Podríamos decir aquello de que un territorio fluvial se inunda porque
llueve mucho, porque lo que llueve no es capaz de soportarlo el cauce
ordinario de un río y, como consecuencia, desborda por sus márgenes y
anega todo lo que encuentra en lo que era, inicialmente, su espacio.
Por
tanto, si el ser humano no hubiera ocupado el espacio propio de un río,
barranco o rambla, inicialmente un episodio como el que hemos vivido en
las últimas horas en Murcia y Alicante no hubiera pasado de ser un
proceso natural, propio de nuestras condiciones climáticas. Pero la
respuesta a esta pregunta, en 2019, está llena de matices e
interrogantes.
Salimos de uno de los episodios de crecida e
inundación del río Segura más destacados de los últimos cincuenta años.
Me resisto a admitir lo que algunos titulares o declaraciones políticas
señalaban estos días, que esta había sido la inundación más importante
de la historia reciente en la cuenca del Segura.
Porque las inundaciones
de 1946, 1948, 1973 y 1987 sigo pensando que fueron más destacadas por
sus efectos económicos y pérdida de vidas humanas. Ahí están los datos.
Pero realmente esta crecida e inundación de septiembre de 2019 ha sido
muy 'bestia'.
Y les confieso que el tema me tiene indignado
porque cuando ocurrió la última gran inundación de noviembre de 1987 y
se puso en marcha un plan de defensa de avenidas en la cuenca del
Segura, se nos aseguraba que ya nunca, al menos en el corto o medio
plazo, volvería a suceder algo igual.
Y aquí estamos, en 2019, con un Segura que sigue desbordándose y
causando cuantiosos daños económicos, dramas familiares, evacuaciones de
emergencia. En fin, un desastre. Me siento estafado.
Es cierto
que, desde entonces, han cambiado algunas cosas que justifican la
violencia de las lluvias, el aumento de su torrencialidad, como causa
primera de un proceso de inundación. Nuestro clima ya no es el mismo que
hace tres o cuadro décadas. Estamos inmersos en un proceso de
calentamiento térmico de causa antrópica y eso está manifestándose ya en
el funcionamiento de algunos procesos atmosféricos de nuestra región
mediterránea. Dos hechos básicos: el mar Mediterráneo está más calido
que hace treinta años. Y este año, particularmente, ha alcanzado
temperaturas de mar tropical, 27º-28º C.
Aquí está la materia prima
principal para la formación de grandes nubes cargadas de agua y energía.
No extrañan datos registrados de 200 o 300 litros por metro cuadrado en
un día o, mejor, en apenas unas horas. Llueve cada vez con más
intensidad. Varios estudios lo están señalando últimamente.
Y, en
segundo lugar, curiosamente el calentamiento global y sus efectos muy
llamativos en el polo norte está favoreciendo una circulación más lenta
de la corriente en chorro que regula nuestra circulación atmosférica,
generando más 'gotas frías'. Aquí está el segundo elemento de riesgo.
Una gota fría sobre nuestra zona mediterránea es siempre sinónimo de
preocupación atmosférica. Y si ocurre entre septiembre y noviembre, de
peligro.
Los dos factores ('gota fría' y mar Mediterráneo muy cálido) han
coincidido en este caso y han dado lugar a lo que ha ocurrido. Lluvias
de récord en varios observatorios de Murcia y Alicante. 400 litros en
Orihuela en pocas horas. Y valores similares en el Campo de Cartagena.
Una pasada. No hay área geográfica preparada para asumir, de entrada,
esas cantidades de lluvia. Y cuando está ocupada por actividades
económicas y viviendas, ya tenemos el problema acrecentado. Como ocurre
en el valle del Segura, especialmente desde Molina de Segura hasta
Guardamar.
Y a ello se suman los cambios en el territorio. En
2019 hay más territorio fluvial del Segura ocupado indebidamente que en
1987. Se han urbanizado muchos espacios de antigua huerta o las ciudades
se han extendido ocupando espacios inundables. Creo que no digo nada
que no se sepa.
Ahí están los mapas oficiales de riesgo de inundación
para confirmar esta afirmación. Hay, también, más abandono de los
espacios fluviales, menos limpieza de vegetación no deseada. Y abandono
de prácticas tradicionales en las áreas montañosas próximas de la cuenca
(aterrazamientos, riegos de turbias) que contribuían a reducir ondas de
crecida en caso de lluvias torrenciales.
Y hay, también, como
novedad, un nuevo cauce artificial en el Segura resultado de los
trabajos realizados para reducir las inundaciones tras el episodio de
1987. Y este cauce se ha demostrado poco eficiente a efectos de
contención de crecidas parecidas a aquélla. Y tiene dos puntos
conflictivos en las ciudades de Orihuela y Rojales donde se mantuvo el
cauce por sus tramas urbanas.
De manera que, en 2019, cuando
pensábamos que ya no volveríamos a ver una inundación en la Vega Baja
del Segura, vuelve a ocurrir una avenida que recupera su condición
original de espacio anfibio. Y eso que Aemet, en un gesto valiente y que
ha salvado vidas, había decretado la alerta roja un día antes para que
se pudieran tomar las oportunas medidas de salvaguarda. Si no la
tragedia habría sido mayor. Y eso, asimismo, que tenemos el mejor
sistema de gestión de las emergencias de Europa para estas situaciones
(policía, bomberos, protección civil, UME), que también han salvado
bienes y vidas.
Ahora llega el momento del balance y de la
reflexión sobre lo que ha fallado. Porque esto no debería volver a
ocurrir, al menos con esta gravedad y a medio plazo. Habrá que repensar
el encauzamiento del Segura, especialmente en Orihuela y Rojales. Habrá
que preparar los territorios a la nueva realidad climática que ya se
manifiesta (lluvias más intensas). Habrá que construir en las ciudades
colectores de gran capacidad, depósitos pluviales, parques inundables.
Cualquier obra de este tipo que no esté dimensionada para asumir lluvias
de 200 litros en una hora, no servirá para nada; seguirá dando
problemas. Habrá que educar a la población para situaciones de riesgo y
emergencia, que no lo hacemos. Habrá que implantar sistemas de alerta
personal a través de la telefonía móvil.
Y habrá que exigir que se
cumpla la ley del suelo, que los municipios tengan elaborados buenos
mapas de inundación en la escala apropiada. Y que contraten en sus
plantillas a profesionales preparados para la gestión del riesgo. Si no,
en unos años, volveremos a esta tribuna para relatar un nuevo desastre,
una nueva inundación en el Segura y seguramente tan importante o más
que esta. Con el desconsuelo de que existen propuestas y herramientas
para que ello no suceda. Pero hay que ponerse a trabajar.
(*) Catedrático de Geografía de la Universidad de Alicante y responsable de su laboratorio de Climatología
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