ALMERÍA.- Se le ve a este don Juan almeriense con su bigotillo
perenne en el centro de la imagen, rodeado de gente y de arte, con las
manos cruzadas, presidiendo, sin pretenderlo, ese grupo que posa como para un pintor más que para un fotógrafo.
Es una mañana luminosa de 1934 en la Escuela de Artes y Oficios, que antes fueron los Almacenes McMurray y ahora el Instituto bautizado con el nombre de la profesora más célebre de la ciudad.
Están
inaugurando una exposición y a su derecha, junto a profesores y
artistas, aparecen algunos gacetilleros de la época, entre ellos Juan Martínez Martimar,
el conocido después como Volapié, y a su izquierdas señoras tocadas con
sombrero y una niña de ojos hechiceros con vestido claro de organdí.
El veratense Juan Cuadrado Ruiz llenaba en esa época un espacio vital en
esa Almería que nos parece tan lejana. Fue uno de los almerienses más
poliédricos de la provincia, un caballero a la antigua, por su
indumentaria, y jovial e imaginativo de carácter, recuerda hoy La Voz de Almería.
Pocos
como él, como este hijo de registrador de la propiedad, publicitaron
con tanto frenesí los encantos de esta tierra, sus tesoros escondidos, la torería de algunos de sus personajes, la rudeza de los pescadores, el desparpajo de sus artistas.
Cuadrado,
el impulsor del Museo Arqueológico, el maestro de la plumilla, el
zahorí de caminos y barrancos, el profesor de la Escuela de Artes, tenía en esos años 30 y 40 el don de la ubicuidad: su estela aparece por todos lados en esos años tan cargados de tragedia.
Fue un genio renacentista y no hubo un intelectual que no fuese compadre suyo,
desde Perceval a Celia Viñas. desde Sotomayor a Casanova de Párraga o
Molina Fajardo. Y sobre todo, permaneció siempre cerca de su maestro, el belga Luis Siret, del que aprendió las técnicas de las excavaciones arqueológicas.
No
sabía vivir si no era con plenitud, si no saltaba de un barco para
describir la ruda vida de la mar a una plaza de toros para dibujar a Joselito el Gallo, si no brincaba de los pedregosos pechos de la Alcazaba al vagón de un tren para acompañar a los indalianos a Madrid. De Cantón Checa y Alcaraz fue profesor en la Escuela de Artes.
Juan
Cuadrado, el aprendiz de todo y maestro de casi todo, nació en Vera en
1886 y estudió en los Jesuitas de Valencia. Se dedicó siempre a
polifacéticas actividades, desde sus correrías con Siret por Villaricos y Herrerías hasta cultivar el periodismo radiofónico y el cine.
Hidalgo de sol y sal Fue uno de los fundadores de Radio Almería en 1934, el mismo año que se inauguró el Museo Arqueológico al que aportó buena parte de su colección particular y el año en el que murió su maestro Siret.Filmó también varios documentales sobre la uva y los pueblos de Almería.
El profesor Arturo Medina dijo de él que era hombre al que se disputaban todas las tertulias, un
grato conversador, un tipo esencial “que no curaba de apariencia ni de
ceremonias infladas, nada más sencillo que don Juan, pulcro, elegante,
cordial y puntual, curtido de sol y sal, recia estampa de hidalgo
difícilmente repetible”. Del dibujo quedan sus láminas a plumilla,
hiperrealistas, y sus crónicas taurinas redactadas con empaque. Célebre
fue en la época su crónica costumbrista en una memorable tarde del
almeriense Julio Gómez Relampaguito.
La faca de canales
Cuadrado menudeó también la crónica social como los bailes en el Casino, el Tren Botijo de Granada o los comentarios a los libros de su amigo el poeta Sotomayor,
quien le regaló una faca de canales como la que titula una de sus
composiciones y a quien el arqueólogo promovió como hijo adoptivo de
Vera.
De su pueblo fue también alcalde durante dos años
en el Directorio de Primo de Rivera, aunque vivió casi siempre alejado
de la política. Dado al diálogo, autodidacta, periodista,profesor, arqueólogo, no hubo molde que lo ensillara.
Quizá, por eso, se diluyó en exceso el veratense,
en detrimento de una más docta y sosegada tarea. Porque no era perezoso
en absoluto para emprender caminos inexplorados, para abandonar la
zona de confort en la que se refugia cualquier ser humano.
Fue,
quizá sin el saberlo, uno de los mejores publicistas que ha tenido
Almería, un divulgador de su historia y prehistoria, como el Padre
Tapia, con quien compartía aficiones. Activó el interés de los jóvenes de la Postguera por la prehistoria y estuvo en los inicios del Indalo, junto a Perceval, a quien llevó a conocer los hombrecillos en las puertas de Mojácar.
Pocos
como él se patearon los rincones desolados de Almería, sus cuevas. en
busca de huesos, sus ramblas resecas como sepulturas. Juan Cuadrado,
con su bastón de excavador, sus botas de piel vuelta y sus bolsillos
siempre lleno de lascas, era feliz cuando recibía de lleno el sol, en
sierras o en cauces secos.
Como lo era en las
tertulias, donde brillaba su palabra con su chipa almeriense, con su
ángel particular, en esos buenos ratos que compartía en el antiguo Hotel
Simón con el austriaco Rodolfo Lussnigg.
Falleció Juan Cuadrado en 1952 en Almería sin dejar libro alguno (nunca se preocupó del futuro, siempre del momento como el Carpe Diem del Club de los Poetas Muertos)
aunque legó una dispersa obra de erudición y excelentes textos
periodísticos que fueron reunidos tras su muerte en la publicación De
Arqueología y otras Cosas, en la Editorial Cajal de José María Artero, según publica hoy La Voz de Almería.
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