ALMERÍA.- Aunque la Historia Musical de Suecia lo considera una gloria
nacional, Olallo Morales Wilskman -uno de los más colosales compositores
escandinavos de todos los tiempos- era almeriense hasta el tuétano:
frente a este Puerto decimonónico nació y por ese Malecón añejo
correteó viendo partir vapores cargados de uva y de emigrantes, se narra hoy en La Voz de Almería.
En
aquella ciudad sureña, tan distinta a la actual, se forjó su espíritu,
subiendo al observatorio astronómico, dispuesto en la terraza de
la casona familiar, a divisar las estrellas y a contemplar en la alberca
del patio el cocodrilo africano que había traído su padre, el
diplomático Olallo Morales Lupión, de uno de sus viajes a Egipto.
Por la tardes, tras merendar pan y chocolate, aprendía a tocar el piano
en el regazo de su madre, la súbdita sueca Zelma Wilskman.
Así transcurrió su infancia, bajo sol y salitre,
hasta que los azares del destino y la muerte por tuberculosis del autor
de sus días obligaron a su familia a salir rumbo al norte de Europa.
Ese distanciamiento geográfico, a edad tan temprana, lo convirtieron, con el tiempo, en un desconocido en su tierra natal, a pesar de que los críticos hayan atisbado continuos matices andaluces en sus obras para piano y orquesta.
No
hay constancia de que conociera en persona a su paisano José Padilla
–quince años más joven que él- aunque rayó a su altura en genio creador y
fue más poliédrico en sus actividades musicales a lo largo de su vida
(compositor, intérprete, director de orquesta, crítico y secretario de
la Real Academia Sueca de Música) según el profesor Francisco Giménez. Su obra puede insertar en el primer nacionalismo español, junto a la de Albéniz, Granados, Falla y Turina.
Este almeriense que cambió las palmeras por la nieve, nació en Almería en 1874. Su abuelo fue Olallo Morales Sierra,
un rico propietario virgitano con minas en la Sierra de Gádor que se
desplazó con su familia a Almería tras la primera crisis del plomo.
Se
hizo edificar una gran mansión de tres plantas en el Malecón, junto a
la calle Atarazanas, aprovechando los restos del lienzo de la antigua
muralla y la Torre del Silencio. Allí construyeron casas también, en esa
época de la década de los 60 del siglo XIX, Fernando Roda, Verdejo y José de Burgos.
Morales Sierra fue alcalde de Almería en 1866 y a su muerte en 1869, su
hijo, Olallo Morales Lupión, un aventurero personaje afectado por la tuberculosis desde adolescente, heredó sus negocios mineros. Fue un liberal formado en el colegio de Nicolás Salmerón
en Madrid y aprovechó las posibilidades financieras de la familia para
viajar por el mundo.
En Roma lo nombraron secretario de la Embajada en
el Gobierno de la I República y allí conoció a Zelma Wilskman, una joven
sueca estudiante de música con la que se casó y tuvo cuatro hijos. Los
problemas económicos y la bancarrota de sus negocios le obligaron a
volver precipitadamente a Almería donde nació su hijo Olallo.
Morales
Lupión fue un extraordinario almeriense dedicado a labores exóticas
entonces como la astronomía, la meteorología y junto al escritor Antonio
Rubio participó en una célebre excursión científica a Sierra Nevada en 1880 que dio origen a un bestseller de la época.
También colaboró en los planos del primer ferrocarril Linares-Almería y promovió como administrador el Ingenio de Azúcar de Montserrat
que lo arruinó poco antes de morir de un ataque de tisis en 1889. Su
viuda, no pudo sobrevivir dando clases de piano y embarcó rumbo a
Suecia, con Olallo y sus otros tres hijos (Zelmica, Matilda y Juan), a la casa de los abuelos maternos.
A partir de entonces, Olallo, con 15 años, empezó a adaptarse a un nuevo paisaje, a una nueva ciudad, Gotemburgo,
en un ambiente intensamente musical. Su abuela y su madre habían
estudiado canto y piano y envíaron al niño a Berlín bajo la tutela de
la célebre pianista venezolana Teresa Carreño.
A
su regreso a Suecia, Olallo dirigió la Orquesta Sinfónica de
Gotemburgo, coincidiendo con el periodo de obras de juventud. Hasta que
marchó a Estocolmo a iniciar sus estudios en el Conservatorio donde
escribió algunas piezas para violín y piano obteniendo el Premio Fin de
Carrera. Aseguraban los críticos de la época que “partiendo de Brahms y de Liszt,
Morales lleva, por su origen español y su educación sueca, una mezcla
de estilos en su música poco común entre nosotros”.
El almeriense obtuvo
plaza como profesor del Conservatorio e Estocolmo y como miembro del Consejo de la Opera
y fundador de numerosas orquestas estatales. Sus méritos le llevaron a
dirigir también en varias ciudades de Europa. Pero donde transcurrió la
mayor parte de su actividad profesional –que en parte limitó su
capacidad creativa- fue como secretario de la Real Academia Sueca de
Música.
En esa época ya estaba casado con la soprano Clary Asplund, con la que tuvo tres hijos: Mónica, Olallo y Christoffer.
A pesar de su educación escandinava, sus hijos siempre recordaron que
Olallo nunca olvidó España ni su ciudad de origen. Lo demuestra una de
sus composiciones –Bodas de Camacho- inspirada en un pasaje de El Quijote y su música para Bodas de Sangre, de García Lorca, inspirada en aquel hecho real ocurrido en Níjar en 1928.
Morales
fundó también la Sociedad Sueco-Española y prestó su apoyo a los
artistas que venían de la lejana España. Aseguran que ayudó con su
consejo a que Benavente obtuviera el Premio Nobel y traduciendo La Malquerida al sueco.
Olallo,
el gran Olallo, volvió en dos ocasiones a Almería: en los veranos de
1927 y 1928, casi 40 años después de haber salido por el prontuario
dejando atrás La Alcazaba y sus vivencias infantiles. Y volvió a
respirar el yodo de su Malecón y a refrescarse en La Cervecería Inglesa y
a comprar barquillos en la Feria. Y aprovechó para viajar a Granada y
conocer a Manuel de Falla, uno de sus referentes a lo largo de su
vida, con el que se carteó hasta la extenuación y a quien invitó a
viajar a Estocolmo a dar conciertos.
Los colegas de su país de adopción
resaltan su contribución a que la música sueca alcanzase gran autonomía y
personalidad a comienzos del siglo XX con una veintena de obras. En
1940 se retiró de la mayoría de sus cargos públicos a una pequeña villa de campo llamada Tällberg
y en 1957 falleció, tocando el piano en el salón, con 83 cumplidos,
acordándose, como cada día, de aquel Observatorio de su padre, donde
subía a ver las estrellas en el cielo de Almería.
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