Cuando alguien comienza a recordar sucesos de hace 25 años o más significa, guste o no, que comienza a tener una edad. Supuestamente, esa edad es también sinónimo de experiencia y de conocimiento, como es el caso de la publicación en la que se inserta el presente artículo. No faltar a la cita con los lectores durante un cuarto de siglo es toda una proeza, sobre todo en un país como España, en el que la lectura no es precisamente un deporte nacional. Y, sobre todo también, porque se trata de una publicación especializada en horticultura.
El asunto del que me propongo hablarles es similar a la propia historia de la revista. Estoy seguro de que los responsables de la misma encontrarán incluso algunas similitudes con su propia experiencia vital, no en vano ha sido el mismo ecosistema el que ha permitido el desarrollo de ambas empresas: la Caja Rural (hoy Cajamar) y la revista.
Desde hace unos años mantengo la opinión de que Almería es un auténtico laboratorio económico y social. Esta provincia es una rara avis en cuanto a su motor de desarrollo: la agricultura. También lo es en relación al proceso inmigratorio, por la velocidad e intensidad del mismo; o por los conflictos iniciales por el uso de los recursos naturales entre agricultura y turismo; o por la propia configuración social y el nacimiento de instituciones propias de la sociedad civil. Cualquier economista o sociólogo se frotaría las manos con un sujeto de estudio tan interesante, multiforme y cambiante como éste.
Es en ese ámbito en el que se produce la historia de simbiosis entre el sector productor y comercializador de hortalizas y la entidad Caja Rural de Almería. En los inicios de la agricultura almeriense, los productores recurrían para la financiación de su circulante al crédito comercial de las alhóndigas. Pero el paso a la comercialización en destino y las crecientes necesidades de financiación del sector volvieron a esta primera solución bastante poco operativa.
Ahí entró en juego la Caja. Con el gen agro inserto en su ADN, Caja Rural pronto vio que el sector de los cultivos de primor tenía una serie de necesidades financieras a las que ella podía y debía responder. Y le acompañó desde entonces en todos sus avatares: la mejora de las estructuras, las inversiones en calidad, la eliminación de residuos, la internacionalización, la búsqueda de nuevas vías de negocio. Y con toda seguridad le seguirá acompañando allá donde el futuro le lleve.
No es sólo que la Caja contribuyera a la financiación del desarrollo agrario almeriense, sino que la relación tan especial con este sector marcó a fuego el carácter de la caja, que hoy, aunque con una diversificación sectorial más amplia, fruto de su expansión territorial, sigue considerando al agroalimentario como su ecosistema natural y un sector estratégico.
El compromiso de la Caja con el campo no sólo ha estado centrado en el terreno de la financiación. Como ya se ha mencionado, ha sido una relación simbiótica. La entidad sabía que aquello que hiciera bien al sector, finalmente terminaría redundando en su propio bienestar. De ahí el esfuerzo investigador que se puso en pié con las estaciones experimentales primero, que continuó con el Instituto de Estudios, después, y que actualmente continúa la Fundación Cajamar.
En resumen, hoy la agricultura de Almería sería muy distinta sin la Caja, pero también, Cajamar sería muy otra si no hubiera convivido con la agricultura. Ambas han crecido y se han desarrollado la una junto a la otra, aprendiendo en cada paso y apoyándose, espalda contra espalda, para superar los momentos difíciles. De esa forma, ambas se han hecho grandes.
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