El que escribe una biografía
asume el papel de héroe y luego reparte a discreción los papeles de
villano, que es una operación más fácil y cobarde cuando el malo
de la película está muerto y no se puede defender. Con ello no
pretendo negar las acusaciones contra Juan Asensio, sino
relativizarlo todo desde mi propia experiencia, que es el libro de mi
vida. ¿Se han dado cuenta de que ambos personajes, Joaquín Abad
Rodríguez y Juan Asensio Rodríguez, comparten las mismas siglas
J.A.R. y el mismo apellido de Rodríguez? No es casualidad sino
sincronicidad, es decir, un enganche kármico.
Ni
el bueno era tan bueno, ni el malo era tan malo. Por ejemplo,
Juan Asensio trataba a sus trabajadores con más cariño y respeto
que Joaquín Abad a los suyos, al tiempo que premiaba la lealtad.
También Abad pedía lealtad pero no la daba, porque la lealtad es un
camino de doble vía. Juan Asensio me saludaba siempre con mucha
cortesía y respeto, porque conocía a mi familia de toda la vida,
pero él no se metía en mi vida ni yo me metía en la suya, porque
ese trabajo no era el de un periodista sino de la Policía, si
cometió algún delito.
Abad
me nombró dos veces Redactor Jefe, con una nómina de Redactor raso,
y encima me cesó del cargo las dos veces, por capricho, sin haber
cometido ninguna falta. Lo consideré una traición y desapareció mi
amistad. Podría haberlo denunciado y ganado en Magistratura, pero
acto seguido me habría puteado o despedido con acusaciones falsas.
Era tan “buen jefe” que sus trabajadores le hicieron tres
huelgas y los despidió a todos de modo
fraudulento, porque su arrogancia no le permitía
sentarse a negociar un convenio colectivo.
Yo
le salvé su vida profesional en una ocasión, al devolverle el cargo
de Director que le había quitado el Consejo de Administración y me
lo dio a mí, pero de ello me arrepentiré toda mi vida, porque no se
lo merecía. Como dice el refrán “hacer un favor
a un villano es como tirar agua a la mar.” Tampoco lo merecían
sus enemigos, que eran unos ‘trepas’ iguales que él; pero además
yo no quería ser director, porque nunca he tenido vocación de
capataz ni necesidad de sentirme superior a los demás.
Un
defecto de esta sociedad es que todo el mundo se cree
superior a todo el mundo, cuando todos somos o debemos ser
iguales ante la Ley, ante Dios y ante la muerte. Pero este complejo
de superioridad era superlativo en Joaquín Abad, que miraba a
todos por encima del hombro, y se peleaba hasta con su
sombra sin venir a cuento. Creo que tenía un grave problema
psicológico de la infancia que no se curó, y sé de lo que hablo,
porque yo mismo me he trabajado sin piedad mis traumas y complejos
con un psicólogo durante años para tratar de ser mejor persona. Es
la mejor inversión que he hecho en mi vida.
A
mi siempre me tomó por tonto por ser buena persona, y nunca
apreció mi nobleza, porque él creía que todos los buenos son
tontos y que todos los listos son malos. Pero yo siempre me hacía
el tonto para sobrevivir, como el personaje de “Yo Claudio”
de Robert Graves, pero me daba cuenta de todo perfectamente.
Trataba
a sus trabajadores como basura, como si nos estuviera perdonando la
vida, y siempre reinaba un ambiente de terror al despido en la
Redacción de La Crónica, como si fuera él quien estuviera dándonos
de comer, en lugar de ganarnos el pan con nuestro propio esfuerzo
desmesurado, porque nos exprimía como a limones, y nos mantenía en
un estado de tensión permanente.
La
explotación del hombre por el hombre de la que habla “El Capital”
de Karl Marx se quedaba chica en comparación con el esfuerzo
heroico que teníamos que hacer todos los días para elaborar con
cuatro gatos un periódico de muchas páginas. Tanta era la bulla,
que no teníamos ni tiempo para corregir nuestro propios textos, y
teníamos que forzar el ritmo de trabajo hasta la extenuación. Yo
forzaba mi cerebro todos los días con una botella de Coca Cola de
dos litros, porque no tenía otro modo de obtener “superpoderes”
para dar tanto rendimiento.
