ALMERÍA.- En su oda «Al mar», Pablo Neruda
recogía que «lo necesitaba, porque no sabía si aprendía música o
conciencia». Las olas de la búsqueda de Gabriel Cruz comenzaron a crecer
en la tarde-noche del martes 27 de febrero, cuando empezaron a circular
los primeros mensajes de WhatsApp, Facebook y otras redes sociales con
una imagen del pequeño, en la que se alertaba de su desaparición.
Acostumbrados a este tipo de mensajes, «nos fuimos a dormir» pensando que al siguiente día ya habría aparecido, que todo habría sido un mal sueño. Pero no fue así. El festivo de la comunidad andaluza se vio empañado por esta alerta que lanzó SOS Desaparecidos, reforzada en su credibilidad por otros organismos como la Guardia Civil. La angustia y la ansiedad por localizar a Gabriel se apoderó de todos, tal como recuerda Abc.
Fueron días de lluvia y viento, un clima poco habitual en la zona del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar. Su edad, solo ocho años, hizo que su búsqueda «uniera los buenos corazones». De este modo se produjo el torrente de voluntarios diarios. Primero, de las poblaciones más cercanas, después, de toda la provincia, incluso del resto de España. Algunos aprovechaban sus días libres y otros, incluso, faltaron a sus puestos de trabajo.
Nadie escatimó esfuerzos. Bomberos, policías, Protección Civil, Infoca, militares y ciudadanos particulares aparcaron todo para centrarse exclusivamente en Las Hortichuelas y ponerse a disposición del dispositivo de búsqueda. Tras cuatro días sin dar con el paradero a Gabriel, gracias a Patricia, su madre, y a su carácter positivo, el diminutivo con el que cariñosamente sus padres le llamaban, «pescaíto», corrió como la pólvora.
Con su inseparable bufanda azul, hacía de su dolor y sus lágrimas un mensaje de amor, palabras que fueron poco a poco expandiéndose, de una forma exponencial, a través de los medios de comunicación y de las redes sociales. Su mensaje llegó a prácticamente a todo el mundo. Este sentimiento, esta necesidad por encontrar a su hijo, a su «pescaíto», ha impulsado un movimiento social sin precedentes, aunque con un desgraciado final.
Iniciativas populares
Se
registraron iniciativas particulares, que llegaron incluso a pagar de
su propio bolsillo un autobús para desplazar a los voluntarios. Las
peticiones en redes sociales hicieron que desde el
Ayuntamiento de Almería se contratara también transporte gratuito para
todo aquel que quisiera participar en el rastreo del agreste terreno.
Más de cinco mil personas tomaron partido en las tareas de localización.
La concentración en Almería por Gabriel consiguió la unión de una provincia, un enlace que parecía extraordinario, pero que se vio superado tras conocerse el desenlace de la Operación «Nemo», tal y como la ha denominado la Guardia Civil, un evidente guiño al pequeño. Cuando trascendió el peor de los finales, no solo lloró la provincia, lo hizo toda España.
Y, de nuevo, los almerienses se echaron a la calle, abanderados por sus responsables institucionales, quiénes no podían contener las lágrimas. El propio Rey de España, Felipe VI, presente en Sevilla en un congreso digital, dedicó un minuto de silencio. Sin voz se quedaron los ciudadanos y comenzaron a nadar millones de «pescaítos» a través de canciones, dibujos, pinturas, poesías y relatos.
De estos escritos llegó un cuento. Una historia donde el «pescaíto» gana a la bruja mala, tal y como afirmó Patricia, la madre de Gabriel. En un triste relato donde su propio padre, Ángel, añade que su hijo «le ha salvado la vida». El dolor se fue extendiendo, no había consuelo. Más de 20 personas por minuto llegaron a mostrar su pésame en la capilla ardiente de Gabriel. Flores blancas, peluches, cartas y lágrimas, llantos que rompían el silencio y que contagiaban el sentimiento a todos los presentes.
Nunca la plaza de la Catedral de Almería había albergado a tantas personas. El funeral tuvo que ser retransmitido a través de pantallas, seguido con un respeto digno de admiración. «Todos somos Gabriel» y «no estáis solos», al unísono. El «pescaíto» que tantas veces nombró su madre se puso a nadar, pero no lo hizo en el mar, sino en la tierra. Altares improvisados, homenajes en colegios, instituciones, peticiones de cambio de nombres para acuarios o plazas, equipaciones de fútbol y lazos azules.
Finalizaba el poema de Neruda que el mar «cambió bruscamente mi existencia, de mi adhesión al puro movimiento». No sabía el escritor chileno, que vendría una marea llena de «pescaítos» que ha unido miles de corazones que seguirán nadando juntos.
La concentración en Almería por Gabriel consiguió la unión de una provincia, un enlace que parecía extraordinario, pero que se vio superado tras conocerse el desenlace de la Operación «Nemo», tal y como la ha denominado la Guardia Civil, un evidente guiño al pequeño. Cuando trascendió el peor de los finales, no solo lloró la provincia, lo hizo toda España.
Y, de nuevo, los almerienses se echaron a la calle, abanderados por sus responsables institucionales, quiénes no podían contener las lágrimas. El propio Rey de España, Felipe VI, presente en Sevilla en un congreso digital, dedicó un minuto de silencio. Sin voz se quedaron los ciudadanos y comenzaron a nadar millones de «pescaítos» a través de canciones, dibujos, pinturas, poesías y relatos.
De estos escritos llegó un cuento. Una historia donde el «pescaíto» gana a la bruja mala, tal y como afirmó Patricia, la madre de Gabriel. En un triste relato donde su propio padre, Ángel, añade que su hijo «le ha salvado la vida». El dolor se fue extendiendo, no había consuelo. Más de 20 personas por minuto llegaron a mostrar su pésame en la capilla ardiente de Gabriel. Flores blancas, peluches, cartas y lágrimas, llantos que rompían el silencio y que contagiaban el sentimiento a todos los presentes.
Nunca la plaza de la Catedral de Almería había albergado a tantas personas. El funeral tuvo que ser retransmitido a través de pantallas, seguido con un respeto digno de admiración. «Todos somos Gabriel» y «no estáis solos», al unísono. El «pescaíto» que tantas veces nombró su madre se puso a nadar, pero no lo hizo en el mar, sino en la tierra. Altares improvisados, homenajes en colegios, instituciones, peticiones de cambio de nombres para acuarios o plazas, equipaciones de fútbol y lazos azules.
Finalizaba el poema de Neruda que el mar «cambió bruscamente mi existencia, de mi adhesión al puro movimiento». No sabía el escritor chileno, que vendría una marea llena de «pescaítos» que ha unido miles de corazones que seguirán nadando juntos.
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