Las tramas Gürtel, Pretoria, Palau, la balear , etc., no son simples manifestaciones de la corrupción. Corruptos son los que practican nepotismo, los que miran para otro lado sabiendo lo que pasa en el despacho oficial vecino, los que se llevan un sobre en una operación concreta y aislada, los que piden el 3% para alimentar las finanzas de los partidos. Pura putrefacción que lamentablemente la sociedad española acoge ya con cierta indiferencia y pasividad.
Pero en España hemos sobrepasado de largo ese nivel de podredumbre: han pasado por los juzgados Ministros, Presidentes de Comunidades Autónomas, Consejeros, Presidentes de Parlamentos, Alcaldes… vinculados a “tramas” de la sociedad civil de carácter parasitario o formando parte directamente de ellas, no ya como cómplices necesarios, sino incluso como instigadores y organizadores. Y a eso se le llama Crimen Organizado.
La clase política se defiende como gato panza arriba cuando desde abajo se generaliza acusándola de estar toda ella pringada en la corrupción. Y es verdad: todavía queda gente honrada. Pero esa gente honrada está siendo utilizada como parapeto, a modo de escudo humano, para evitar asumir la enorme responsabilidad que nuestra clase política ha contraído con la ciudadanía, ya sea por acción o por omisión. Si los políticos quisieran, acabarían con la corrupción en cuatro días. Simplemente, no quieren.
Pero volvamos al asunto del Crimen Organizado. España no es el único país en el que las redes mafiosas se han incrustado en la administración del Estado, tanto a nivel nacional como autonómico. Tenemos muy cerca el caso de Italia. Hace ya muchos años que la Mafia se incrustó en el Estado italiano, obteniendo inestimables “ayudas” políticas desde las más altas instancias del gobierno. Quien haya visto Il divo, la película sobre Andreotti, sabrá de lo que hablo. A la corrupción democristiana siguió la berlusconiana, a pesar de los esfuerzos de algunos jueces (¿se acuerdan de Manos limpias?). El convencimiento entre las gentes de que el asunto no tiene solución, ha permitido al populismo de derechas asentarse en el poder en Italia sin pagar ningún precio por sus delitos.
¿Es este el futuro que nos aguarda a nosotros? ¿Vamos, de tan decepcionados, a seguir votando a los protectores, o cómplices del Crimen Organizado, como en Italia? ¿Nos va a dar igual que ganen unos u otros, porque en el fondo todos son lo mismo?
Parece que sí. Parece que eso es lo que piensan cada vez más personas. ¿Estamos a tiempo de cambiar las cosas? Probablemente sí, siempre que los partidos, o algún partido, se decida a abanderar decididamente la lucha contra la corrupción y empiece a dar ejemplo. Más allá de los discursos. Más allá de la retórica.
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