Si
hacías bien estas heroicidades, nunca decía nada ni lo agradecía,
pero en cuanto cometieras el más mínimo fallo se te echaba encima,
y todas las mañanas contaba con el pelotas de turno que, con un
rotulador rojo, buscaba los errores del periódico impreso, a toro
pasado, para que le echaran la bronca a un compañero y así poder
ascender él a costa de los demás. Todos los días me preguntaba qué
había hecho yo para merecer aquel trabajo leonino.
Por
ende, los compañeros de la Administración de La Crónica tenían
que esconder de Joaquín Abad el dinero de las nóminas,
jugándose su puesto, para que no se lo llevara y dejara sin cobrar
al personal, hecho que sucedió más de una vez, porque era un
depredador.
Abad
es la definición perfecta de personaje Supresivo: “un ser
oscuro, espiritualmente enfermo, que basa su supervivencia en robar
la supervivencia de los demás”. Es un comportamiento
maligno, totalmente irracional, que al final se vuelve en contra del
supresivo. Por el contrario un ser sano es aquel que prospera sin
necesidad de machacar a nadie, y facilita la prosperidad de los
demás, porque su presencia es una bendición.
Yo
nunca consideré periodista a Joaquín Abad, sino un policía con
ínfulas de periodista, no porque nunca terminó su
carrera (hecho que ocultó a todo el mundo), sino porque tenía
vocación de policía desde su juventud, aficionado a las armas,
a las esposas y a los maletines misteriosos, y porque le encantaba el
mundo de los sucesos y del hampa.
Además nunca fue un genio
literario para escribir por su escasa cultura, pero hay que
reconocerle un gran talento natural para las trapacerías. Tampoco
tuvo sentido del compañerismo entre periodistas, y no se explica que
se haya peleado con tanta gente sin venir a cuento si no sufriera un
cierto grado de paranoia.
Pero
sus trifulcas me la traían al pairo, porque yo soy un hombre de paz
que siempre trata de llevarse bien con todo el mundo, y tengo
habilidades mediador de conflictos. Lo único que quería era hacer
bien mi trabajo, para sobrevivir en mi profesión, y no me gustaba
que mi jefe se peleara con todo el mundo, ni que me obligara a
pelearme con quien yo no quería, porque los enemigos cierran
muchas puertas, como así ocurrió con el fracaso de La Crónica,
un periódico que para mi fue ‘Cronos’, es decir el dios
Saturno que devora a sus propios hijos.
Cuando
se cerró La Crónica también se me cerraron muchas puertas
profesionales, sin comerlo ni beberlo, por simple el hecho de haber
trabajado allí muchos años, ya que Joaquín Abad acabó
completamente desprestigiado en Almería, y tuvo que marcharse a
Madrid para buscarse la vida. O sea, que en mi caso, encima de
cornudo, apaleado.
Tras
el cierre de La Crónica de Almería, con salarios impagados, Joaquín
Abad me ofreció el cargo de director de La Crónica de El Ejido, y
yo le respondí OK, pero con medios y personal suficiente para no
volver a las andadas, cosa que no aceptó. La compañera vasca que
aceptó aquel cargo murió de cáncer al poco tiempo a causa del
estrés.
En
aquel entonces, Abad fue investigado por la Policía, por impagos a
Hacienda y a la Seguridad Social, y tuvo un juicio al que me llamaron
de testigo, pero no se si le embargaron algo porque el muy astuto no
tenía ninguna propiedad a su nombre.
Luego
fui director del Diario de Andalucía en Almería, pero el consejero
delegado me publicaba un artículo querellable en mi día libre,
aprovechando mi ausencia, y luego me llegaban los pleitos por ser
director, con el riesgo de embargo de mis bienes personales, por lo
que no me quedó otro remedio que dimitir.
Al
final tengo una conclusión sorprendente: le agradezco a Joaquín
Abad lo mucho que he aprendido con él, porque “un pinche
tirano enseña más que un amigo amable” según
decía Carlos Castaneda en “Las enseñanzas de don Juan”.
Pero no esperen que le odie, “porque sólo amar es mi
ejercicio”, como dijo San Juan de la Cruz, y el odio bajaría
mi frecuencia.
Además, el ser humano fue creado con inteligencia
para amar, no para odiar. Tampoco seré yo quien lo juzgue, sino Dios
y la historia. Basta con que le regale mi bendición y mi
indiferencia. Allá él con su karma y su vida. Pero de lo que sí
estoy seguro, es de que será policía en su próxima vida, y de que
nos volveremos a encontrar en el camino, como los arrieros, pero con
la lección aprendida.
(*) Periodista
No hay comentarios:
Publicar un comentario