Este año 20 del siglo XXI, conmemorativo de un hecho luctuoso trascendental en la historia de la Tauromaquia –la muerte de Joselito el Gallo–, nos ha traído en su frío despertar una noticia también luctuosa: la muerte de un programa radiofónico emblemático, longevo donde los haya: Los Toros,
de la Cadena Ser.
Si alguno de los lectores, habituales o no de esta
página, en base a las lógicas discrepancias en cuestiones estrictamente
profesionales que mantuve –y mantengo– con el que hasta hace nada fue
director de ese programa, pudiera pensar que tal noticia me ocasiona un
mínimo estímulo de complacencia, se equivoca. Sinceramente, me entristece. En una mala, malísima noticia.
No está la fiesta de los toros en condiciones de entregar con piadosa
resignación el gañote a la tijera de podar que vienen manejando, de
forma implacable, los medios de comunicación desde hace ya algunas
décadas. Necesitamos que los toros se asomen a la ventana de la Prensa, cualquiera que sea su formato y su rango.
Que por ella entre la luz. Y la voz. Y la imagen. Cerrar de golpe las
fallebas y echar el cerrojo, es ponerlos (a los toros) en régimen de
cautividad, engrilletarlos, y por tanto, coadyuvar a su muerte lenta,
por inanición, en clave de difusión. Eso sí es tortura, y no el arte del toreo.
No voy a soslayar que las cosas no andan boyantes en los medios de
comunicación, digamos, tradicionales, esto es, la prensa escrita, la
radio y la televisión. La onda expansiva que ha provocado la eclosión de
Internet y el consiguiente tsunami de las redes sociales arrasa con
todo. La publicidad –lógicamente– se desparrama en busca de aquellos
soportes de mayor impacto en la sociedad de consumo. Vende más quien más
invierte en propaganda para despertar el interés de la gente, porque
si la gente del común –el público consumidor—pierde interés por todo
aquello que no se anuncia, el dueño del producto, y el producto en sí,
va de cráneo. No hay interés sin poner capital. De cajón.
En general, los periódicos de papel de toda la vida no viven
exclusivamente de lo que venden en el kiosco –¡ojalá!–, sino de lo que
anuncian sus páginas, entre ellas, fíjense, las necrológicas. Hubo un
tiempo en que morirse obligaba a la ampliación de esas páginas para
albergar tanto suceso con cerco negro de luto, lo cual constituía una
buena noticia…para el propietario o el editor: tantas esquelas, tanta
pasta. Un contrasentido desde el punto de vista sentimental, pero
perfectamente asumible en el comercial: bienvenidos los que se van.
En las emisoras privadas de radio ocurre lo mismo. La lucha por
atraer al anunciante es tremenda. Los gurús de las mañanas, las tardes y
las noches, combaten entre ellos hasta la extenuación por atraer
oyentes, no tanto por propia satisfacción –prurito egocéntrico
inevitable— como por ofrecer datos al EGM, una maquinaria que cuenta de
forma un tanto abstrusa los números de quienes leen, ven o escuchan,
aunque en ocasiones, maquina (sin acento), más que fabrica. Los EGM son,
muchas veces, el muelle inexorable que manda a tomar vientos a los
profesionales del sector. No tener audiencia equivale a bajar la
persiana o a echar al dependiente. No hay tu tía.
Sin embargo, el caso de los toros es
especial. Distinto. Equívoco. Se
puede tener audiencia e ingresar cero, o casi cero, en publicidad.
Entra en contradicción con los razonamientos expuestos, pero es así. Los
toros pueden interesar, pero la publicidad que apuntala económicamente
su difusión ha ido quedando marginada
de forma tan galopante en estos últimos lustros, que este es el día en
que para los toros no hay un duro—un euro, vamos–, que es también una
forma de ir erosionando su pervivencia informativa. Y si esto no se
remedia, mal vamos. Si no se informa, no se enseña, no se muestra la
Fiesta a través de la Prensa en la proporción que merece, la cosa del
cuerno y el trapo se irá atomizando poco a poco, no lo duden.
En el caso de La Ser, el grave problema se ha ido agudizando al
cambiarle al programa el horario y el dial. Antes, cuando entraba al
rebufo de El Larguero –programa deportivo nocturno de máxima audiencia—,
con Los Toros la empresa radiofónica mantenía unas excelentes
cotas de
audiencia y todos vivían de las rentas. Todos tan contentos. Habrá
que buscar, pues, el por qué ese desplazamiento hasta horas aún más
intempestivas que las anteriores y encontraremos el busilis de la
cuestión. Alguna justificación, por rocambolesca que sea, habrá de
tener.
No me pete nada ahondar en otros argumentos que están provocando el
progresivo desplazamiento de la información taurina de los medios de
comunicación, sino centrarme en los que afectan al caso específico de
referencia. Quitar los toros en La Ser, de un plumazo, es un
golpe bajo, perverso y dañino para la fiesta de los toros. Un puntillazo
indecoroso. Al menos, a mí me duele. Sinceramente, siempre creí que
Molés
seguiría al pie de este micrófono, mientras el cuerpo aguantara. Por lo
visto, los dirigentes de la Cadena, han entendido todo lo contrario.
Los Toros necesitan a la Prensa, porque
sin ella entrarían en un gueto irrespirable. Me dicen que el nuevo
ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes,
asegura que no pondrá trabas a la fiesta de los toros, una de las
manifestaciones culturales dependientes de su Departamento. Menos mal.
Pero no me fío. Hay por ahí algunas declaraciones suyas contra el
anterior presidente electo del Gobierno censurando su apoyo a los toros
“con la que está cayendo” (es decir, con el pastel envenenado que le
dejó su correligionario Rodríguez Zapatero), en las que
asomaba la patita en sentido contrario.
Claro que perteneciendo al
gabinete del actual presidente no me extrañaría que practicara el
camaleonismo propio del jefe, el que culpa al antes y al después para
justificar su posición política o ideológica, por demás ilógica, y decir
o hacer una cosa y la contraria, según convenga.
Tengamos fe. No queda
otra. Como le decían a Curro en la Maestranza, en trances adversos: “ya vendrá el verano”.
(*) En TVE cofundador y Director del programa
"Tendido Cero" y del programa Clarín de RNE.
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