Los mutualistas de una y otra entidad fueron reunidos con carácter extraordinario para ratificar el acuerdo suscrito por las respectivas cúpulas directivas. Los términos del pacto eran simples: Cajamar absorbía la entidad mallorquina y ésta pasaba a asumir su dirección territorial en Cataluña y Baleares. El coste laboral de la unión se prevé nulo debido a que la presencia previa de la almeriense en el archipiélago es testimonial.
La asamblea de Almería se desarrolló sin incidentes y respaldó la operación por unanimidad. En cambio, la de Rural Balears prometía algo más de ajetreo después de que el pasado fin de semana la Asociación Española de Cajas Rurales (AECR) recomendara a sus mutualistas oponerse a la fusión con Cajamar. Al cierre de esta edición no se conocía el resultado, pero todas las partes implicadas (tanto a favor como en contra) auguraban que la operación lograría el apoyo necesario.
Ante el previsible revés, el Grupo Caja Rural publicitó su desagrado con la defección de Rural Balears. No en vano, en el último año y medio ha visto cómo se pasaban a las filas de Cajamar las valencianas Caja Campo, Rural de Albalat, Petrer, Turís y Casinos; y algo antes, en 2007, la Rural de Duero. Precisamente, esta deserción ocasionó un agrio rifirrafe jurídico entre la AECR y Cajamar que no se solventó hasta que ambas partes firmaron la paz en 2008.
¿Pero qué motiva las salidas? La AECR se basa en un modelo de banca federada donde rige la máxima "cada uno en su casa y las sociedades participadas en la de todos". Pero este mecanismo que opera con indudable éxito en el resto de Europa, se topa con un problema en España: la disparidad de tamaño de los socios. Mientras las cuatro mayores cooperativas son equiparables a cajas de ahorro modestas, el resto disminuye hasta alcanzar lo microscópico. Esa gradación ha sido un caldo de cultivo para rencillas y suspicacias durante años.
En 2008, las rurales comenzaron a debatir la posibilidad de protagonizar una gran fusión virtual después de que el Banco de España les diera sus bendiciones y algún que otro tirón de orejas. Dos años después y aunque se han alcanzado progresos visibles, el proceso sigue inconcluso. Ese es el motivo por el que algunas entidades, hartas de esperar y ante un horizonte macroeconómico nublado, han optado por aliarse a Cajamar. Ora a través de la fusión integral, ora participando en el grupo cooperativo que lidera por la almeriense y que les permite conservar su imagen de marca.
Entre tanto, el Grupo Caja Rural se ha dividido en dos bloques. Por un lado, las grandes rurales ultiman una fusión virtual con una treintena de socias y que reúne tres cuartas partes de los activos del grupo. El SIP lo asesoran Uría y Management Solutions. Del otro lado, figuran otras tres decenas de cajas comarcales con el consejo de AFI. En las próximas semanas deberán darse las últimas puntadas en la confección de esos SIP. Si no, Cajamar podrá seguir pescando descontentos.
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