viernes, 7 de febrero de 2020

La ambición de un peón fuera de control / Itziar Reyero *

Atesorar todo el poder, escapar a todo control. Esta máxima guía los pasos del peón de ajedrez Iván Redondo, el consultor político que maneja las piezas del Gobierno desde su tablero sombreado de La Moncloa. Es de lejos el colaborador de Pedro Sánchez sobre el que más líneas se han escrito, convertido en una especie de demiurgo que dirige los hilos del Ejecutivo, coordina su estrategia y controla la comunicación. 

Su leyenda, en parte real y en parte ficcionada, se ha agigantado tras publicarse el decreto de estructura de la Presidencia, que le otorga facultades colosales en detrimento del Consejo de Ministros. Un gobierno en paralelo, y lo que es más grave, fuera del foco de la oposición. 

El esquema no es nuevo para Redondo (San Sebastián, 1981), que dejó de ser un puro asesor electoral del PP para meterse en los huesos del Gobierno extremeño de José Antonio Monago (2011-15). Antes había llevado la campaña de Albiol en Cataluña y de Basagoiti en el País Vasco. Pero en 2011 tuvo su gran oportunidad y logró que su «cliente» le cediera todo el poder, convirtiéndole en omnipotente jefe de gabinete en la penumbra; de eso ejerce hoy en Madrid. Monago fue su títere. Sánchez puede serlo.

«Consejero coordinador»

La Junta fue su gran laboratorio de pruebas. Allí hizo y deshizo a su antojo. «Su estrategia fue la misma: aisló al líder, que queda endiosado y es apartado del partido, y somete a todos los consejeros. Todos debíamos pasar por él antes de despachar con el presidente», señaló a ABC uno de los siete integrantes del ejecutivo de Monago. 
En Mérida se hizo llamar «consejero coordinador», sin rango pero por encima de todos: su influencia es total. «Iván Redondo manda en Extremadura y no lo ha votado nadie», denunció desde la oposición Guillermo Fernández Vara, quien hoy calla ante el poder exorbitante del valido de Sánchez. Como pasó en el PP extremeño, los contrapoderes del PSOE se han difuminado. El líder está endiosado, exhibe su fuerza. Y él es el favorito del «rey».  
En la Junta aprendió a manejar la Administración, navegó por los pliegues de la legalidad y la retorció cuando quiso. Allí ensayó un movimiento escandaloso, que Sánchez ahora ha copiado. Ideó el cambalache de cargos situando al consejero de Administraciones Públicas como presidente del Consejo Consultivo regional. Y, viceversa, el presidente de este órgano independiente ocupó el sillón vacante en el Gobierno. La jugada dejó el mismo rastro pringoso que hoy provoca el cambio de la ministra de Justicia a la Fiscalía General. 

«Son maniobras muy peligrosas que socavan la división de poderes y la propia democracia», admite hoy uno de aquellos consejeros, arrepentido de tolerar las malas artes de Redondo. Su ceguera, explica este alto cargo del PP, se debe al poder de persuasión del «gurú».

«Tiene una fuerza incontestable. Sepa o no de lo que habla, es determinante. Hasta el consejero de Hacienda, que era un catedrático de colmillo retorcido, comía de su mano».
El incendio ocasionado por la designación de Delgado fue rápidamente tapado por una bomba de humo: su especialidad. El Gobierno sobreactuó con el pin parental y paseó el artículo 155 por Murcia. El tahúr de La Moncloa conseguía desviar la atención. «En eso Iván es un experto. Va marcando la actualidad, sabe que las crisis duran 72 horas y él desvía el tiro», dice un estrecho colaborador de Monago.
Por supuesto, todos vieron su sello en la exhumación de Franco, convertida en una superproducción de «Netflix». 

 «El presidente haciendo running y paseando al perrito con fotógrafos... Esto ya lo hizo aquí. Sánchez fue en Falcon al concierto de The Killers como Monago vio a Extremoduro... El objetivo es modernizar al líder». Ha copiado hasta el cambio del Consejo de Ministros, de viernes a martes, que ya ordenó en la Junta, a la que también modernizó llamando «Gobex».  
Nefasta, sin embargo, fue su gestión del escándalo de los viajes de Monago a Canarias para visitar a una amiga, que le sufragó el Senado. «Iván paseó al presidente por los platós, le achicharró con razones imposibles». De aquel error aprendió a instaurar la «ley del silencio», y de ahí que, por ejemplo, haya sido imposible que Sánchez responda por su tesis doctoral fraudulenta destapada por ABC

En cambio, en la crisis de comunicación del Gobierno sobre el «affaire Ábalos» sus excompañeros opinan que Redondo ha querido abrasar a quien es mano derecha de Sánchez en Ferraz. «A mí no me echa nadie de aquí», respondió herido el ministro. Puede que esa bala no fuera dirigida a la oposición, sino a Moncloa. «Todo huele a la misma tostada preparada por Iván».

