vox forman vasos
comunicantes, vamos, que son la misma cosa. Es, básicamente, un sufragio
transversal que se va moviendo de partido en partido en función de las
sensaciones.
Dicho todo lo cual una cosa está clara: si hubieran concurrido juntos
a las urnas en abril, no tendríamos que soportar el Gobierno que nos ha
caído en desgracia con los comunistas bolivarianos llevando la voz
cantante y mandando mucho más de lo que en el peor de nuestros sueños
pudimos imaginar. Y digo sólo abril y digo bien porque no hubiera hecho
falta repetir los comicios por una sencilla razón: la derecha tendría
mayoría absoluta en el Parlamento.
El acuerdo preelectoral PP-Ciudadanos
seguramente es un pequeño paso para Pablo Casado, porque lo del País
Vasco está complicado con este cabeza de cartel, pero indiscutiblemente
será un gran salto para un centroderecha que está que trina con este
Ejecutivo socialcomunista que quiere imponer el pensamiento único, que
se cargará la economía y que hará saltar por los aires la unidad
nacional. Éste es el camino. No será fácil, Pero no hay otro.
(*) Periodista
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