ALMERÍA.- Fue, dicen los expertos de la Unidad Central de Operativa, un «crimen perfectamente planeado»
con antelación y pensando en la forma de deshacerse del cadáver y en
las fórmulas para intentar despistar a los investigadores. Ana Julia
Quezada Cruz mató al pequeño Gabriel Cruz, el hijo de su pareja, poco
después de secuestrarlo a media tarde del pasado 27 de febrero en la
localidad almeriense de Las Hortichuelas.
Las
conclusiones preliminares de la autopsia realizada hoy en el Instituto
de Medicina Legal de Almería apuntan a que el niño presentaba lesiones
en su cuello compatibles con un estrangulamiento y que el pequeño murió
por asfixia. La autopsia ha descartado que esas lesiones fueran post mortem o que se deban a una caída accidental.
Los informes remitidos por el instituto al juez instructor del caso,
Rafael Soriano, recalcan que esas lesiones tienen un carácter criminal y
que datan de hace casi dos semanas. El cuerpo del pequeño tenía restos
de tierra.
A falta de una confesión pormenorizada -que
los agentes están seguros que llegará cuando la presunta asesina vea las
imágenes grabadas por la Guardia Civil en la que se le ve sacar el
cuerpo del entorno de un aljibe o acequia de Rodalquilar- la UCO no tiene indicios de que Quezada tuvieran un cómplice en el crimen o que alguien le haya encubierto. No obstante, los especialistas no han descartado por completo esa vía.
Los
esfuerzos de la Guardia Civil se centran ahora en la finca de
Rodalquilar, propiedad de la familia de Ángel Cruz, el padre del niño,
donde la supuesta asesina recogió el domingo el cadáver del menor para
meterlo en el maletero de su coche con el objetivo de llevarlo a su casa
de Vícar.
Fuentes de la investigación han revelado que esa finca,
distante unos seis kilómetros de Las Hortichuelas, ya fue registrada de
forma pormenorizada en el primer gran despliegue de búsqueda, que tuvo
lugar al día siguiente de la desaparición, el 28 de febrero, y que contó
con decenas de voluntarios porque esa jornada fue festiva al ser el Día
de Andalucía.
Los agentes no descartan que a los
voluntarios se les pudiera pasar por alto las señales que apuntaban a
que el cadáver estaba allí, aunque también plantean la posibilidad de que Ana Julia, en primera instancia, ocultara el cadáver en otro lugar y
que, al conocer que la finca de su pareja ya había sido revisada,
trasladara sus restos allí en las primeros días de la desaparición,
cuando todavía todos los focos policiales no apuntaban a ella. En
cualquier caso, la presunta asesina no ha aclarado aún esas dudas.
Este
lunes, cuando fue conducida a esa finca en presencia del juez Rafael
Soriano, se negó a colaborar con los agentes.
Al acecho
La
zona donde se ubica la finca familiar de Rodalquilar era muy conocida
para la presunta asesina, ya que solía frecuentarla incluso antes de
establecer una relación sentimental con Ángel Cruz porque acudía allí a
pasear habitualmente con su anterior pareja. Quizás por ello, apuntan
desde la UCO, la eligió como lugar para intentar, al menos
momentáneamente, ocultar el cadáver.
La principal tesis
de los investigadores es que lo llevó a algún punto de esa finca
(sabedora de que hacía dos meses que la propiedad no estaba alquilada)
inmediatamente antes o después de estrangular a Gabriel después de
interceptarle entre las 15.30 y las 15.45 horas del 27 de febrero en los
cien metros que separan la casa de su abuela paterna, Carmen, y la
vivienda de sus primos en Las Hortichuelas.
El martes 6 de marzo, la
Guardia Civil obtuvo la prueba clave, cuado la anciana, ayudada por los
agentes, recordó que Ana Julia había abandonado su casa solo instantes después de que se marchara el pequeño.
La
UCO, no obstante, tenía desde el primer día en su punto de mira a
Quezada por sus vaguedades. Cuando el 3 de marzo dijo haber encontrado
la camiseta de Gabriel en la zona de la depuradora de Las Negras, justo
en la dirección contraria de la finca de Rodalquilar, todas las luces de
alarma se encendieron. La ropa estaba totalmente seca a pesar de la intensa lluvia caída esos días.
El
pasado jueves, la UCO empezó a estrechar aún más el cerco después de
comprobar que la triangulación de su móvil el día del crimen la situaba
en Rodalquilar. Pidió a la dominicana su terminal y alegó que se le
había perdido. Pero sus allegados encontraron el aparato poco después en
unos matorrales.
El viernes, cuando debía entregar el móvil, dijo
haberlo perdido otra vez. En esta ocasión de forma definitiva. Fue
entonces cuando la Guardia Civil decidió tenderle una trampa para
forzarle a mover ficha: los agentes le hicieron llegar que tenían imágenes de un coche sospechoso y que iban a centrar la búsqueda en Rodalquilar.
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