Aniquilar al adversario

En Extremadura se recuerda con pesar la dinámica de crispación que vivieron durante el mandato Monago-Redondo. La ofensiva fue brutal contra la oposición, los medios y todos los que cuestionaron el régimen instaurado. «Se vio con el poder del Mandarín. Aquí tuvo un presupuesto limitado, pero aprendió pronto a repartirlo», apuntan en los dos partidos.

En el PSOE extremeño le definen como un hombre siniestro, sin escrúpulos. Valentín García, entonces portavoz en la Asamblea y hoy diputado nacional, denunció a tumba abierta el intento de Redondo de «aniquilar al adversario», o sea, al PSOE. 

«Eso es lo que intentó en Extremadura: eliminar personal y políticamente a Guillermo Fernández Vara y a cuantos le rodeábamos, y borrar al PSOE del tablero extremeño». Le acusó en una carta en Facebook de revisar las facturas, una a una, de restaurantes y hoteles para saber con quién se hospedaba el expresidente. En el entorno de Vara sospechan que le puso un detective. 

Ángel Ortiz es el director de «El Norte de Castilla» y dirigía entonces «Hoy», el diario extremeño de referencia. Dibuja así la influencia de Redondo: «Lo normal es que el director de campaña, el "spin doctor", esté al margen del poder y se limite a llevar al político al cargo. Él no. Él quiso ser el anestesista y cirujano. Pero hizo de celador, enfermero, anestesista, cirujano y enterrador». Intentó controlar a los medios privados regándolos de campañas institucionales y, como se ha publicado, ofreció salvar al «Hoy» de un ERE. 

Ortiz no entró por el aro y se produjo el ERE. «Es un hombre que juega al límite, siempre entre la amenaza y la compra de voluntades». Así lo ven también en los sindicatos. También la televisión pública se fue a la huelga para quitarse la mordaza en los viajes de Monago a Canarias -la directora de Público, Ana Pardo de Vera, denuncia que por aquella exclusiva se le vetó para dirigir RTVE-. Y después de que Redondo ordenara poner telenovelas en lugar de emitir en directo la moción de censura que sufrió Monago y que marcó el final de su partida extremeña. Si una línea de un texto sobre él le ha disgustado, hoy sigue haciéndoselo saber a los periodistas. 

Su relación con Ferraz es de mutua desconfianza. Suele decir Redondo que él cree en las personas, no en los partidos; y no cree en las ideologías, sino en las ideas, y cuanto más sencillas, mejor. El viejo partido socialista secuestrado por un consultor ajeno que gobernó con el PP y puso la semilla de la campaña xenófoba de Albiol. 

Muchos socialistas supuran resentimiento pero hoy callan. «La relación es normal», aseguran en el partido. «El tiempo lo cura todo, esas cosas se diluyen, y más habiéndole ganado las elecciones», opina un diputado extremeño en el Congreso, que diferencia «los papeles bien distintos» de Redondo en Mérida y en Madrid. «Aquí tenía una influencia total porque Monago se lo permitió. Él podía decidir una crisis de gobierno. Y eso en Moncloa es impensable. Pedro bebe de muchas fuentes». Está seguro de que se magnifica la leyenda de Iván el terrible, sin descartar que él la busque. 

«Su mayor fortaleza es lo táctico, el corto plazo, el regate en corto», resume César Calderón, consultor político de Redlines que se midió a él en dos elecciones (Extremadura y País Vasco) y en las dos le ganó. Esa agilidad le sacó del hoyo tras el fiasco de la repetición electoral de noviembre. Cuando en Ferraz afilaban los cuchillos contra el «gurú» de La Moncloa, en apenas treinta horas firmó un pacto secreto con Podemos. Era una cuestión de supervivencia para Redondo y para Pablo Iglesias, que mantienen hoy una relación muy fluida. 

El que sigue es un pasaje muy revelador del protagonista. Es abril de 2016 y es entrevistado en el programa televisivo La Tuerka. «Es culto, rápido, sensible», le presenta. Están encantados de conocerse, se miden profundizando en las series de televisión. Según Iglesias, «House of Cards», pura ambición personal, sería peligrosa en la Facultad de Políticas porque «deja poco espacio para el proyecto moral». 

Pero Redondo defiende que debe ser asignatura obligada. Si quieres ver el gobierno ideal, el presidente que todos queremos, ve al «Ala Oeste de la Casa Blanca». Pero si quieres ver el mundo real, el gobierno de lo posible, ve a «House of Cards». 

«Bueno, sin la literatura de asesinatos», matiza Redondo. Iglesias, incrédulo y fascinado al mismo tiempo, asiente. 

Al final de su entrevista, Redondo regala a Iglesias un peón de ajedrez, que representa al asesor, el que «siempre está detrás y que hay que destacar porque cuando llega a la casilla ocho puede transformarse en cualquier pieza. Y es con la estructura de peones como se gana en política». Habrá que ver si al final Redondo logra coronar.
 


(*) Periodista


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