Después de 75 días, el Gobierno
emite señales de haberse decidido a gobernar. Tras consumir tres cuartas
partes de sus 100 días de gracia, es la (buena) noticia. Gobernar no es
sólo gestionar, sino tener y ejecutar un proyecto coherente, con
sentido institucional. Gobernar no es la liturgia del poder ni el
tachintachán de la propaganda. Gobernar tampoco es ir al Parlamento a
hacer sesiones de control al Gobierno anterior.
Gobernar no es subir el
altavoz de las peores cifras de la herencia –auditar la herencia es otra
cosa– sin demasiado rigor. Gobernar es, desde luego, algo muy alejado
de esa delegada del Gobierno que publicó un vídeo llorando y diciendo
“no vea qué marrón la Junta de Andalucía, madre mía” entre menciones a
miedos, presiones, silencios y jerarquías (y sigue en ese cargo).
Gobernar no es quejarse de trabajar jornadas maratonianas y dormir mal,
¡eso va de suyo! Gobernar, en fin, no es buena parte de lo que han
hecho.
Pero empiezan a emitir señales, aunque todavía pálidas. Por
supuesto, un plan de reformas de la Junta es algo más que echar a 45
eventuales de aquí o de allá. Un plan de Sanidad es algo más que una
corrección metodológica con las listas de espera para hacer ruido contra
sus antecesores y vender un cheque de choque.
Pero ya se empieza a ver
un proyecto de Gobierno, con las donaciones, atención temprana,
cobertura educativa infantil... San Telmo, al fin, emite señales de vida
inteligente. Entiéndase, de vida política inteligente.
La presidenta del Parlamento ya ha alcanzado los 100 días
en el cargo –su calendario comenzó el 27 de diciembre, no el 18 de
enero– y se lamenta aquí de que el Parlamento sea, en Andalucía, un gran
desconocido. Bueno, ese parece lejos de ser uno de los grandes
problemas de Andalucía.
Ciertamente los propósitos que enuncia están muy
bien: más transparencia, más calidad y más respeto. Pero le falta por
señalar algún reto más: empezar a ejercer ella misma de presidenta
imparcial del Parlamento para que éste funcione bajo las reglas del
juego. Reproducir el dontancredismo de su antecesor y tolerar excesos
camorristas no va a ayudar; y sobre todo si mira para otro lado cuando
provienen de sus filas.
Claro que la Excelentísima Sra. Presidenta hará
bien en mejorar la web y los accesos para discapacitados, pero ante
todo, el juego limpio. Eso sí será un cambio. Entretanto, a la vista de
algunas sesiones del Parlamento, casi mejor si aquello no es más conocido.
En el PSOE andaluz, y en particular Susana Díaz, aún
deben aprender la lección pendiente desde el 2-D: el problema no es Vox,
aunque Vox pueda ser un problema. Para ellos sí que han pasado 100 días
desde la derrota. Y el discurso del miedo a la extrema derecha no les
va a devolver a San Telmo. Desde luego hay que mantener los focos sobre
Vox, porque este partido populista toma sentido de una agenda
ultramontana –a la que siguen sumando ocurrencias, como las procesiones–
y con influencia parlamentaria.
Pero el marcaje a Vox no va a dar
sentido al proyecto socialista; ni el miedo a Vox les va a hacer
recuperar el poder. De hecho, recuperar el poder es mucho más difícil
que prolongar el poder. Hay ayuntamientos andaluces donde no han logrado
hacerlo en 25 años. Y en particular su líder ha de superar el
personalismo. Oír a Susana Díaz animar a los suyos en Almería diciendo
“me tenéis que quitar esa espinita del 2 de diciembre” resulta
estupefaciente. Esto no va de espinitas, ni siquiera de ella.
Cuando era
presidenta, podía ejercer de Mamá Grande, con cierto paternalismo, o
maternalismo; pero es el momento de poner coto a eso. No van a regresar
por sentimentalismo; sólo regresarán si se percibe que son los más
útiles. Sin ser útiles, no serán necesarios.
(*) Profesor de la Universidad de Málaga
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