domingo, 19 de abril de 2020

Las enseñanzas de la temporada turística / Primo González *

Cada día que pasa aumenta el temor a que el principal motor de la economía española, el turismo, sufra en esta crisis un impacto negativo superior al que se había estimado en unos primeros momentos. 

El sector ya ha pasado la primera reválida, la Semana Santa, que es una especie de test anticipado que deja entrever las tendencias y la intensidad de la bondad  de lo que puede acontecer a lo largo del momento álgido de la temporada turística, los meses de julio a septiembre, los tres incluidos, aunque España cuenta con geografía rica y diversificada que permite que algunas regiones (sobre todo las dos Españas insulares) tengan un microclima privilegiado, que puede hacerse extensivo a algunas zonas del sur de la Península.

Está claro que los 83 millones de turistas que visitaron España el año pasado  llegaron atraídos por muchas razones, pero las climatológicas forman parte esencial de nuestro menú de oferta. La pandemia no va a quitarnos el sol y el buen clima de golpe y porrazo como uno de estos grandes alicientes, pero no es desde luego el único de cuantos somos capaces de ofrecer.

Hay otros atractivos que se han visto además reforzados en los últimos años, como la tranquilidad que se respira en las calles y la cultura del ocio que inunda todas nuestras actividades veraniegas. Son muchas, en definitiva, las virtudes que España ha ido modelando para situar a nuestra industria turística como la segunda más importante del mundo.

La llegada de la pandemia tiene que ser vista, por lo tanto, como un fenómeno indudablemente transitorio, que causará destrozos económicos y sociales en el tejido empresarial del país y en el meollo de la actividad turística. Quizás los optimistas que crean que esta crisis es un fenómeno en forma de “V” se han excedido en sus valoraciones, al minimizar el riesgo que corre el sector. No tienen razón quienes creen que este trance va a ser un tema menor para el sector turístico.

No parece razonable pensar que la situación de crisis  no dejará huellas profundas en un periodo quizás breve de tiempo, pero no más allá de uno o dos años. Dirán algunos que es bastante grave, pero la reactivación del sector  cuenta con credenciales que no se van a disipar de la noche a la mañana. 

El impacto negativo en el sector turístico será muy grave a corto plazo porque lo que está en juego  es la seguridad y la salud de los ciudadanos que nos visiten, la seguridad de los cuidados sanitarios, la eficacia y entrega los responsables de atender a los posibles afectados y de las Fuerzas de Seguridad, dos sectores que han dado muestras de una gran carga de responsabilidad y de sacrificio en la atención intensiva de los millones de ciudadanos que de una u otra forma hemos estado bajo  el alto riesgo de contagio, primero, y de una atención eficiente después. 

Han fallado indudablemente algunos mecanismos, sobre todo en lo que respecta a la elección de materiales y su puesta a disposición de la población, en donde la clase política ha mostrado una penosa incapacidad para actuar con rigor y con eficiencia. 

La población se ha sentido muy desamparada y esta sensación ha trascendido a escala internacional, de forma que  quienes miran a España como destino para unas futuras vacaciones reflexionarán con talante exigente, pero para cuando sus decisiones de viaje estén disponibles posiblemente este país ya habrá superado el grueso del problema y habrá encontrado las formas de atender a la población afectada, ofreciendo garantías bastante mejores que las vistas a lo largo de las últimas semanas.

Sirva de consuelo, aunque precario, que nuestros competidores  en el quehacer turístico atraviesan en estos momentos una fase de no menos pérdida de imagen. Los cinco países que pueden disputar la clientela a España en materia de atractivo turístico están por desgracia para todos en una situación  no muy diferente a la española. 

La herida que está sufriendo el sector es, en todo caso, profunda y requerirá más esfuerzo y acierto de los hasta ahora desplegados, pero al final la realidad acabará imponiéndose. El coste de esta crisis, en todo caso, será alto y sus enseñanzas nos aportarán  sabias reflexiones para el futuro.


(*) Periodista y economista


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