El espectáculo que nos está ofreciendo la clase política española ha llegado a límites insospechados, lo cual me provoca un hartazgo considerable. La COVID por un lado y las próximas elecciones en la Comunidad de Madrid están dando a conocer las graves deficiencias y la inutilidad del sistema político, tal y como está diseñado. Un sistema que sirve más para enfrentar y destruir que para gestionar y construir.
El
sistema, unido a las nuevas tecnologías de telecomunicación nos
arrastra a una espiral perversa en la que, en la que se “alimentan” los
populismos y extremismos, la ineficacia en la gestión, etc…, en lugar de
conducirnos hacia la correcta gestión. el entendimiento y la
convivencia.
No
voy a repasar una por una todas las deficiencias del sistema y sus
penosas consecuencias, porque eso requeriría un libro entero. Quizá lo
escriba, pero como dice el gran “sabio” español, José Mota, “hoy no,
mañana”. Bastarán un par de ejemplos.
Para
empezar, la Ley Electoral no tiene ni pies ni cabeza. En estos
momentos, ocurre con frecuencia que partidos políticos minoritarios y a
veces anti-sistema son los que tienen la llave de importantes decisiones
e incluso del propio gobierno. No tiene ningún sentido que una partido
político cuyo objetivo final es la desintegración de España, tenga la
posibilidad de influir de forma decisiva en las decisiones que toma el
Gobierno de España. Es como dejar al lobo al cuidado del rebaño.
Y esto sería bien fácil de evitar. Un sistema electoral de “doble vuelta” como el francés, evita que el partido más votado se vea presionado por la aritmética electoral y sean los ciudadanos los que decidan en último término. A día de hoy, cada vez que hay elecciones estamos en riesgo de que aquellos que quieren destruir el Estado, intervengan en las decisiones del Estado al que quieren destruir……, que es además, la situación actual. El problema se solucionaría también sin necesidad de reforma alguna, si los partidos políticos mayoritarios se entendiesen, pero eso sí que es mucho pedir…
También
es urgente cambiar el sistema de elección de cargos públicos, con
objeto de evitar el nepotismo reinante, que nos podría llevar a estar
dirigidos por una “casta” de ignorantes en la materia que tratan. Una
“casta” cuyos únicos méritos son políticos, pero sin méritos
profesionales o académicos. Aparte de la mera decisión del político de
turno, el acceso a determinados cargos públicos debería exigir una
cualificación demostrable.
No puede ser que aquel que llegue al gobierno pueda quitar y poner a su gusto a cargos y asesores de extrema relevancia para la gobernanza del país. Por el bien de todos, es necesario sustituir la “dedocracia” por la “tecnocracia” y esto se puede hacer reformando la norma que regula la elección de cargos y asesores.
En este terreno, instituciones como las universidades, colegios profesionales o institutos de investigación científica, deberían tener mayor protagonismo en detrimento de los “cuñaos” de turno que, a menudo, se nombran como asesores. Tecnocracia y Meritocracia al poder.
Estas
son cosas importantes pero al mismo tiempo, relativamente fáciles de
solucionar. Sin embargo, la sociedad requiere una reforma más de fondo
pero mucho más compleja. LA EDUCATIVA. Una población mejor formada,
votará de forma mucho más consciente y responsable, no caerá fácilmente
en manipulaciones, ni en manos de populistas y extremistas. Pero ésta
amigos, si es una reforma compleja.
(*) Economista almeriense
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