La bibliografía sobre Juan Carlos de Borbón es extensa e intensa, no
son pocos los historiadores de fuste que han investigado la vida y
avatares del que ha sido cabeza del Reino de España durante cuarenta
años, con un balance de desempeño que resiste a su favor cualquier
comparación.
A todos esos textos de historia y biografía, incluidos los
más banales, les falta añadir un muy penoso último capítulo. La salida
del anterior Rey del recinto de la Zarzuela era inevitable, la cuestión
es determinar cuándo, cómo y dónde. Una decisión que tenía que tomar una
persona de 82 años, sometido a presión y soledad desoladoras, bajo la
carga de unas responsabilidades que arruinan su trayectoria personal y
su propia autoestima.
Por un lado está la sensación de la maldición de los Borbones para
vivir en el exilio, aunque no podemos considerar a Don Juan Carlos como
exiliado ya que nadie le priva de nacionalidad y derechos individuales
(no de todos). La realidad es que abandona España sin precisar destino,
solo y con el compromiso de responder a las demandas de la justicia.
Su
padre vivió en el exilio muchos años, su abuelo se fue al exilio, su
bisabuelo vino del exilio, su tatarabuela murió exiliada en Paris y el
antecesor, el nefando Fernando VII, también abandonó España medio
forzado y medio encantado. Todo ello forma parte de la historia de
España y de sus dirigentes.
La decisión de irse de España tiene más carácter simbólico que
efectivo y evidencia una soledad desoladora. Don Juan Carlos está en la
historia, su relevancia actual es nula, salvo lo que significa rendir
cuentas y pagar un precio por sus errores (y por sus aciertos).
Su
suerte no es muy distinta de la que han tenido jefes de gobierno o de
estado europeos en fechas recientes, del canciller Kohl, al primer
ministro Craxi, de las peripecias de Chirac a las de Berlusconi, del
Presidente Nixon a lo que ocurra con Trump.
Las decisiones relevantes del caso Don Juan Caros fueron la
abdicación hace cinco años y su punto final como representanta oficial o
oficioso de España hace un año y la retirada de la retribución del
Estado hace meses. Solo faltaba el desahucio de la Zarzuela. Las
anteriores decisiones fueron más relevantes que la conocida ahora de
salir de España, aunque esta sea muy simbólica.
Algunos tratarán de extraer consecuencias políticas de esta decisión
pero tienen pocas posibilidades de lograr más recorrido político que
ruido en los programas de entretenimiento muy necesitados de combustible
a comienzos de agosto. Ante la historia la figura de Juan Carlos es
sobresaliente por una trayectoria en la que los aciertos y
contribuciones a la prosperidad de España son evidentes y están
documentados.
La recta final es desoladora por su propia
irresponsabilidad, acentuada por unas compañías locales e
internacionales nada recomendables que le han llevado a la ruina moral.
Una historia final en la que no están exentos de responsabilidad los
gobiernos que no cumplieron con el deber de proteger al Jefe del Estado
de sus propios extravíos.
Ahora toca que la fiscalía del Supremo y el tribunal competente
desentrañen las actuaciones de Don Juan Carlos y las de sus
acusadores-chantajistas para ir colocando a cada cual en su sitio. En
esta historia varios "aprendices de brujos" han jugado a ser más listos
en defensa de sus intereses y pueden salir perjudicados por su falta de
juicio.
(*) Periodista y politólgo
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