"Andalucía no se quedará de
brazos cruzados"… casi sonaba amenazante Moreno Bonilla ante la
investidura. Claro que, estos días, casi todo va sonando amenazante en
el lenguaje político. Está cuajando una retórica tipo Far West,
como si la política española se hubiera desplazado a OK Corral.
En todo
caso, es obvio que Andalucía volverá a ser una trinchera clave, el
Frente del Sur en la política española. Chaves cavó ese foso contra el
Gobierno Aznar, y Susana Díaz bajó ahí contra el Gobierno Rajoy.
Siempre
ha funcionado con la misma lógica: con la mano izquierda, se defienden
los intereses andaluces; con la mano derecha, se le presta un servicio
al partido. Al PP le indignaba esa instrumentalización institucional;
ahora, como en tantas cosas, es su turno.
Un portavoz del PP, vicesecretario general, ha hablado del Gobierno del Tritanic.
No es particularmente ingenioso; pero, claro, tampoco lo era lo de
Trifachito, y aún menos lo de Trifálico. Corren tiempos groseros, más
propicios para el brochazo. Toni Martín, con todo, se dejó pocas balas
en el cargador para calificar algo que todavía no ha ocurrido: "Va a
hundir España con todo el pasaje dentro".
Y por supuesto ofrece su
partido para "defender siempre España frente al populismo, el
nacionalismo y el separatismo y no abandonar a los españoles". Claro que
esto suscita, una vez más, una pregunta: ¿por qué todo el mundo promete
defender a España del populismo haciendo descaradamente populismo?
En
fin, el PP ya ha establecido que el nuevo gabinete "será el peor enemigo
de Andalucía en mucho tiempo". ¿Para qué esperar a comprobarlo?
También
desde Ciudadanos se han puesto estupendos asegurando que "no tolerarán
que el futuro Gobierno de España otorgue privilegios a unos territorios
sobre otros, ni a unos españoles sobre otros, ni que se discrimine a
Andalucía".
Más allá del disgusto que se van a llevar cuando vean lo que
da de sí tener diez escaños, hasta el punto de que en el orden del
debates caen detrás del Grupo Plural a la hora golfa en San Jerónimo,
Marín ya ha visto claro el futuro: "El Gobierno de Pedro Sánchez y Pablo
Iglesias, junto a Otegi, Rufián, Junqueras y Torra [sic], sólo traerá
más pobreza a nuestra comunidad autónoma". ¿Para qué esperar a
comprobarlo?
Alguien debería recomendar paciencia a los partidos de la
mayoría andaluza. Va a sobrar tiempo para enfrentarse a un Gobierno
que, en efecto, no augura lo mejor para Andalucía. Pero los pataleos
preventivos corren el riesgo no sólo de resultar ridículos, sino de
haber dilapidado la credibilidad de las protestas cuando éstas sí sean razonables.
Moreno Bonilla, en este contexto, se enfrenta al reto de
proteger su autoridad moral y el prestigio institucional. En este clima
de retórica volcánica, una verdadera tómbola de tremendismos palabreros,
se le plantea la elección de bajar al barro o situarse au-dessus de la mêlée
elevándose sobre la bronca.
Por momentos, aunque sea por momentos, se
diría que Moreno ha renunciado a la sutileza y ha optado por el barro:
"Parece que busca que Andalucía no levante cabeza", decía días atrás en
Córdoba sobre Sánchez. Las apariencias no siempre engañan, pero un
presidente gana autoridad cuando habla de hechos, no de hipótesis. Para
esos brochazos le sobran portavoces en el Parlamento.
Tal vez, más que nunca desde la batalla por el 151,
Andalucía tendrá que actuar de contrapeso del eje Cataluña-Euskadi con
Madrid. Acaso estableciendo un eje con Feijóo en Galicia, pero Andalucía
debería ser determinante.
Por eso es una imposición moral para Moreno
Bonilla estar ahí a la altura. Y esto requiere que su discurso no baje
al barro. Es el momento de parecerse a Clavero, no ser el Rufián del
Sur. Con su "no toleraremos ningún tipo de discriminación hacia
Andalucía" ya dijo lo que tenía que decir.
En su discurso de investidura, Sánchez se comprometió a
mejorar los mecanismos de colaboración institucional con todas las
comunidades: "Más eficiencia, más claridad y más concreción en el
reparto competencial".
Habrá que ver ese compromiso en qué queda, si
queda en algo. Bien puede suceder que sea nada. Pero tal vez sea el
momento de templar hasta ver qué sucede, por inquietante que sea el
pacto con que va a resolverse la investidura. Hay mucho tiempo por
delante para bajar a la trinchera, y cuesta creer que hacerlo en el
cuerpo de gastadores sea la mejor opción para Moreno Bonilla.
(*) Periodista
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