Sendos nubarrones se ciernen sobre el horizonte del año político que
comienza. Corresponde uno a la cuestión de Cataluña, desde la recrecida
indeterminación traída con las iniciativas por Pedro Sánchez respecto a
Quim Torra -recadero de Carles Puigdemont- sobre los límites de
tolerancia de aquel frente al soberanismo desafiante del susodicho.
Compone el otro nubarrón las insistidas pretensiones del populismo
pegado a la sombra de Pedro Sánchez por causa parlamentaria, al no tener
votos propios bastantes. De que una nueva base tributaria desborde el
déficit pactado con la UE, y con ello restaure el tiempo oscuro de las
políticas socialistas en su última edición, reproduciendo en España
la cualificada pesadilla de la que acaba de salir Grecia con los
cofrades populistas de Tsipras.
Otra pesadilla, la del proceso separatista catalán, es la que no
acaba de concluir, por razón de los errores que no terminan de
acumularse por la pretensión errónea de tomar iniciativas para parecer
que se hace, aunque no conducen a parte alguna que no sea dejar las
cosas mucho peor de lo que estaban. Como si el gobernar resultara
también de un fatal cambio climático y no de la inepcia probada del
gobernante.
(*) Periodista y abogado
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