La fotografía en la que aparecen Pedro
Sánchez, Emmanuel
Macron, Angela
Merkel y Donald
Tusk negociando los principales puestos ejecutivos de la Unión
Europea el pasado viernes en Bruselas define muy bien la
nueva situación. El presidente interino español ya se sienta en el más
restringido núcleo de negociación de los poderes europeos sin tener
amarrada la investidura. Son tiempos de urgencias.
Son tiempos rápidos y España está ganando fuerza en
la Unión Europea como consecuencia de la deserción italiana. Seguro de
sí mismo, políglota y encantado de haber dado una lección a la vieja
nomenclatura de su partido, Sánchez negocia en Bruselas y sólo manda
recados en Madrid. Cree que la investidura ha de caer como fruta madura.
El PSOE sabe mandar. Cada vez que regresan a la sala
de mandos, por larga que haya sido la ausencia, los socialistas
recuerdan perfectamente para qué sirve cada botón. El PSOE consiguió 123
diputados en las elecciones generales y ya quiere gobernar como si
tuviese 150.
Volvamos
a abril para captar mejor lo que nos espera en julio. El Partido
Socialista tenía muy bien enfocada la campaña hasta que la Junta
Electoral Central dictaminó que no podía televisarse un debate en Atresmedia con presencia de Vox.
TVE relanzó rápidamente su oferta de debate en la televisión pública
–sin Vox–, convocatoria que el PSOE no podía rechazar.
Llegados a ese
punto, Pablo
Iglesias, Pablo
Casado y Albert
Rivera concertaron una posición común, a iniciativa del primero,
consistente en no renunciar a la cita de Atresmedia. Dos debates
consecutivos ante las cámaras de televisión, inmediatamente después de
las vacaciones de Semana Santa. Sánchez no tuvo más remedio que aceptar y
no brilló ninguno de los dos días. Los debates no son su punto fuerte.
Tampoco brilló Casado, que estuvo a punto de capotar ante un impetuoso
Rivera, más a la derecha que nunca. Iglesias, que había comenzando la
campaña políticamente muerto, logró subir dos o tres peldaños. El PSOE
bajó súbitamente al 26%, ante la alarma de la Moncloa. Había comenzado
la campaña por encima del 30%. En los dos últimos días logró recuperar
la cota 28. Les falló Madrid.
Madrid, más que Catalunya,
será el gran quebradero de cabeza de Sánchez estos próximos cuatro años.
Con 130 o 135 diputados del PSOE frente a unos 30 de Podemos, la
investidura ya estaría resuelta. Con una ecuación 123/42, la negociación
puede encresparse.
Seguimos en abril. En los dos debates, Rivera apareció como
el más fiero antagonista del líder socialista, al que detesta. Pese a
las presiones de estos días, pese al implacable giro táctico de Manuel
Valls en Barcelona, pese a los vuelos rasantes de los aviones Mirage en el espacio aéreo de Madrid, Rivera tiene miedo a ser destrozado por el Partido
Popular si ahora concede la abstención a Sánchez. En Ciudadanos viven
obsesionados por las encuestas y los focus group. Temen verse
convertidos en una pelota de ping-pong. Temen acabar como el Centro Democrático y Social de Adolfo
Suárez.
El ciclo electoral entero demuestra que sin Pablo Iglesias
al frente, Podemos se habría descalabrado en las elecciones generales.
Después de sus desastrosos resultados en las municipales, autonómicas y
europeas de mayo, la coalición Unidas Podemos se mantiene en pie gracias
a los 42 diputados obtenidos en abril.
Ahí tenemos las claves. Rivera cree que no puede moverse,
por mucho que le aprieten. Al menos, no ahora. Iglesias necesita
proyectar fuerza para salvar su proyecto, toda vez que Íñigo
Errejón no va a renunciar al suyo.
Amparado por los poderes
europeos, Sánchez quisiera gobernar con el viejo método andreottiano de
los dos hornos: unos días pactó con Ciudadanos, y otros negoció con Podemos.
Puesto que este idílico plan parece que no va a poder ser, quisiera un
Podemos dócil, social y administrativo, quizá con dos ministerios, sin
Iglesias merodeando por la sala de los botones.
La investidura podría fracasar en julio. En septiembre,
ante el riesgo de repetir las elecciones, Rivera dispondría entonces de
una buena coartada argumental para ofrecer la abstención al PSOE, con
condiciones. La cuestión es si Sánchez, muy seguro de sí mismo en
Bruselas, querrá arriesgarse tanto en Madrid.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia
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