RABAT.- La grave crisis de la eurozona ha acabado por afectar a Marruecos. No hay
excepción marroquí, como hasta hace poco tiempo se
atrevían a decir algunos responsables políticos de Marruecos. El país
norteafricano vive directamente los efectos y éstos son
cada vez más dramáticos por su débil economía en desarrollo.
Los
ingresos por turismo han bajado, las remesas de los inmigrantes también.
La balanza comercial es francamente deficitaria para Marruecos, a pesar
de que las exportaciones de fosfatos se mantienen, y las finanzas
públicas sufren un déficit preocupante. Los problemas sociales se
amontonan y el descontento de la población aumenta.
Un año después de su
investidura como primer ministro, el islamista Abdelilah Benkirane se
encuentra descolocado frente a un panorama económico desalentador. El
discurso oficial suele ocultar, o al menos minimizar, los problemas,
pero los hechos son tozudos y hablan por sí solos. “Estamos mal,
francamente mal. Una mayoría social vive en malas condiciones y la
prosperidad de los últimos años sólo ha llegado a las clases altas y a
la nueva clase media. Los problemas estructurales del país son muy
graves y el actual Gobierno de Benkirane está paralizado”, comenta a
Correo Diplomático un dirigente de la Unión Socialista de Fuerzas
Populares (USFP).
En 2008, Marruecos pensó que no estaba al alcance de la crisis
que explotó en el mundo occidental. Cuatro años después la situación ha
cambiado radicalmente y algunos indicadores son francamente
preocupantes. Un sector muy intenso en mano de obra y clave para la
economía del país como el textil ha perdido más del 30% de sus pedidos
europeos. El turismo europeo está estancando y la tendencia marca un
empeoramiento de la situación, al menos mientras se mantenga la recesión
en los países europeos emisores. Oficialmente, el número de turistas
que visitan Marruecos no ha bajado, pero los que vienen gastan menos
dinero. De momento, este sector ha podido salvar los muebles gracias al
turismo nacional, pero esta alternativa no es sólida.
La depresión económica afecta también a
los inmigrantes marroquíes en Europa. Muchos se han quedado sin trabajo y
ya no pueden enviar dinero a su país, o mandan cantidades más pequeñas.
Las remesas de los MRE (Marroquíes Residentes en el Extranjero)
experimentaron un bajón del 4% en el primer semestre de 2012.
La factura
por el petróleo aumentó un 20% este año y las reservas de cambio han
bajado peligrosamente. El clima para hacer negocios no es precisamente
el más idóneo. Según un estudio del Banco Mundial, Marruecos ocupa el
puesto 94 sobre 183 países analizados, mientras que Túnez, a pesar de
sus turbulencias políticas, está en el lugar 46. Aunque la inversión
extranjera se mantiene, no consigue paliar los graves problemas
estructurales de la economía marroquí, que la crisis ha empeorado.
Mientras, el déficit público, que alcanzó el 6,2% del PIB en 2011, según
el Ministerio de Finanzas, podría situarse en torno al 5,5% a finales
de este año. La inflación es otra gran amenaza para la economía, y los
precios de muchos productos y servicios básicos, como la harina, el
azúcar y la electricidad se han disparado. “Nuestra crisis tiene una
raíz interna, está relacionada con nuestros propios problemas, que han
empeorado por culpa de la crisis internacional”, señala el economista
Najib Akesbi.
Parece bastante evidente que con un panorama
macroeconómico tan complicado es difícil apostar por un crecimiento alto
y a largo plazo. Algunos expertos auguran un crecimiento por debajo del
2,5% en los próximos años, lo que sería insuficiente para absorber el
gran paro juvenil (30%) en la franja de jóvenes entre 15 y 29 años y
sacar de la pobreza a amplios sectores sociales.
Algunas buenas
noticias económicas, como el espléndido funcionamiento de puerto de
Tánger Med, la construcción del AVE, el programa de autopistas y la
modernización de infraestructuras, así como la instalación de grandes
multinacionales como Renault en Tánger y Bombardier en Casablanca,
ocultan a malas penas lo que se avecina.
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