Conocí a Diego Domínguez en julio de 1972 al aparecer yo con 19 años para hacer prácticas en 'La Voz de Almería'. Formaba parte de un elenco de redactores autodidactas, o casi, y muy almerienses; recuerdo especialmente de entonces a Román, Alberti, Soriano, Falces, Carreño, Iglesias, Cirre... Para mí, todos un grupo de sabios interesados en ayudarme en mis primeras prácticas como futuro periodista universitario.
En contraposición al viejo redactor-jefe Soriano, demasiado cartesiano aunque con un par de cojones a los 80 años que tenía, como el director falangista Pepe Cirre, Diego me parecía el más intelectual e idealista con alma, además, de artista. Un hombre de paz, que allí encontró su hueco vital y era, sin duda, felíz con su suerte.
La imagen que me quedó siempre era, pues, la de un hombre dulce, sin prisa puntual -algo muy raro en las redacciones de aquella época del sacrosanto cierre- y muy didáctico a su manera. Lo cierto es que se desvivía conmigo, incluso sin pedirle yo ayuda. En aquellas tardes de verano sin aire acondicionado, que suplía la corriente de dos grandes ventanales abiertos a levante por la rambla, mantener una conversación con Diego era placentero por lo sencillo y, a la vez, profundo de su exposición.
Es de los mejores y más formativos recuerdos que me llevé de mis 90 días de paso por aquella redacción. Si alguien hizo de padre conmigo ese verano, ese fué él sin desmerecer, en absoluto, a Román, Falces y, por supuesto, Luisito Sánchez Alberti y Enrique Carreño, ya que todos se desvivieron conmigo, Mullor padre incluido desde la distancia de su estudio fotográfico a pocas calles de la de cardenal Segura.
Pero Domínguez se quedó fijado en mi mente como un séneca a la almeriense y la esencia de ser eso mismo. De Zurgena, nada menos, hacía gala de ello y recordaba lo joven que apareció también él por 'La Voz de Almería' como chico para todo, hasta que alguien descubrió que su talento artístico podía ir más allá en el periodismo y en 1972 era cronista municipal y se enteraba de todo aunque él mismo, por las circunstancias políticas de la época, lo utilizase mucho más para contextualizar que para tirarse al monte por sistema.
De tonto, ni un pelo según demostraba a diario con la exposición de la actualidad local que detectaba y comentaba con algunos de nosotros, entre ellos Miguel Ángel Urquiza, mi compañero de prácticas y tan joven como yo.
Quien en Periodismo no aprende de maestros como éstos no alcanza nunca la excelencia profesional. Después de aquel, para mí, idealizado verano del 72 he conocido otros maestros en Murcia, Alicante, Valencia y Madrid, a los que debo también lo que profesionalmente he llegado a ser. Pero reconozco que los de mi primera inmersión en el periodismo práctico dejaron una huella más profunda en mi subconsciente profesional y en mi corazón agradecido a su pedagogía impagable; Diego Domínguez de forma muy destacada aunque no iba de nada por su humildad innata.
Porque lo confieso aquí y ahora: en esa redacción tan amable de aquella 'La Voz de Almería', es en la que más a gusto me he sentido de todas las que he tenido que integrar durante mis 40 años de profesión. Desde aquel año he vuelto a Almería todos los demás de mi vida sin faltar ni uno y, casi siempre, en agosto para recordar con mis hijos (ninguno periodista para mi desgracia, que no la suya) en 'Casa Puga' que, gracias a gentes como aquellas, digo siempre con absoluta sinceridad de otros sitios en los que viví: "Sería perfecto si, además, estuviese lleno de almerienses" .
Seguramente Diego Domínguez tenga mucho que ver con eso por su esencia del ser almeriense. Y en mi opción de pertenecer ahora a la Asociación de la Prensa de Almería, después de haber sido directivo en otras hermanas, a pocos años de mi jubilación y para terminar voluntariamente por donde comencé en el oficio que elegí para vivir, exactamente igual que él.
Gracias, muchas gracias, amigo, maestro y hasta siempre allá donde estés.
No hay comentarios:
Publicar un comentario